Jamie se lo tomaría a risa.
Por lo menos no le había invitado a pasar cuando la había acompañado hasta su puerta. Solo le había dado otro beso. Un beso lento, ardiente, que había hecho cosquillear todo su cuerpo.
Sonrió. A lo mejor merecía la pena pasar algo de vergüenza. No se sentía como una mujer nueva ni nada parecido, pero sí bastante más feliz.
Era un buen comienzo.
Aun así, incluso en el caso de que él hubiera mostrado algún interés, ella no se creía capaz de recorrer aquel camino con Jamie. Aquel hombre era muy potente. Se lo había parecido incluso antes de que rozara sus labios, y después le había parecido letalmente embriagador. No tenía la menor duda de que podría pasar muy buenos momentos con Jamie Donovan, pero ella no quería limitarse a ser una más de una larga lista de mujeres. No quería ni pensar lo que sería verle alejarse de ella, llevándose aquellos buenos momentos con él.
Fueran cuales fueran sus propias intenciones, para Olivia no fue ninguna sorpresa pensar en él en cuanto oyó el sonido del teléfono. Una prueba más de que ya estaba loca por él. Se obligó a acercarse temerosa al aparato y contestó sin mirar siquiera el identificador de llamadas, fingiendo que no le importaba quién pudiera ser.
–Olivia Bishop –contestó.
–¡Olivia Bishop! –dijo al otro lado una amistosa voz femenina.
–¿Gwen? –preguntó, y en ese momento se dio cuenta de lo que estaba a punto de pasar.
–Hablé con Marcie ayer por la noche.
–¡Ay, Dios!
Olivia se tapó los ojos con la mano. Marcie era amiga de uno de los compañeros de trabajo de Víctor.
–Eres una brujita traviesa –la acusó Gwen, arrastrando las palabras, sin disimular que estaba disfrutando con su secreto–. Estás enamorada hasta las trancas de Jamie Donovan. No sé si odiarte o subirte a un pedestal.
–No estoy enamorada de Jamie Donovan.
–Mentirosa.
Oliva sonrió mientras sacudía la cabeza.
–No te estoy mintiendo.
–Mira, admiro que estés intentando proteger su pudor. Resulta encantador.
–Gwen –insistió Olivia riendo–, admito que fui con él a una fiesta, pero eso fue lo único que pasó.
–¿No pasó nada más? –preguntó Gwen elevando la voz–. ¿Y cómo surgió todo? Solo le habías visto una vez, ¡una vez!
–Lo sé.
–¿Y decías que estabas intentando regresar al mundo de las citas? Lo que has hecho ha sido ponerte en el disparadero.
Olivia se tiró en la cama riendo de tal manera que no podía respirar.
–Necesito todos los detalles –le pidió Gwen–. ¡Por favor, Olivia, cuéntame algún detalle!
–Lo siento, Gwen, pero no tengo ningún detalle que contar.
–Entonces, cuéntame cualquier cosa a cualquier nivel. Sácame del misterio.
Olivia suspiró. No iba a contarle todo a Gwen, pero si se negaba a hablar, todo parecería mucho peor de lo que había sido.
–Jamie me pidió salir y yo…
–Un momento. Repite eso.
No era una parte fácil de contar y Olivia deseó poder evitar contarla. Pero se limitó a obviar los detalles.
–Le vi en el campus. Me pidió que si quería salir con él y le dije que no, pero entonces me acordé de la fiesta…
Gwen soltó un chillido.
–Fuimos a la fiesta y eso fue todo. Fin de la historia.
–¡Qué va! Ni lo sueñes. ¿Cómo estuvo Jamie? ¿Os enrollasteis? ¿Visteis a Víctor? ¡Oh, Dios mío! Dime que coincidisteis con Víctor.
–Jamie fue encantador. No, no nos enrollamos, pero por supuesto que vimos a Víctor. Y, lo más importante, él nos vio a nosotros.
–¡Ay, Dios mío! Me encantaría que estuvieras ahora aquí conmigo para poder chocarte los cinco –Gwen había sido secretaria del departamento de Víctor durante dos años y no le tenía una gran simpatía.
–Admito que fue bastante satisfactorio.
–¿Ah, sí? ¿Terminaste satisfecha?
–Gwen, no pasó nada. Y no va a pasar nada. Me divertí, pero eso es todo.
–¿Te rechazó?
Olivia elevó los ojos al cielo.
–Ahora sí que me gustaría que estuvieras aquí. Para poder chocarte los cinco en la cabeza.
–Vamos, Olivia, ¿por qué no vas a verle otra vez?
–Es complicado.
–No tiene por qué serlo.
–Pero lo es. Y ahora tengo que colgar. Se me está haciendo tarde para salir a correr.
Bastante tarde, la verdad fuera dicha. No solo había dormido más de la cuenta, sino que no había vuelto a acordarse de correr hasta aquel momento. Aquello ya era un principio. Había salido a correr a la misma hora todas las mañanas desde que se había enterado de que su marido la engañaba.
–¡Esta conversación todavía no ha terminado! ¡Ni de lejos! –oyó gritar a Gwen mientras presionaba con el pulgar el botón con el que puso fin a la llamada.
Olivia chasqueó la lengua y colgó el teléfono.
A pesar de la hora que era, no fue a cambiarse para salir a correr. Durante unos segundos se limitó a disfrutar de aquella sensación. De la novedosa y extraña sensación de tener una amiga íntima. Era casi tan emocionante como besar a Jamie, aunque la felicidad quedara confinada en partes menos interesantes de su cuerpo. Se sentía estúpida por haber ignorado la necesidad de tener una amiga durante tanto tiempo. Habría sido mucho más feliz mientras estaba casada con Víctor si no se hubiera dedicado por entero a él.
Y a lo mejor habría descubierto la verdad antes de haber malgastado tantos años.
El arrepentimiento intentó asomar su horrible cabeza, pero Olivia se lo impidió. Había pasado un año regodeándose en el sufrimiento y ya estaba harta. Aquel año iba a ser para ella. El año de Olivia. Y aquel verano sería el punto de partida. Había aceptado impartir dos asignaturas durante el verano para disponer de un dinero extra, pero las dos eran fáciles de preparar y no le llevarían mucho tiempo. Había enseñado aquellos contenidos en otras ocasiones y eran clases libres de créditos. Incluso el grupo de estudiantes al que había aceptado tutorizar durante aquel verano era bastante independiente, de modo que, dejando de lado las horas de despacho y el tiempo de clase, era libre de hacer lo que le apeteciera. ¿Pero qué le apetecía?
Mientras se lavaba los dientes y se ponía unos pantalones cortos y una camiseta, revisó las opciones que tenía para aquel día. Las clases solo duraban hasta las dos. Después podía dedicarse a abrir las cajas que todavía estaban esperando en el armario del dormitorio. O podía dedicarse a estudiar el programa de planificación financiera que tenía intención de revisar. Pero ninguna de aquellas dos tareas le parecieron actividades apropiadas para una mujer que estaba volviendo a la vida. Y tampoco eran la mejor opción para la clase de mujer que se llevaba a un hombre más joven que ella a una fiesta y le besaba a la vista de los empleados de la cocina.
Mientras se ataba los zapatos, Olivia tomó una decisión. Aquel día conduciría hasta Denver y comería allí sola. Se tomaría un vino con la comida. O dos. Y después iría al museo de arte y se pasaría allí tantas horas como quisiera paseando por las galerías.