—Sí, bueno… —un leve rubor tiñó sus mejillas.
—¿Adónde vas?
—Al Coffee Pot —contestó ella—. Merna me compra bollos de canela de martes a sábado.
Él captó la satisfacción de su voz, pero se obligó a no darle demasiada importancia. Stacie había dejado claro que se marcharía de Sweet River a finales de verano, para buscar su edén.
—No sabía que trabajaras para Merna.
—Hay muchas cosas de mí que no sabes —soltó una risita—. Si me devuelves mis cajas, me pondré en marcha. Merna insiste en que entregue los bollos a las siete en punto.
—Te acercaré —Josh señaló su todoterreno—. Cargaré con las cajas e incluso puede que te invite a un café.
Josh temió que Stacie fuera a rechazar la oferta, porque titubeó un segundo. Pero luego esbozó una sonrisa resplandeciente y fue hacia el coche.
Stacie supo que ocurría algo extraño en cuanto abrió la puerta del Coffee Pot. Para ser las siete menos diez de la mañana de un martes, el café estaba a rebosar. Normalmente a esa hora sólo había un par de abuelos sentados junto a la ventana, jugando a las damas. Ese día todas las mesas estaban ocupadas por jubilados de ambos sexos jugando a las cartas.
—Gracias a Dios que has llegado —Merna corrió a saludarlos con la cafetera en la mano—. Todo el mundo está pidiendo bollos de canela.
Stacie sintió una cálida satisfacción. Sus bollitos de trigo integral habían tenido mucho éxito. Por eso Merna le había pedido que empezara a hacer distintas variedades de panecillos y magdalenas en fase de prueba.
Trabajar para el Coffee Pot era fantástico. No sólo probaba nuevas recetas, sino que además le pagaban por hacer lo que más le gustaba.
—¿Por qué hay tanta gente? —preguntó Stacie, mientras Josh llevaba las cajas al mostrador.
—Campeonato de cartas —dijo Merna—. Ha empezado a las seis y media.
—¿Tan pronto? —Stacie no pudo ocultar su sorpresa. Siempre había pensado que la gente se jubilaba para poder dormir hasta más tarde.
—Por aquí casi todo el mundo se ha pasado la vida levantándose antes del amanecer —la voz de Merna reflejó el aprecio que sentía por sus clientes—. De hecho, estaban esperando en la puerta cuando llegué, a las seis.
—Deseando probar los fabulosos bollos de canela de Stacie, sin duda —Josh le guiñó un ojo.
—Los bollos, ay, cielos, hay que ponerlos en platos ahora mismo —Merna se volvió hacia una mujer que salía de la cocina—. Shirley, ¿puedes ayudarme a servir todo esto?
—Echaré una mano —se ofreció Stacie.
—Tú ya has hecho tu parte haciéndolos.
—No ha sido problema —sonrió Stacie—. Me encanta la repostería.
—Sí, pero por culpa de los bollos, Josh y tú habéis tenido que madrugar. Recuerdo los tiempos en que mi Harold aún vivía. La mañana era nuestro momento favorito para hacernos cariñitos.
Las palabras flotaron en el aire un momento. Stacie rezó para no ponerse colorada.
—Josh no ha pasado la noche conmigo, Merna —dijo Stacie con voz templada, teniendo cuidado de no dar importancia al comentario. Por lo que sabía la gente, Josh y ella no eran más que conocidos. Y quería que siguiera siendo así.
Josh ya era conocido en el pueblo como el vaquero al que una chica de ciudad había hecho morder el polvo. Stacie no quería ser la segunda.
Josh se tomó su tiempo mientras aparcaba ante casa de Anna. Stacie había estado distinta en el camino de vuelta: reservada y esforzándose por mantener la conversación en un plano general.
Había notado el cambio en su actitud cuando Merna comentó que habían dormido juntos. A Josh no le gustaba que la gente cotilleara, pero era inevitable en un pueblo pequeño. No podía hacerse nada para impedirlo.
—Gracias por traerme —dijo Stacie con el tono agradable que solían utilizar las mujeres para librarse de un hombre—. Será mejor que entre.
Bajó del coche sin darle la oportunidad de que le abriera la puerta.
Él bajó también. Puso la mano en su brazo y sintió la calidez de la piel desnuda. Ella se detuvo y la mirada de anhelo que vio en sus ojos le dio esperanzas de seguir teniendo alguna posibilidad.
—¿Quieres venir conmigo al partido de béisbol del sábado? —Josh no recordaba la última vez que se había sentido tan inseguro, pero siguió adelante—. Sweet River juega contra Big Timber. Será un buen partido.
Le pareció ver un destello de interés ante la mención del béisbol, pero se esfumó tan rápido que pensó que tal vez lo había imaginado.
—Gracias por la invitación —Stacie jugueteó con su reloj de pulsera—. Pero no creo que sea buena idea.
Él se sintió como si hubiera recibido un puñetazo en la boca del estómago. Se dijo que no debía aventurar conclusiones. No sabía qué no era buena idea: si el partido de béisbol, el día de la semana o salir con él.
—¿Es por mí? —preguntó, obligándose a seguir sonriendo—. ¿O es que no te gusta el béisbol?
Ella titubeó y él adivinó que iba a rechazarlo.
—En nuestra primera cita decidimos que no era buena idea salir juntos —dijo Stacie.
—Es cierto.
Josh no sabía a qué se debía el brusco cambio de opinión. Ella había sugerido que tuvieran una aventura, se preguntó si también se estaba retractando de eso.
Lo que vio en sus ojos le sirvió de respuesta. Sin duda, ella tenía derecho a cambiar de opinión. Pero eso no significaba que él lo entendiera.
Mientras la acompañaba al porche empezó a hablar de la sequía que estaban experimentando en la zona. Habían hablado del tiempo la primera vez que estuvieron juntos en el porche. Parecía apropiado retomar el tema esa última vez.
—No entiendo por qué no quisiste ir con Josh, teniendo la oportunidad —dijo Anna—. Es un fanático del béisbol.
Stacie caminaba junto a Anna por la acera, deseando que su amiga dejara el tema. En los últimos cuatro días habían hablado de eso demasiadas veces.
—Este fin de semana no está en el pueblo, ¿recuerdas?
—Pero no estaría en Billings si hubieras aceptado su invitación —señaló Anna—. Habría esperado hasta el jueves que viene, aprovechando que se celebra la subasta de ganado.
—No tuve otra opción —dijo Stacie, exasperada—. Nuestra relación empezaba a convertirse en noticia de portada en el pueblo. No quería que la gente rumoreara, sobre todo después de mi marcha, que no había podido satisfacerme, igual que no pudo satisfacer a Kristin.
—Pero…
—Me dijiste que no le hiciera daño —recordó Stacie a su amiga—. Eso es lo que intento.
—¿Dijo Josh que le molestaran los cotilleos? —preguntó Anna, pensativa—. ¿O que no quería volver a salir contigo?
—No —Stacie apretó los dientes y contó hasta diez—. Fue decisión mía.
—¿Fue porque temías que rompiera contigo?
—Por Dios santo, Anna, déjalo ya —pidió Stacie. Su amiga debería entender que estaba haciendo lo mejor para Josh. Si él no le importara, le daría igual hacerle daño—. Cambiemos de tema. Háblame del equipo de béisbol de Sweet River.
Desde