Abandona la idea de un Dios que te ayuda, porque con un Dios subsiste la posibilidad de que podamos hacer algo erróneo y que luego vayamos llorando y gimiendo a rezar: «He sido un tonto, pero ahora Dios puede salvarme».
Ante una ley no puede rezarse, ante una ley no puedes decir: «He sido un tonto». Si fueses un tonto tendrías que sufrir, porque la ley no es una persona. Es absolutamente indiferente, y sigue su propio curso.
Si te caes al suelo y te rompes los huesos y quedas con muchas fracturas, no vas a quejarte a la ley de la gravedad. «No estés tan en contra mía. Al menos podías haberme avisado. ¿Por qué te has enfadado tanto conmigo?».
No, nunca te quejas de la ley de la gravedad porque sabes que si la sigues correctamente, ésta te protege. Sin la ley de la gravedad no estarías en la tierra, sino flotando en el cielo. La ley de la gravedad te mantiene en la tierra, es lo que te enraíza. Sin ella no estarías aquí. Te permite caminar, y ser. Si haces algo erróneo, entonces sufrirás. Pero la ley no te castiga, ni te recompensa. No tiene nada que ver con tu personalidad. Tú te castigas y te recompensas a ti mismo. Sigue la ley y te estarás recompensando. No la sigas, desobedécela y serás una víctima, sufrirás.
El Buda llama dhamma a la ley, es su Dios. Le quita la personalidad, porque el ser humano ha creado muchos problemas a partir de la personalidad. Los judíos creen que son el pueblo elegido de Dios, así que será indulgente con ellos. ¡Vaya despropósito! Los cristianos creen que ellos son el pueblo elegido de Dios porque envió a “su hijo unigénito” a salvarles, así que quien siga a Jesús se salvará. Pero eso da la impresión de ser nepotismo, porque estás relacionado con Jesús y él es el hijo de Dios… Se parece a los funcionarios de la India, a los políticos. Si tienes relaciones, entonces estás salvado. Otra tontería.
Me han contado que cuando los japoneses fueron derrotados en la guerra, uno de sus generales habló con un general inglés y le dijo:
–No podemos comprender por qué hemos sido derrotados, cómo fuimos derrotados.
El general inglés contestó:
–¿No lo sabe? Nosotros creemos en Dios y rezamos. Cada día, antes de empezar a luchar, rezamos.
Pero el japonés dijo:
–Nosotros también. Nosotros también creemos en Dios y rezamos.
El inglés se rió y dijo:
–¿Alguna vez ha pensado en que Dios pudiera no entender el japonés?
El Buda le quita la personalidad a Dios. Entonces no es necesario que nadie entienda japonés, inglés, hebreo, o sánscrito. Los hinduistas dicen que el sánscrito es el lenguaje genuino de Dios… devavani, la lengua de Dios. Todas las otras lenguas son simplemente humanas, pero el sánscrito es divino. Y ese mismo tipo de desatino existe en todo el mundo. El Buda liquida la base de todo eso. Dice que Dios no es una persona, que es una ley. Síguela, obedécela, y te recompensarás a ti mismo. No la sigas y sufrirás.
«Por el eso sabio nunca saldrá herido, pues la maldad acabará destruyendo a los propios malvados.»
Así que recuérdalo como una regla fundamental: todo lo que hagas a los demás en realidad te lo estarás haciendo a ti mismo… Todo, digo, lo que le hagas a los demás te lo estarás haciendo a ti mismo. Así que cuidado.
Dijo el Buda:
«Si te esfuerzas por entrar en el camino a través de mucho estudio, no lo comprenderás. Si observas el camino con un corazón sencillo, grande será en verdad este camino».
Este camino, este dhamma, esta ley, esta ley esencial de la vida, no puede ser comprendida mediante el estudio, leyendo escrituras ni memorizando filosofías. Para conocerlo hay que vivirla. La única manera de conocerlo es vivirlo. La única manera de conocerlo es existencial, no intelectual.
