La finalidad de este libro no es una crítica del «descubrimiento» de las Américas, y de los abusos y violencias llevados a cabo bajo la tutela de la Iglesia romana, las monarquías ibéricas, y las expediciones militares y comerciales británicas, holandesas o francesas. Mi propósito ha sido más bien poner de manifiesto sus discursos y legitimaciones, su lógica interior y sus voluntades intelectuales. Ha sido reconstruir el sagrado espíritu de la historia universal que atraviesa el proceso colonizador americano hasta el día de hoy. Mi propósito ha sido la construcción de una teoría crítica del colonialismo.
El análisis del colonialismo que expone este libro parte de dos perspectivas filosóficas fundamentales: una de ellas es la teología política del cristianismo y la segunda es la gramatología. Entre sus puntos de partida deben destacarse la genealogía del cristianismo de Nietzsche, su crítica de la moral nihilista y de su fundamento sacrificial. El continente vacío es un análisis del colonialismo como aparato híbrido —a la vez teológico, militar e industrial— de destrucción de culturas y eliminación de pueblos, especies y ecosistemas. Pero comprende centralmente el proceso de instauración de una teología de la culpa, una dominación sacramental, y, finalmente, la destrucción de los vínculos con la memoria y el ser inherentes a la doctrina cristiana, y a su falsa redención, su falsa trascendencia y su falsa conciencia. Ello plantea un áspero horizonte intelectual.
El segundo impulso que anima a esta reconstrucción del logos colonial es la crítica de la gramatología. El sentido que doy aquí a esta palabra se refiere de manera única y específica a la Gramática de la lengua castellana de Antonio de Nebrija, publicada en 1492 como coronamiento de la unificación nacional cristiana de la península ibérica y como programa de su extensión imperial. No utilizo aquí el concepto de gramatología como nombre de una escuela o escolástica académicamente institucionalizada. Más bien señalo que esta escolástica no nace históricamente en Port Royal, sino en la Granada de 1492, y como logos del proceso colonial moderno que se inaugura con la destrucción de las culturas árabes y judías en la península ibérica. Por lo demás, no debe ocultarse que este solemne origen histórico esclarece las ambiguas dimensiones que atraviesa la gramatología en la era de la ingeniería genética, de los scripts de guerras y crisis financieras globales, del control digital universal de la humanidad, y de las catástrofes humanas y biológicas que jalonan su triunfal expansión global. Otro áspero capítulo de nuestro presente histórico.
La Gramática de Nebrija señala una revolución lingüística. No porque diera orden racional y esplendor estético a una lengua en particular como la castellana, sino por la dimensión rigurosamente instrumental subyacente a la racionalización y depuración lexicográficas y gramaticales de esta lengua. El célebre adagio y edicto nebrijano de una «lengua compañera del Imperio» pone de manifiesto transparentemente el vínculo sagrado entre la racionalización escritural de la lengua y la constitución de un sistema jurídico y político de dominación colonial global. Llamo crítica de la gramatología al esclarecimiento de este vínculo interior y constituyente entre la racionalización lingüística y la reducción instrumental de las lenguas humanas, y la concomitante constitución jurídica de un logos y una logística de dominación universal o global.
La crítica del colonialismo que he expuesto en El continente vacío se limita en este sentido a iluminar la función de la gramática moderna como sistema de transformación, reducción y destrucción lingüísticas de las memorias culturales de los pueblos a lo largo de un proceso continuo que comprende, en un extremo, las hablas sagradas del mundo chamánico y las lenguas que podemos llamar clásicas (si incluimos bajo esta palabra al guaraní, el náhuatl y el maya, o a la lengua quechua) y, en el otro extremo, las escrituras modernas de un logos escolástico y tecnocientífico o digital.
