—¿Conoces Jivebread? ¿Esa empresa de catering de Denver que es tan popular? —preguntó Anna.
—Por supuesto —el corazón de Stacie se saltó un latido. Jivebread, renombrada por sus recetas innovadoras y eclécticas, era la empresa de sus sueños. Le habían hecho un par de entrevistas de trabajo, pero habían contratado a chefs con más experiencia que ella.
—Buscan recetas innovadoras —siguió Anna—. El ganador recibirá cinco mil dólares y la posibilidad de trabajar con su equipo de catering durante un año.
—Eso sería una oportunidad fantástica —dijo Stacie con voz serena—. ¿Quiénes son los jueces?
Anna estiró el brazo y agarró un recorte de periódico que había en la encimera. Tomó un sorbo de café y lo miró.
—Abbie y Marc Tolliver —dijo.
Stacie emitió un gruñido. En cualquier otro caso habría tenido posibilidades, pero con esos dos casi no merecía la pena probar.
—¿Eso es un problema? —preguntó Lauren.
—Un problema gordo —Stacie no quería sonar negativa, pero tenía que ser realista—. Presenté una receta al concurso «Lo mejor de Denver» hace un par de años. Marc y Abbie fueron los jueces de la última ronda. Mi plato no les gustó nada.
Aunque su crítica había tenido validez y había aprendido de sus comentarios, su estilo de cocina no había cambiado mucho desde entonces.
—Eso no implica que no vaya a gustarles lo que presentes esta vez —dijo Anna, con lealtad.
—Tal vez la pasión de Stacie haya cambiado —Lauren tomó un sorbo de café y lanzó a Stacie una mirada penetrante—. De las recetas a los hombres. A un vaquero en concreto.
—Mi pasión no ha cambiado —afirmó Stacie mirando a sus compañeras—. Trabajar para Jivebread sería un sueño hecho realidad. Sea lo que sea que hay entre Josh y yo… no es permanente. Si consiguiera ese puesto, saldría de aquí pitando.
Anna abrió la boca pero, en vez de contestar, se concentró en llenar tres cuencos con gachas de avena y ponerlos en la mesa.
—Seth mencionó que hoy iba a ayudar a Josh —Lauren ladeó la cabeza—. ¿Te vio antes de que salieras de allí?
—Nos cruzamos —rezongó Stacie, recordando la expresión atónita de Seth—. Creo que lo sorprendió tanto verme como a mí verlo a él.
—Así que sabe que pasaste la noche allí —comentó Lauren.
Stacie se rió, aunque no le encontraba ninguna gracia al asunto.
—Digamos que no dudo que sabe exactamente lo que hay entre Josh y yo.
—¿Qué hay entre Josh y tú? —preguntó Anna, sentándose frente a Stacie.
—Química, Anna, química —intervino Lauren—. Mezclada con intereses comunes, es una combinación muy potente.
—Ya, pero creía que a Stacie no le gustaban los vaqueros —dijo Anna, claramente confusa.
—Y no me gustaban —Stacie empezó a sentirse como un animalito atrapado—. Es decir, no me gustan.
—¿No te gusta pero te acostaste con él? —Lauren alzó una ceja.
—No me gusta su estilo de vida —aclaró Stacie—. Pero Josh sí me gusta.
—¿Sabes que estuvo casado? —comentó Anna con expresión inescrutable.
—Me lo dijo él.
Anna apoyó los codos sobre la mesa y se inclinó hacia ella.
—¿Te dijo que Kristin era una chica de ciudad que le dejó claro a todo el pueblo que estar con Josh no era razón suficiente para quedarse? Después de su marcha, Josh pasó casi un año sin hacer vida social, ni siquiera con los chicos.
El tono de advertencia de Anna resultó obvio, pero fue su deje de censura lo que irritó a Stacie.
—Habla claro, Anna —dijo Stacie, controlando su mal humor.
—No quiero verlo herido, Stace —dijo Anna con los ojos cargados de preocupación—. Habría que ser ciego para no ver las chispas que saltan entre vosotros cuando estáis juntos. Sé que está de miedo. Pero también es vulnerable.
«¿Y yo no lo soy?», pensó Stacie.
—Me gusta y yo le gusto a él.
—¿Te plantearías quedarte en Sweet River? —preguntó Lauren, echándose una cucharadita de azúcar moreno en los cereales.
—No —dijo Stacie—. Pero no es ningún secreto. Josh sabe que debo completarme a mí misma antes de ser la compañera de un hombre.
—¿Completarte a ti misma? —Anna se rió—. Cielo, te está afectando pasar tanto tiempo con Lauren.
—Lo que ha dicho tiene sentido —apuntó Lauren, sin darle a Stacie tiempo a responder—. Habría más gente feliz en el mundo si hombres y mujeres se dieran permiso para perseguir sus sueños.
—Gracias, Lauren —dijo Stacie.
—Eh, yo no digo que Stacie deba renunciar a su sueño —Anna sonó ofendida por la sugerencia—. Sólo digo que he visto cómo mira a Josh.
—Sin olvidar cómo la mira él —añadió Lauren.
—No puedo negarlo —admitió Stacie—. Hay atracción. Pero es puramente sexual. Y los dos queremos que la cosa siga así.
Capítulo 11
JOSH se detuvo ante la casa de Anna. El día anterior, el traslado del ganado no había acabado hasta la puesta del sol. Cuando llegó a casa, sólo había deseado caer en la cama y dormir.
Sus labios se curvaron en una sonrisa. Había estado medio muerto sobre la silla de montar, pero la noche que había pasado con Stacie merecía eso y más.
Josh nunca había estado con una mujer con tanta capacidad para dar y recibir placer.
Aunque hacía poco que se conocían, entre Stacie y él se había formado un vínculo de confianza. Una confianza que les había permitido explorar sus cuerpos con un atrevimiento y una pasión poco habituales al principio de una relación. Esperaba que ella no sintiera remordimientos. Él no sentía ni el más mínimo.
Bostezó y miró su todoterreno. Se había levantado temprano y uno de sus vaqueros lo había dejado en el pueblo. Llevaba un juego de llaves extra en el bolsillo, así que podía recoger su vehículo y volver al rancho sin molestar a nadie.
El problema era que no le apetecía hacerlo. Quería ver a Stacie. Quería hablar con ella. Sobre todo, quería asegurarse de que se sentía a gusto con lo ocurrido entre ellos. Tras la llegada de Seth, les había sido imposible hablar en privado.
Miró la casa. Se preguntó si eran imaginaciones suyas o había luz en la parte de atrás. Josh iba a echar un vistazo cuando se abrió la puerta delantera. La mujer que se había adueñado de sus sueños salió al porche con cuatro grandes cajas blancas en los brazos.
Estaba concentrada en cerrar la puerta, una maniobra complicada con las manos llenas.
Josh fue hacia ella. Aceleró el paso al ver que las cajas se ladeaban. Corrió escalera arriba cuando las dos cajas superiores se le escapaban. Estiró los brazos y las atrapó antes de que cayeran al suelo. «Buena parada, Collins», pensó.
—Josh… —la voz de Stacie lo sacó de su momentánea abstracción—. ¿Qué haces aquí?
—He venido a recoger el todoterreno —respondió él. Se miró los brazos—. Y a salvar estas cajas.
Stacie sonrió y Josh,