Motoquero 1 - Donde todo comienza. José Montero. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: José Montero
Издательство: Bookwire
Серия: Zona Límiite
Жанр произведения: Книги для детей: прочее
Год издания: 0
isbn: 9789875043046
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desairada de ella.

      —¡Vos sos cómplice del otro!

      —¿Ma’ qué cómplice? Quise evitar que escapara. Tenía un cuchillo.

      —¡Motochorro! ¡Llamen a la policía!

      Toto, en ese punto, reaccionó:

      —¡Cortala, loca, con eso de motochorro!

      Lula abrió la boca pero no pudo contestar. Nunca, jamás, un chico le había hablado de ese modo.

      —¿Cualquiera que anda en moto es un motochorro para vos? –prosiguió Tomás–. Yo soy un laburante.

      —Perdoname –respondió ella avergonzada, lo miró y por fin tendió su mano para dejarse ayudar.

      Él la levantó y Lula sintió su fuerza. Aunque era flaco, sus manos y sus brazos eran pura fibra y músculo.

      —¿Te duele algo? ¿Te lastimó? –quiso saber Tomás.

      —Estoy bien. Pero se llevó el celular, los documentos, la plata. ¿Y ahora qué hago?

      —Lo primero es hacer la denuncia. Avisar a las tarjetas de crédito. Denunciar el robo del celular.

      —Puedo bloquear mi celu –dijo Lula en cuanto salió de la confusión.

      —¿Querés el mío? –Tomás se lo ofreció–. ¿Querés llamar a alguien? ¿Llamo a la policía?

      —No, a la policía no. ¿Qué compañía tenés vos?

      Toto le respondió. Tenían la misma empresa. Lourdes aceptó el préstamo. Sus dedos volaron sobre el teclado.

      —Conozco un truco. Desde tu celu puedo entrar al mío e impedir que lo usen. Le pongo un cartel a la pantalla: Este aparato fue robado. Se ofrece recompensa –leyó a medida que escribía, y finalmente anotó otro número telefónico–. Listo, ya está, gracias.

      Cuando le devolvió el celu, lo miró a los ojos y sintió que era un buen pibe. Un poco recio, pero noble.

      —Te pido disculpas de nuevo. Estaba muy nerviosa. Estoy…

      —No tenés nada que explicar. ¿Te puedo ayudar con algo más?

      —Gracias. Quiero irme a dormir. Estoy cansada.

      —¿Volvías?

      —Sí. De trabajar.

      —Ah… –dijo Toto, y dejó la expresión flotando en el aire, como si no se animara a preguntar de qué trabajaba una chica como Lourdes por las noches.

      —¿Vos me conocés? –disparó ella, entrecerrando los ojos.

      —Me encantaría, pero no –respondió él, y de inmediato se arrepintió del sincericidio–. Quiero decir…

      —Está bien.

      —¿Debería conocerte?

      —Me llamo Lourdes.

      —Yo soy Tomás. Me dicen Toto.

      Lo normal hubiese sido que se despidieran con un beso en la mejilla, aunque acabaran de presentarse. Lourdes, por el contrario, sorprendió extendiendo una mano para un saludo profesional. Un saludo de negocios.

      Él le apretó la mano torpemente y de inmediato se dio cuenta de que debía ser más suave.

      —Encantado, un gusto –dijo.

      —Igualmente.

      —¿Tenemos que tratarnos de usted?

      —Por supuesto que no.

      —Entonces te dejo mi número –dijo él y le entregó una tarjeta arrugada y roñosa con su nombre, su celular, el dibujito de una moto y la leyenda “Servicios de mensajería. Rapidez y confianza”–. Perdoname, es la última que me queda –se excusó.

      —Gracias, Tomás, pero ya tengo gente que trabaja para mí –dijo Lourdes devolviéndole la tarjeta.

      —No te digo por laburo. Es por si necesitás un testigo. Te acompaño a la comisaría y cuento lo que vi.

      —No creo que haga la denuncia.

      —La vas a necesitar para el trámite de los documentos, las tarjetas, el celu si no aparece…

      —Veré.

      —Vos tenela. Conservala. Si me necesitás, me llamás.

      Finalmente, Lourdes metió la tarjeta en un bolsillo, como en un descuido, y Toto se convenció de que nunca iba a llamarlo.

      Cuando la vio subir la explanada de un edificio de lujo, imaginó que, en cuanto tomara el ascensor, ella rompería la tarjeta y la arrojaría dentro de un cesto de papeles.

      La tarjeta roñosa no entraría en el departamento de esa belleza.

      Capítulo 6

      Contra su pronóstico, Lourdes lo llamó esa misma tarde.

      Acababa de levantarse. Todavía dormido, tuvo un momento de lucidez. No podía cumplir lo dicho por la mañana. Él se había prometido que nunca volvería a pisar una comisaría.

      —Mirá, Lourdes, perdoname. Yo te ofrecí salir de testigo, pero en la agencia donde trabajo… –empezó mientras su cabeza buscaba una excusa creíble.

      —Olvidate. La denuncia ya fue. Tengo gente que se encarga de los trámites.

      —Qué suerte.

      —Lo que necesito es alguien que se anime a recuperar mi teléfono.

      —¿Cómo?

      —El chorro, al ver que mi celu había sido bloqueado, llamó al número que puse en pantalla. Me hizo un verso. Dijo que lo había encontrado en la calle.

      —Típica.

      —Que me lo quería devolver. Que habitualmente no aceptaría dinero por algo así.

      —Pero…

      —Siempre hay un pero, obvio.

      —¿Está sin trabajo, tiene un hijo enfermo, necesita operar a la madre?

      —¡Muy bien, Tomás, acertaste en la primera!

      —¿Cuánto te pidió?

      —Diez mil pesos.

      —Ni ahí. Negociá, bajale el precio –sugirió Toto–. Dejame que hablo yo.

      —Ya está, Tomás, diez mil pesos están bien. Si pierdo todo lo que tengo en el celu, me va a salir más caro.

      —¿En serio?

      —Sí, ya está decidido. La plata no es problema.

      —Veo. ¿Y me vas a confiar diez mil pesos a mí? No me conocés.

      —Tu tarjeta dice “rapidez y confianza”.

      —Es lo que prometemos todos los motoqueros. De ahí a que cumplamos…

      —Tendré que correr el riesgo. ¿Dos mil pesos para vos te parecen bien?

      —Es demasiado.

      —No sabés adónde hay que ir a buscar el celu. Es en Lomas de Zamora. Lo busqué en Internet. Está marcado como zona peligrosa.

      —Si me roban la moto, dos mil pesos va a ser poco.

      —Esperemos que no pase. ¿Lo vas a hacer?

      —No sé –dijo Toto y se hizo un silencio en la comunicación.

      —Por favor, para mí es muy importante –deslizó Lourdes.

      —¿Por qué yo?

      —No