Pero si el análisis del proceso de expansión destructiva de la civilización occidental tiene que remitirse necesariamente a la crítica del cristianismo de Nietzsche como uno de sus grandes referentes, la crítica de la gramatología colonial moderna tiene que rendir asimismo un homenaje al análisis de La ciudad letrada de Ángel Rama. La obra de Rama pone de manifiesto el vínculo indestructible entre la escritura, la teología política de la colonización y las estructuras de dominación colonial; y reconstruye, desde esta perspectiva esclarecedora, el proceso colonizador que subyace a las gramáticas y las lexicografías, y a las doctrinas y las burocracias letradas, así como su materialización en los cuerpos administrativos del Estado imperial y la Iglesia católica y romana, y de los estados y culturas nacionales modernas.
En El continente vacío no he hecho otra cosa que articular estos dos horizontes del pensamiento moderno: la crítica de la moral de la culpa y de la disolución cristiana de los vínculos con el ser y la memoria comunitaria, y la teoría crítica del vínculo entre escritura y poder colonial. No he hecho sino entrelazar la crítica de la teología política del apóstol Paulo con la reconstrucción del logos colonial cristalizado en la gramática de Nebrija. Lo repito: la teoría crítica del proceso colonial que aquí expongo arranca de la convergencia de esta teología paulina de la colonización y de la función colonizadora de la gramatología nebrijana. Todo es preciso decirlo: si la teología y las epistemologías de la colonización ya constituyen aisladamente dos temas ásperos y arduos, analizarlos y presentarlos desde el punto de vista de su convergencia y complicidad doctrinarias puede resultar incluso alarmante para los estándares de la inteligencia académicamente domesticada.
Todo ello ha acabado por imponer sobre El continente vacío el estigma de un libro maldito. Su primera edición madrileña fue liquidada, a los pocos meses de su edición, tras la defenestración política de su editor Mario Muchnik. En México apareció una segunda edición en la editorial Siglo xxi, que coincidió con la rebelión de los indios de Chiapas, aquellos mismos indios que retrataba en la controversial crónica expresionista que abre el primer capítulo de este libro. Esta coincidencia me ganó dos generosas recensiones de los escritores mexicanos Margo Glantz y Roger Bartra. Pero el acoso militar y político sobre los pueblos de Chiapas era demasiado violento para no tener que imponer el silencio sobre un libro que esclarecía la continuidad lógica e histórica, desde la que tiene que comprenderse la persistencia de la crisis humana y ecológica de aquella y muchas otras regiones del continente americano.
La edición estadounidense de este libro nunca llegó a tener lugar. Una lectora de Princeton University Press me invitó a almorzar en el Faculty Club de esta universidad para darme a conocer una sentencia sumaria, pero significativa:
Su libro tiene dos inconvenientes. El primero es su eurocentrismo. Escribe usted desde una perspectiva europea. Pero eso no nos preocupa. La segunda limitación es, como comprenderá, más grave. Cita usted en su libro a una serie de autores en español y portugués que en los Estados Unidos no son conocidos, y eso limita el alcance de este libro a un círculo hispanístico que de todos modos tiene acceso a su edición mexicana. No podemos publicarlo.
Cito extensamente estas palabras porque reflejan dos prejuicios elementales de las ciencias humanas en la academia estadounidense. Primero: el colonialismo hispanocristiano de las Américas es una cuestión local. Constituye un problema secundario, subordinado y subalterno. Pertenece a la jurisdicción de los departamentos de lengua española y, por consiguiente, debe relegarse a un fenómeno marginal con respecto al verdadero espíritu universal de la historia, definido por las doctrinas coloniales y poscoloniales ligadas al imperialismo británico y su propagación transnacional. Segundo: lo epistemológicamente e institucionalmente correcto en los subdepartamentos hispanísticos estadounidenses es, en consecuencia, reconstruir el colonialismo iberoamericano como collateral damage de las east companies de Inglaterra o los Países Bajos, y de las expediciones científicas y militares que las escoltaban.
El continente vacío no solo burla este burdo unilateralismo. También disputa la subsiguiente exclusión académica global de las voces intelectuales más reflexivas de América Latina.
Princeton, invierno de 2010.