Natalie abrió la puerta del cuarto de baño
–Aquí está, doctor Gray –anunció la enfermera.
Sarah salió como pudo del baño. Le costaba mucho dar cada paso. Sentía dolor, opresión en el pecho, náuseas…
Cullen abrió los brazos un poco, como si quisiera ayudarla, pero sin acercarse. Vio que tenía ojeras y supuso que no habría dormido mucho, pero seguía siendo el hombre más guapo que había visto en su vida y eso le molestó. No debía pensar esas cosas de su futuro exmarido y pensó que quizás estuviera así por efecto de los analgésicos.
–Ahora estás caminando mejor –le dijo Cullen con entusiasmo.
Sin saber por qué, le gustó que se lo dijera.
–Deberíais dar un paseo por el pasillo –les sugirió la enfermera–. Necesita algo de ejercicio.
Le encantó la idea, estaba deseando salir de esa habitación, pero vio que Cullen apretaba los labios. No parecía agradarle tener que ir a ningún sitio con ella.
No pudo evitar sentirse decepcionada, aunque lo entendía. Ella le había hecho daño al sugerir que se divorciaran y no parecía darse cuenta de que también Cullen la había hecho sufrir al no permitir que lo conociera de verdad. Creía que ese paso había sido una buena idea para evitarles a los dos más sufrimiento en el futuro.
–Sí, deberías dar al menos un par de paseos al día –le dijo Cullen.
Sabía que lo decía porque era médico, pero ya había hecho demasiado por ella y no podía obligarlo a que la acompañara.
–Daré una vuelta por la habitación. Este camisón no está hecho para andar en público. De otro modo, les enseñaré el trasero a toda la planta –les dijo ella.
–No creo que nadie se quejara –bromeó Cullen–. Y menos aún Elmer, el paciente de ochenta y cuatro años que tiene la habitación cerca de aquí.
Natalie se echó a reír.
–Sí, es verdad. Elmer te lo agradecería. Es un viejo verde –comentó la enfermera–. Y seguro que tampoco te importaría a ti, doctor Gray.
–Bueno, Sarah es mi esposa –repuso Cullen mientras le hacía un guiño a la enfermera.
Sarah lo miró estupefacta. Legalmente, seguían estando casados, pero sabía que Cullen quería el divorcio tanto como ella. No entendía por qué bromeaba como si todavía estuvieran juntos.
Cullen fue al armario y sacó algo de allí.
–Y como no quiero que ningún otro hombre la mire, le he comprado esto –les anunció.
Sarah no tenía ni idea de lo que le estaba hablando.
–¿El qué?
Cullen sacó algo naranja de una bolsa.
–Esto es para ti.
Ella miró la bata con incredulidad.
–Espero que el naranja siga siendo tu color favorito –le dijo Cullen.
–Lo es –repuso conmovida al ver que lo recordaba–. Muchas… Muchas gracias.
Era un detalle inesperado y muy dulce. No pudo evitar sonrojarse.
–Así tu trasero estará cubierto y no tendré que pegarme con nadie –le dijo Cullen mientras la ayudaba a ponerse la bata.
Metió su brazo izquierdo por la manga y la colgó del hombro derecho.
Ya se había sentido agradecida con él al ver que había seguido a su lado en el hospital, pero su compañía era suficiente. No había esperado que le comprara nada y lo de esa bata había sido un detalle precioso.
–Bueno, ya estás lista.
Pero no lo estaba. Se sentía mareada y tenía escalofríos por todo el cuerpo, pero creía que no tenía nada que ver con su accidente, sino con el hombre que tenía de pie junto a ella.
–Vamos –la alentó Natalie–. Puedes hacerlo.
Pero Sarah no se veía capaz. Cullen extendió el brazo hacia ella y Sarah aceptó su mano con recelo. Como si no supiera si tocarlo iba a hacerle daño. Entrelazaron sus dedos y sintió un hormigueo por todo el brazo.
–No permitiré que te caigas –le dijo Cullen con seguridad.
Sarah sabía que él la sujetaría si su cuerpo se tambaleaba y caía, pero no creía que pudiera hacer nada por salvarla si era su corazón el que volvía a caer en las redes de ese hombre.
Capítulo 3
LO ÚLTIMO que Cullen había esperado era convertirse en el compañero de paseos de Sarah, pero eso fue lo que sucedió durante los siguientes tres días. Al principio lo hacía de mala gana, pero terminó por disfrutar de esos ratos. Además, había sido su decisión estar allí para ayudarla.
No hablaban del pasado y apenas el futuro, solo lo que tenía que ver con su recuperación. Y otras veces, no decían nada. Le bastaba con estar con ella, apoyándola.
Mientras caminaban por el patio interior del hospital, lleno de altos árboles y plantas con flores, Cullen sostuvo la mano de Sarah y la miró con una sonrisa de satisfacción.
–Mira, has tenido energía suficiente para llegar hasta aquí –le dijo él.
–Te lo dije. Y es mucho mejor que andar por los pasillos de mi planta –repuso Sarah.
Su largo cabello castaño se balanceaba como un péndulo con cada movimiento. Sus heridas y moretones empezaban a desvanecerse.
–Estoy deseando poder salir a la calle –susurró Sarah.
–Ya no queda mucho –le dijo él apretando su mano–. Estás un poco más fuerte cada día.
–Gracias a todos estos paseos.
Le habría gustado que le dijera que era gracias a él. No sabía por qué. Suponía que, para Sarah, ese tiempo juntos no significaba nada. Lo hacía por su salud, nada más.
–El ejercicio puede ser tan importante como un medicamento en la recuperación de un paciente. Lo mismo ocurre con la risa –le dijo él.
–¡Claro! –repuso ella con ironía–. Por eso te empeñaste anoche en ver esa comedia, ¿no?
–Tú también te reíste.
–Sí, es verdad –reconoció Sarah–. Y también estoy sonriendo ahora.
–Tienes una sonrisa muy bonita –le dijo él.
–Gracias –respondió Sarah mirando sus manos–. ¿Crees que podría caminar sola?
Cullen se había acostumbrado a pasear con ella de la mano y era muy agradable, pero sabía que era algo a lo que no debía acostumbrarse. Se la soltó de inmediato.
–Adelante –la animó.
Sarah dio un paso con mucho cuidado. Luego otro.
Él cerró la mano al sentir la ausencia de su cálida piel.
–Me gustan mucho nuestros paseos –le reconoció Sarah entonces.
–A mí también.
Su brillante sonrisa lo dejó sin aliento. Se frotó la cara para tratar de calmarse. Tenía una barba de tres días. Había salido deprisa del hotel y había olvidado afeitarse.
–Pero tengo que ser sincera, estoy deseando escaparme de este lugar –le confesó Sarah.
–Lo entiendo. Supongo que te darán pronto el alta –le dijo para animarla.
–¿Te