–Esto es una locura, Olivia.
–Tranquilízate, jefe. Sólo soy la vieja Olivia. ¿Crees que puedo suponer un riesgo para la salud?
–Habitualmente no…
–Nicholas siempre usaba preservativos. Y yo empecé a tomar la píldora el mes pasado, ya que confiaba en Nicholas. ¡Qué idiota! Pero no te preocupes. Confío en ti, Lewis. Tú eres un hombre honorable.
–¡Honorable! ¡Dios mío! ¿Y crees que esto es honorable? ¿Dejarte hacer esto cuando sé que estas bebida?
–No subestimes tu atractivo, Lewis. ¿Cómo sabes que no estoy haciendo esto porque me moría por ti y me controlaba sólo porque sabía que eras un hombre felizmente casado? ¿Cómo sabes que yo no he fantaseado contigo cada día de estos seis últimos meses, que no he pensado en que me hacías el amor en el laboratorio o sobre tu escritorio o como ahora?
Ella observó que él estaba ya fuera de sí. Una expresión salvaje y primitiva llenaba su rostro.
Le abrió la camisa, subiéndole el sujetador para descubrir unos pechos llenos y duros. Luego, acercó su lengua al pezón más cercano. Olivia echó hacia atrás la cabeza, y soltó un sensual gemido. Mientras lamía el pezón de ella, Lewis le subió la falda hasta la cintura y la colocó sobre él, empujándola luego hacia abajo.
Olivia jadeó. No estaba segura de por qué esa postura les gustaba tanto a los hombres, pero finalmente comprendió cuál era su atractivo para las mujeres. Nunca se había sentido tan llena, su carne atravesada completamente por la de él. Ella se comenzó a mover de un modo instintivo y voluptuoso, subiendo y bajando de un modo increíblemente placentero.
Todos los pensamientos acerca de Nicholas y las ganas de vengarse de él, desaparecieron al enfrentarse a la experiencia sexual más increíble de toda su vida. Lewis estaba agarrando sus nalgas, apretándolas fuertemente y urgiéndole para que incrementara el ritmo. Ella comenzó a moverse más rápidamente.
La cabeza le daba vueltas y sentía que el cuerpo le ardía. Apenas podía respirar. Su boca se abrió y sus gritos hicieron que Lewis se excitara todavía más, comenzando a jadear hasta que sintió el primer espasmo. Soltó un gemido y echó la cabeza hacia delante. Lewis comenzó a gemir y a arquearse, profundizando más en ella.
Olivia a su vez podía sentir su propia carne, que se contraía alrededor de la de él, apretándola, ordeñándola… Las sensaciones casi le hicieron perder la cabeza. Finalmente, él se relajó bajo ella y se hundió en el sofá.
Olivia se quedó mirando la boca jadeante de él y sus ojos cerrados en tensión, mientras volvía poco a poco en sí. Gradualmente, sus terminaciones nerviosas se relajaron y una ola de satisfacción inundó su cuerpo, haciendo que bajara bruscamente de las alturas como si le hubieran arrojado una esponja húmeda a la cara. Una realidad asquerosa reemplazó al júbilo salvaje que ella había sentido un minuto antes y un sudor frío y pegajoso brotó de todo su cuerpo.
¡Santo Dios! Pero, ¿qué había hecho?
Sintió que el estómago se le revolvía. Viendo el estado en el que estaba, trató de arreglarse la ropa, mientras notaba cómo la bilis le subía por la garganta, delatando que se iba a poner mala.
Apenas pudo llegar al cuarto de baño privado de Lewis. Nada más cerrar la puerta, vomitó sobre la papelera. Incluso después de echar fuera de su cuerpo todo lo que había comido y bebido, sintió nuevos espasmos. Y, sobre su frente, aparecieron gotas de sudor mientras se retorcía de dolor.
Por unos minutos, Olivia pensó que se iba a morir. Y casi hubiera deseado morirse. Así no tendría que salir del cuarto de baño y enfrentarse a Lewis.
Le temblaban las manos todavía cuando alcanzó una toalla para limpiarse. Gimiendo, se acercó hasta el lavabo, donde se enjuagó la boca con agua. Finalmente, se derrumbó sobre el frío suelo. Y se quedó allí tirada mientras oía golpes en la puerta.
–¿Estás bien, Olivia?
¿Estar bien? ¿Cómo podía estarlo después de lo que había hecho? Sólo de recordarlo los ojos se le llenaban de lágrimas y el pecho se le tensaba de remordimiento y vergüenza.
–¿Olivia?
–Vete –gritó–. Te digo que te vayas.
–No seas tonta. Estás enferma. Así que me voy a quedar.
–Si no te vas ahora mismo, no sé lo que soy capaz de hacer.
Se oyó un suspiro de Lewis.
–Ya veo. Ya me imaginaba que te arrepentirías después. Y yo también me arrepiento, diablos. Pero me ha sido imposible detenerte, Olivia.
–Por favor –rogó ella–. Yo… no quiero seguir hablando de esto.
–Quieres olvidar lo que ha pasado, ¿no es eso?
–Sí.
–Yo no estoy seguro de que pueda olvidarme.
–Pues tienes que hacerlo. O yo… presentaré mi dimisión.
–¿Tu dimisión?
–Sí.
–No quiero que dimitas. Así que me marcharé si eso te hace sentirte mejor. Prométeme que pedirás un taxi. Te lo paga la empresa.
–Ya me lo pagaré yo misma, muchas gracias. No necesito que me recompenses. Nunca he estado tan disgustada conmigo misma.
–La culpa ha sido de los dos, Olivia, suponiendo que culpa sea la palabra adecuada.
–¿Y qué otra palabra hay?
–Necesidad, quizá.
–¿Necesidad?
–Sí. Pero podemos hablar de eso otro día. Creo que en este momento tu estado no es el mejor para ponerte a discutir acerca de las complejidades de la vida.
–Sólo márchate. ¡Por el amor de Dios!
–Muy bien. Veo que estás tan trastornada, que no puedes razonar, así que te llamaré mañana a casa y podremos hablar sobre lo sucedido ya más tranquilos.
–De acuerdo –dijo ella entre dientes.
–Buena chica.
¿Buena chica? Él debía estar bromeando. Su comportamiento había sido vergonzoso. Lewis no tenía por qué sentirse culpable. No se había aprovechado de que ella estuviera bebida. Había sido ella la que se había aprovechado del estado de frustración en el que se encontraba él. Olivia estaba segura de que Lewis no había estado con ninguna mujer desde que su matrimonio se rompió. Lo sabía porque ninguna mujer le había llamado y él se había quedado trabajando hasta tarde todos los días. Incluso alguna vez se había quedado toda la noche.
No, él había sido célibe desde que Dinah lo abandonó, así que su reacción había sido normal en un hombre joven y sano. Se entendía que no se hubiera resistido a las insinuaciones de su secretaria. Así que la única culpable era ella y sólo ella debía avergonzarse. Y él había sido muy generoso al tratar de excusarla. Ella no se merecía tanto.
–Dime de nuevo que estás bien –insistió él.
–Me pondré bien –dijo ella débilmente. Luego, se secó las lágrimas que le bajaban por las mejillas.
–Lo siento, Olivia. Pero no pareces estar bien. Y no me perdonaría si te dejara en este estado. Déjame entrar.
–No. No puedo.
–Pues tú lo has querido.
Olivia miró boquiabierta cómo Lewis echaba la puerta abajo con gran estrépito.
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