Shakey. Jimmy McDonough. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Jimmy McDonough
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Изобразительное искусство, фотография
Год издания: 0
isbn: 9788418282195
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la familia, no guardaría mucha conciencia de esta tradición, aunque hubo dos personas en la familia que le impactaron enormemente: el tío Bob y la abuela Jean.

      Si bien Bob Young pasó la mayor parte de su vida trabajando como encargado de relaciones públicas, la música era su gran pasión. «Mi padre era capaz de tocar cualquier instrumento de cuerda que le pusieran delante», sostenía su hija Marny Smith, que actuaba junto a sus hermanas, Stephanie y Penny, en un grupo vocal itinerante que había montado su padre. «Recuerdo que Neil siempre observaba a mi padre allí donde íbamos», comentaba.

      Se da por sentado que Scott Young, que se sabía los acordes básicos con el ukelele, fue quien enseñó a tocar a Neil, afirmación que refutó con vehemencia el hermano de Scott, Bob, que, cuando lo conocí, pese a pasar de los ochenta y no andar bien de salud, se apresuró a sacar su ukelele Arthur Godfrey12 y se lanzó con «How in the heck can I wash my neck if it ain’t gonna rain no more?13». Bob afirma categóricamente que le dio clases a Neil, aunque localiza la acción en Omemee, cuando Neil todavía no tenía su propio instrumento. Neil también menciona a su abuela Jean, la matriarca del clan de los Young.

       Jean era genial, una artista con una personalidad tremenda; tiene que ser ella la raíz de todo… Por su manera de ser. Todo el mundo la apreciaba; a pesar de ser extrovertida, había algo que nunca acababas de entender. Cantaba como los ángeles y tocaba el piano; solía reunir a la gente y ponerse a cantar en un santiamén, y siempre estaba organizando funciones para los mineros y cosas por el estilo. Vivía de la música. Yo la vi y la oí tocar el piano, y era magnífica, ojalá la hubiera conocido mejor porque sinceramente pienso que era alguien especial.

      Mi tío Bob también era genial. Tenía tres hijas —mis primas— y las tenía adiestradas, es decir que era en plan ¡BUM!: «¡La laa la laaaa!». Y se marcaban unas armonías vocales a tres voces perfectas, flipantes, así, chasqueando los dedos para marcar el ritmo, con un magnetismo alucinante, y mi tío las acompañaba al ukelele o lo que fuera, con una sonrisa de oreja a oreja, mientras las chavalas meneaban el esqueleto. Luego mi tío dejaba de tocar: «A ver, chicas: ¿qué queréis cantar ahora?». Dios, eran geniales.

      Me empecé a centrar en el ukelele cuando vivíamos en Brock Road. Luego, cuando nos mudamos a Old Orchard, en Toronto, ya me dediqué a ello más en serio. Creo que los primeros temas que aprendí fueron «Billy Boy», «Rachel and Rachel» y «Bury Me Not on the Lone Prairie». Papá se defiende, pero no lo hace ni la mitad de bien que su hermano. Fuimos a por el ukelele y papá me dio unas nociones básicas, y luego vino mi tío y me enseñó de verdad; las manos le iban a toda hostia y yo: «Tío Bob, ¿qué leches estás haciendo?». Duuuba duuup duuup…

       Pasé de un ukelele básico a otro mejor, luego a un banjo ukelele y después a un ukelele barítono; todo menos una guitarra. Me estaba aficionando a la música.

      «Cuando iba a la escuela, siempre me daba por cambiar de manera repentina», declaró Young a Dave Zimmer en 1988. «Hablo aún de la escuela secundaria, donde me daba por llevar el mismo tipo de ropa y tal durante un año y medio hasta que de repente un día empezaba a llevar ropa diferente y ya no me volvía a poner más la otra ropa. Me iba de un extremo al otro… Obviamente, había algo de mí mismo que no me gustaba; por algún motivo, no me siento seguro.»

      Neil Young llevaba unos zapatos blancos de ante la primera vez que se topó con Comrie Smith, que se convertiría en uno de los alicientes de su etapa en Old Orchard: el primer compinche musical de la infancia de Neil. Se conocieron en clase de matemáticas de noveno grado en el Instituto John Wanless, y no tardaron en hacerse amigos gracias a su pasión compartida por el rock and roll. Al empezar el décimo grado en el otoño de 1959, quedaban todos los días delante del supermercado A&P que hacía esquina entre Yonge y St. Germain para ir juntos al Lawrence Park Collegiate14.