Me han contado una anécdota muy famosa:
Hace años se rumoreaba entre las comunidades académicas acerca de un joven erudito de una universidad talmúdica de Polonia. Se le exaltaba a causa de sus grandes conocimientos y su concentración en los estudios. Los visitantes se iban impresionados.
Un día llegó una importante autoridad talmúdica y le preguntó al decano acerca del joven:
–¿Sabe ese joven tanto como dicen?
–La verdad –contestó el viejo rabino con una sonrisa– es que no lo sé. El joven estudia tanto que no puedo entender cómo encuentra tiempo para saber.
Si te ocupas demasiado con el intelecto no tendrás tiempo para emplearte con todo tu ser. Si estás demasiado en tu cabeza pasarás por alto mucho de lo que es asequible. El camino sólo puede conocerse si participas profundamente en la existencia. No puede comprenderse desde fuera; hay que ser un participante.
No hace mucho vino a verme un profesor de psicología. Enseña en Chicago. Es indio y vive en los Estados Unidos. Vino de visita. Llevaba escribiéndome desde hacía casi dos años: «Iré dentro de poco, no tardaré». Finalmente vino, y quería saber cosas sobre la meditación. Se quedó aquí diez o doce días y observó meditar a los demás, y decía: «Estoy observando».
¿Pero cómo puedes observar meditar? Puedes meditar, ésa es la única manera de saber al respecto. Puedes observar a un meditador desde fuera –puedes ver que baila, o que permanece en silencio, o que sí, que está sentado–, ¿pero qué vas a hacer con eso?
La meditación no es sentarse, no es bailar, no es estar inmóvil. La meditación es algo que sucede en el hondón de la persona, en lo más profundo. No puedes observarlo, no existe el conocimiento objetivo de la meditación.
Así que le dije:
–Si realmente quiere saber… baile.
Y él contestó:
–Primero tengo que observar, primero debo autoconvencerme de que es algo, y luego lo haré.
Entonces yo le respondí:
–Si se apega a su condición nunca lo hará. Porque la única forma de saber es hacerlo, y usted dice que lo hará sólo cuando lo sepa. Es imposible. Se pone una condición tan imposible que nunca sucederá.
Es como si alguien dijese: «Amaré sólo cuando sepa qué es el amor». ¿Pero cómo puedes conocer el amor sin amar? Puedes observar a dos amantes de la mano, pero eso no es amor. También dos enemigos pueden tomarse de la mano. Aunque dos personas se tomen de la mano, eso no significa que se amen, pueden estar simplemente fingiendo.
Aunque veas a dos personas haciendo el amor, puede que no se trate de amor. Puede ser otra cosa; puede ser simplemente sexo y no amor. No hay manera de conocer el amor desde fuera. Hay cosas que sólo te son reveladas cuando eres un participante.
Dijo el Buda:
«Si te esfuerzas por entrar en el camino a través de mucho estudio, no lo comprenderás».
Hay cosas que pueden aprenderse estudiando… Son cosas externas, cosas objetivas. Esa es la diferencia entre ciencia y religión. La ciencia no necesita experiencia subjetiva. Puedes seguir fuera y observar; es un enfoque objetivo de la verdad.
La religión es un enfoque subjetivo. Has de entrar, has de penetrar; es introspectiva. Has de sumergirte profundamente en tu propio ser. Sólo entonces puedes saber. Sólo a partir de tu propio centro podrás comprender qué es el camino, qué es el dhamma –o qué es la santidad–, pero deberás participar.
Sólo puedes conocer la santidad convirtiéndote en un dios, no hay otra manera. Sólo puedes conocer el amor convirtiéndote en amante. Y si crees que es muy arriesgado sin antes conocerlo –y enamorarse es arriesgado–, entonces te quedarás sin amor, seguirás siendo un desierto.
Sí, la vida es riesgo, y uno debe ser lo bastante valiente para aceptarlo. No siempre hay que ser calculador. Si no dejas de calcular toda la vida, te lo perderás todo.