–Necesito hablar contigo.
–¿Ahora mismo?
–Sí, ahora mismo.
–De acuerdo, pasa. ¿Te parece bien que me ponga unos pantalones o prefieres que hablemos así?
Olivia le indicó que se alejara con un gesto y se dirigió sola al cuarto de estar, consciente de la desagradable ironía de estar siendo invitada a entrar en su propia casa. Ella había decorado aquella habitación, al igual que el resto de las habitaciones de la casa. Se le hacía raro estar allí con los brazos cruzados, como si temiera romper algo sin querer. Y, aun así, no le producía tristeza. Podía haber decorado aquella casa, pero lo había hecho atendiendo a los deseos de Víctor, no a los suyos. Víctor necesitaba una casa en la que pudiera celebrar fiestas y cenas importantes. Las habitaciones estaban diseñadas para impresionar, no pensando en el confort.
Oyó los pasos de Víctor en el piso de arriba y la invadió de nuevo la nostalgia. Había vivido en aquella casa durante muchos años, conocía todos sus sonidos, todas sus peculiaridades. Pero en aquel momento quería marcharse.
Olivia cruzó los brazos con fuerza, sintiendo cómo iba trepando por la nuca el dolor de cabeza y se tensaba alrededor de su cuello y su cabeza. Cuando oyó los pasos de Víctor en la escalera, se volvió para enfrentarse a él.
Se había puesto unos pantalones y una camisa que se había dejado desabrochada. ¿Estaría provocándola? ¿Intentando tentarla? Ella le había dicho muchas veces que tenía un torso muy bonito, y se lo había dicho en serio, pero la definición de «bonito» había cambiado desde que había visto el cuerpo de Jamie.
Víctor se pasó la toalla por el pelo una última vez y se la colgó al hombro.
–¿Qué puedo hacer por ti?
–No me lo puedo creer –rugió.
–¿El qué? –preguntó Víctor, arqueando las cejas con fingida inocencia.
–¿Has llamado al jefe de mi departamento?
–¿Por qué iba a hacer una cosa así?
–¡Para que me despidan!
Víctor se encogió de hombros.
–No tengo la menor idea de a qué te refieres.
Maldito mentiroso.
–Alguien ha llamado al jefe de mi departamento para decirle que me estoy acostando con uno de mis alumnos. ¿Quién crees que puede haber sido?
–No he sido yo. ¿Por qué iba a llamar yo?
–Vamos, Víctor. No finjas que no te cabreó enterarte de lo de Jamie.
Víctor sonrió con un gesto de suficiencia.
–Yo no diría que me «cabreó», como tú dices de forma tan educada.
Otra mentira. Había visto la rabia en sus ojos.
–¿De verdad, Víctor? ¿Entonces cómo describirías tus sentimientos?
–¿De verdad quieres saberlo? Muy bien. Me pareció vergonzoso. Una mujer de treinta y cinco años ligando con un estudiante que tendrá poco más de veinte. Me pareció un gesto desesperado, y te compadecí.
Olivia retrocedió horrorizada.
–No me puedo creer que me hayas dicho una cosa así. ¡Tú, precisamente tú!
–Yo soy el único que puede decirte la verdad, porque te quiero.
Olivia se quedó boquiabierta, pero no fue capaz de articular palabra.
–Sabes que todavía te quiero. No entiendo por qué me estás haciendo esto.
–Estás loco –consiguió decir Olivia por fin–. Estás loco de remate. Debería ser yo la que hablara con el jefe de tu departamento.
–¡Yo no llamé a tu jefe! Dios mío, sabes que jamás te haría algo así. Sería el primer sospechoso y no puedo arriesgarme a que te enfades conmigo.
–Sí, tienes toda la maldita razón, no puedes –le espetó–. Y no te atrevas a decir que estoy haciendo algo vergonzoso. Te dedicas a perseguir a chicas a las que doblas en edad como si estuvieras intentando revivir tu juventud.
–Jamás he tenido que perseguir a nadie –le contradijo–. Ni siquiera a ti.
Olivia se clavó las uñas en las palmas de las manos y no le permitió ver nada más que burla en su rostro. Tenía razón. No la había perseguido. La había apadrinado y había conseguido que estuviera dispuesta a arriesgarlo todo por él. Alzó la barbilla.
–A lo mejor deberías pensar algún día en la posibilidad de asumir un desafío.
–¡Ah! ¿Eso es lo que estás haciendo tú?
La verdad era que sí, pero no en el sentido que pensaba él.
–No he venido aquí para volver a discutir de nuestros problemas. Solo quiero saber por qué lo has hecho.
–Yo no le he contado a nadie tu secreto, Olivia.
–¿Entonces quién ha sido?
Víctor alzó las manos, abriéndose la camisa al hacer aquel gesto.
–¿Cómo voy a saberlo?
–¿Alguien te ha hablado de ello?
–Fueron muchas las personas que me hablaron de ello después de la fiesta. Supongo que es algo que tengo que agradecerte a ti.
Olivia creyó sentir una punzada de culpa, pero, al final, resultó ser solo la emoción de una minúscula victoria.
–Sé muy bien lo que se siente, así que no intentes hacerme sentir mal.
–Hay una gran diferencia y lo sabes. Yo no quería llegar a esto.
–Víctor…
–Yo no quería llegar a esto y sigo sin quererlo.
Olivia deseó entonces no haber ido a buscarle.
–Víctor, vas ya por la segunda novia. No te hagas el mártir.
–Fue un error, maldita sea. Tú…
–No –le interrumpió Olivia, dándole la espalda y dirigiéndose hacia la puerta–. No he venido a esto. Adiós. Pero si averiguo que fuiste tú el que llamó a Lewis, que el cielo te ayude, porque pienso contarle al decano todo lo que sé –abrió la puerta, salió y la cerró de un portazo.
Víctor volvió a abrirla.
–Olivia…
–¡Y carga el maldito teléfono!
Olivia se alejó y le dejó allí plantado, en el último escalón, observándola con el ceño fruncido mientras se alejaba.
Hacía mucho tiempo que Víctor no le repetía aquello de «yo no quiero el divorcio», ¿qué sentido tenía que lo resucitara en aquel momento?
Debía de ser triste no poder tenerlo todo, pero Olivia creía que Víctor había superado su divorcio tiempo atrás.
Aun así, el estado emocional de Víctor ya no era su problema. Tenía otros problemas que solucionar. Como averiguar quién la había denunciado. Víctor tenía razón en algo; estando en su sano juicio, no haría nunca algo así.
Ninguno de sus compañeros de trabajo estaba al tanto de la razón de su divorcio. No sabían que se había estado acostando con su alumna asistente. Olivia lo había descubierto porque había tenido que adelantar un viaje para asistir al entierro de su abuelo.
Había aceptado guardar silencio. Aquella había sido su última concesión a la carrera profesional de Víctor. Aun así, continuaba impresionándola el esmero con el que había tejido su mentira. Había