      Smith, un adolescente hipster con el flequillo bien alzado intentando imitar el tupé de Elvis, se quedó anonadado con el estilo de Young. «Neil merodeaba por Yonge Street. Era un tipo muy delgado, muy alto, con el pelo engominado hacia atrás por los lados, pero muy corto por arriba. Iba con un transistor, zapatos blancos de ante, un bonito suéter molón y pantalones negros; era un tío muy fardón.»

      A pesar de las limitaciones económicas propias de una madre separada, Rassy no escatimaba en gastos para el vestuario de Neil y le compraba jerséis deportivos y llamativas cazadoras de pana en Halpern’s, una exclusiva tienda de ropa. Comrie recuerda a Rassy más como a una colega de Neil que como a su madre. «Era muy agradable y muy abierta con nosotros; tenía un punto infantil, y yo pensaba que sería genial tener una madre como Rassy, que iba en plan: “Adelante, a por todas”. La libertad que tenía Neil era la envidia de todos.»

      Hacerse amigo de un chaval hijo de padres separados supuso todo un problema para Comrie. «Mis padres nunca acabaron de aceptar a Neil, porque pensaban que me convendría más relacionarme con gente de un entorno más estable.»

      Smith recuerda que Young era un manojo de nervios al que la separación de sus padres había afectado muchísimo. «Neil se exaltaba mucho con el tema de la ruptura; no paraba de hablar de ello y solía acabar con la cara roja como un tomate.» Además de aquella facilidad para enrojecer, Young tenía la manía de «sacudir los dedos a tal velocidad que hacía que las uñas chasquearan ruidosamente», pero Neil se las ingenió para hacer de sus tics nerviosos todo un numerito que utilizaba en clase. «Le sacó mucho provecho», comentaba Smith. «Con solo entrar, poner aquel careto y sacudir los dedos, tenía a toda la clase partiéndose.»

      Neil se hizo popular entre las chicas gracias a sus payasadas, ya fueran intencionadas o innatas. «A todas les hacía gracia porque era muy divertido», decía Smith, que recuerda perfectamente que Young le lanzó a una chica una goma elástica al pecho para demostrar que llevaba relleno. «¿Has visto, Comrie? Ha rebotado enseguida», exclamó Neil, quien, para sorpresa de Smith, incluso consiguió hacer reír a su víctima. «Si llego a ser yo, ¡me mata!»

      Con ese comportamiento, Neil se ganó un puesto casi permanente junto al despacho del subdirector, pero incluso desde allí se las arreglaba para hacer alguna barrabasada. «Recuerdo ver un petardo pasar zumbando por la ventana de la clase, pasos acelerados, a Neil corriendo por delante de clase para volver a su pupitre en el pasillo, a la Srta. Smith salir disparada por la puerta para interceptarlo y a toda la clase partiéndose.»

      También está el capítulo de la inspección del cuerpo de cadetes un día de mayo de un calor sofocante. Comrie recuerda ir de uniforme y con los zapatos negros de cordones y tener que mascar una goma elástica para evitar desmayarse. Young se puso en la fila como si tal cosa con sus adorados zapatos blancos de ante. Cuando lo expulsaron de la ceremonia, Young «no podía parar de reír», comentaba Smith; «nos tocó quedarnos allí firmes una hora».

      Young sentía una especial empatía hacia sus compañeros más huraños, ya que sin duda debía de verse un poco reflejado en aquellos marginados. Gary Renzetti era «un chaval espabilado sin un duro y de pocas luces», explicaba Smith, «que llevaba unas pintas como si se hubiera pasado la noche escarbando en los contenedores del vecindario». Un día, Neil decidió echarle un cable a Renzetti en uno de tantos días de vejaciones estampándole un libro de matemáticas en la cabeza a uno de sus torturadores. La siguiente vez que uno de aquellos gamberros empezó a meterse con Renzetti, Neil le pidió al profesor un diccionario y ¡PLAS! Cuenta la leyenda que dejó al pandillero de marras seco. «Me expulsaron un día y medio, pero le dejé claro a aquella peña cómo me las gastaba», le contaría Young a Cameron Crowe muchos años más tarde. «Así es como me planteo yo las peleas: puestos a pelear, vas a saco con quien sea o lo que sea que te moleste; si no, mejor no meterse.»

      A ver, no es que fuera «¡A MATAR!» literalmente. Lo que sí hice fue darle al tipo en la cabeza con el diccionario con todas mis fuerzas, y me quedé anchísimo; no es algo que recomiende hacer, pero sin duda te ayuda a desahogarte y luego te sientes mucho mejor. ¿John Wanless? Tenías que llegar en el momento adecuado. Si llegaba un poco antes de hora, podía llevarme una paliza que te cagas, así que me aseguraba de llegar justo a tiempo. Y cuando te pirabas de la escuela, salías cagando leches y te ibas bien lejos, porque la gente