Práctica: comprueba el peso de las etiquetas en tu vida
Escribe en un papel en blanco cuáles son tus cinco principales etiquetas, aquellas con las que más te identificas, las que son las más importantes para ti. Pueden ser, por ejemplo: sincero, de tal partido político, de tal creencia religiosa, de tal nacionalidad, etcétera.
Si has hecho la práctica de forma adecuada, verás que esas etiquetas estructuran tu vida. Por ejemplo, si te defines como una persona muy sincera y fiel, tanto tu pareja como tus amigos tendrán que ser bastante sinceros y fieles; sino, no los seleccionarías como personas importantes en tu vida. Si para ti ser vegetariano, deportista o meditador son rasgos relevantes que te definen, muchas de tus relaciones lo serán también. Lo mismo ocurre con la ideología política o religiosa, o con tu profesión. Si son muy importantes para ti, vas a identificarte con las personas con las mismas características, mientras que te sentirás separado de los individuos con diferente forma de pensar.
Inicialmente, no vamos a poder quitarnos el sesgo de las etiquetas, aunque con la práctica de mindfulness pierden fuerza y se hacen más laxas; pero siempre podemos ser conscientes de que llevamos una lente encima y de cómo distorsiona la realidad.
Las etiquetas del yo son el origen de las emociones negativas
La mayor parte de nuestro sufrimiento se origina en las emociones negativas. Piensa si es así o no. Si no tuviésemos emociones negativas, ¿qué sufrimiento quedaría? Básicamente el existencial: miedo a la muerte, la enfermedad, la vejez. A su vez, las emociones se producen en contextos interpersonales, cuando estamos con otras personas. Observa, por ejemplo, en la meditación qué pocas emociones se generan; solo si traemos a la memoria situaciones interpersonales.
Ahora intenta entender qué pasa cuando alguien te produce una emoción negativa. Vas a ver que lo que ocurre es que están desafiando, negando, contrariándote en esa etiqueta que es tan importante para ti. ¿Puedes verlo? Comprueba cómo una emoción negativa es el desafío de alguien externo a nuestras etiquetas. A la inversa, si alguien refuerza esa etiqueta, te hace sentir bien. Lógicamente, la emoción positiva o negativa es mayor según la importancia que le des a la persona que realiza el juicio. Si es tu padre, pareja o mejor amigo quien te dice algo muy negativo, la emoción es mucho más intensa y duradera que si te lo dice un compañero de trabajo con el que apenas tienes trato.
Por ejemplo, si yo estoy muy orgulloso de mi profesión de ingeniero, de mi función de padre y de ser muy sincero, si otras personas me dicen que soy un pésimo profesional, que soy un mal padre que no quiere a sus hijos, o que soy un mentiroso compulsivo, me voy a sentir fatal y voy a intentar convencer a la otra persona de que no es así. Voy a intentar defender mi etiqueta, mi «honorabilidad». Pero si la etiqueta que me critican yo no siento que es mía, no estoy identificado con ella, no se genera una emoción negativa. Por ejemplo, si me dices «eres un pésimo torero» o un «astronauta inepto», no sentiré nada, porque no tengo ninguna identificación con esas etiquetas.
Práctica: emociones negativas por el desafío de las etiquetas
Adopta la postura de meditación. Recuerda alguna situación interpersonal reciente en la que alguien te dijese algo que te generó una emoción negativa. Recuerda sus palabras con la mayor exactitud posible. Relaciónalo con el ejercicio de las etiquetas hecho anteriormente. Esa persona desafió alguna de tus etiquetas ¿Puedes identificar cuál? Puedes ver cómo, aparte de sentirte mal (porque no reconocen tus etiquetas), realizarías alguna maniobra para restablecer tu buen nombre en ese aspecto tan importante para ti. Observa el proceso. Si no te hubieses identificado con la etiqueta en cuestión, ¿podría generarse una emoción negativa? Ves que tampoco aparecería una emoción positiva si te halagasen en ese sentido. Es como si te dicen: «Eres un excelente torero». No es tu etiqueta.
En última instancia, la emoción negativa es el desafío de la etiqueta, pero, también, el reconocimiento de una necesidad profunda que tenemos todos nosotros. Esa necesidad profunda es el anhelo básico del yo, que consiste en ser querido, en ser reconocido, en sentirse unido a los otros para escapar de esa sensación de soledad inmensa que tiene el yo, porque se siente separado del mundo.
La historia de Wei
Para terminar, incluimos una parábola clásica oriental que describe la aceptación. La clave, cuando nos sucede alguna cosa en la vida, es no interpretarla. Primero, porque nos condiciona; y segundo, porque realmente nunca sabemos si lo que nos ocurre es bueno o malo. Las interpretaciones rápidas que solemos hacer pueden estar muy equivocadas. La recomendación es no juzgar y vivir con mente de principiante lo que nos ocurre. Esa es la clave:
Wei era un ganadero que vivía en la antigua China. Poseía algunas cabezas de caballos. Un verano, el rebaño se fue a la montaña cercana, con lo que parecía que Wei se había quedado sin ganado. Los vecinos del pueblo le dijeron:
–Tiene que estar muy triste, señor Wei. Está arruinado.
–Puede que sí, pero puede que no –contestó Wei.
Cuando llegó el invierno, el rebaño volvió al pueblo, pero muchas yeguas habían tenido crías, y su número era mucho mayor. Algunos del pueblo comentaron:
–Señor Wei, tiene que ser muy feliz. Ahora es rico con tanto ganado.
–Puede que sí, pero puede que no –volvió a contestar Wei.
Algunos meses después, el hijo primogénito del señor Wei (la cultura china tradicional priorizaba a los varones primogénitos) sufrió un accidente con los caballos y se lesionó la columna. Debía guardar cama durante muchos meses. Los vecinos le dijeron:
–Tiene que estar hundido, señor Wei. Su hijo primogénito no podrá trabajar durante meses. Qué gran desgracia.
–Puede que sí, pero puede que no –contestó otra vez más Wei, inmutable.
Pocos meses después, China entró en guerra con Manchuria, y el emperador ordenó la leva de los hijos primogénitos de todo el país, quienes deberían ir a la guerra. Las personas de la aldea le dijeron:
–Tiene que estar muy feliz, señor Wei. Su hijo se salvará, mientras que todos nuestros hijos morirán en la guerra.
–Puede que sí, pero puede que no –contestó, como siempre, Wei.
Uno nunca sabe si lo que le ocurre es bueno o malo. Cualquier etiqueta no es la realidad.
6. ¿Por qué creemos que el yo existe?
El mundo es una ilusión. Solo Brahman es real. El mundo es Brahman.
RAMANA MAHARSI
Las asunciones distorsionadas del yo
Creemos que el yo existe porque damos por buenas, de forma inconsciente, cinco asunciones distorsionadas en relación con el yo. Son las siguientes:
1. Continuidad: tenemos la idea inconsciente de que nuestro yo es una entidad que se crea en el momento en que venimos al mundo y desaparecerá cuando fallezcamos. Sentimos que es el actor de nuestras acciones, el pensador de nuestros pensamientos, el que siente nuestras emociones y nuestras percepciones y habita en este cuerpo. Y sentimos que, aunque pueda haber pequeños o grandes cambios, a lo largo de los años, en nuestra forma de ser, pensamientos y sentimientos, se mantiene una especie de «esencia básica», de algo inmutable, de principio a fin.
Si lo analizamos bien, podemos ver que esa sensación de continuidad se mantiene, básicamente, por la memoria. Ella es la que recuerda todo lo que nos ha pasado en la vida. Realmente, lo recuerda desde los 2-3 años, cuando aparece el lenguaje. Antes son memorias corporales: así, por ejemplo, si hemos sido abusados o maltratados, el cuerpo lo recuerda. La memoria es testigo de los hechos