Obviamente tendría que abandonar la casa de Lorenzo, y lo antes posible. Por desgracia para ella no tenía a dónde ir, ni un penique a su nombre, ni tampoco amigos que pudieran acogerla porque había estado mudándose con demasiada frecuencia como para hacer amistades duraderas.
Ahora se arrepentía de no haberse esforzado más en sus estudios durante los años que había estado viviendo en casas de acogida. Cada vez que la habían enviado a una nueva, también había tenido que cambiar de colegio o de instituto, y eso había hecho que perdiera el interés por aprender. Los continuos cambios la habían descentrado, la habían vuelto indisciplinada y no se atrevía a forjar una relación estrecha con ninguna de las personas a las que conocía porque sabía que antes o después tendría que irse a otro lugar y dejaría de verlas.
Quizá por eso había reprimido sus recelos para no perder el contacto con Brooke, llegando a pasar por alto sus malos modos y la manera en que se portaba con ella. No había querido perder ese vínculo de hermanas que tan importante era para ella, y siempre había estado ansiosa por ofrecerle todo su cariño y su apoyo.
¿No se había aferrado igual a Lorenzo, con esa ansia patética por ofrecerle su cariño aun cuando él no se lo había pedido? Se reprendió para sus adentros por esas muestras de debilidad y de dependencia emocional. Claro que era comprensible que anhelara sentirse amada.
Los recuerdos que tenía de su madre, Natalia, eran algo difusos porque había muerto cuando ella tenía solo once años. Recordaba vagamente que había sido una madre afectuosa, pero su padre, en cambio, jamás le había prestado la menor atención cuando las había visitado. No parecía haber tenido el más mínimo interés en ella, recordó con tristeza, aunque era probable que su aparente indiferencia se debiera al sentimiento de culpa que debía haber tenido por haber sido infiel a su esposa.
De hecho, si su madre no le hubiera dicho que William Jackson era su padre, jamás lo habría sabido, porque su nombre ni siquiera figuraba en su certificado de nacimiento. Aunque había ayudado a su madre económicamente, se había negado a reconocerla a ella como a su hija.
–Bueno pues ya estamos en casa –dijo Lorenzo cuando entraron en la vivienda.
No, Madrigal Court era la casa que Brooke y él habían compartido, lo corrigió ella para sus adentros. Ella no debería estar allí.
–No alcanzo a entender cómo una pesadilla ha podido generarte tanto estrés –murmuró con impaciencia mientras la conducía a la sala de estar y cerraba la puerta tras ellos–. ¿No vas a contarme qué te ocurre?
Milly se sentó en un sillón e inspiró profundamente para calmar sus nervios.
–Esa pesadilla me hizo revivir el accidente –le confesó–, y al despertar había recobrado la memoria.
Lorenzo palideció y se puso rígido.
–¿Así, de repente?
–Así, de repente –le confirmó ella con un nudo en el estómago–. Pero el problema es que al recobrar la memoria me di cuenta de que no soy la persona que todo el mundo había dado por hecho que era…
Lorenzo frunció el ceño, como si estuviera intentando desentrañar el significado de sus palabras.
–¿De qué estás hablando?
–No soy Brooke, Lorenzo. No soy tu esposa. Soy Milly Taylor.
Lorenzo puso unos ojos como platos.
–Eso no es posible –murmuró, sacando el móvil del bolsillo.
–¿Qué haces? –le preguntó ella, en un hilo de voz.
Lorenzo apretó los labios. Para él estaba claro que su esposa estaba teniendo una especie de crisis nerviosa. No tenía ni idea de cómo lidiar con algo así, pero estaba seguro de que su psiquiatra sabría qué hacer.
–Voy a llamar al doctor Selby para que puedas hablar de esto con él –respondió, volviéndose
–Pero es que yo ahora no quiero hablar con el doctor Selby. Primero necesito aclarar las cosas contigo –replicó Milly–. Es importante.
–No hay nada más importante que tu salud mental –replicó Lorenzo. Y, lanzándole una mirada de reproche, le preguntó–: ¿Por qué te lo habías callado hasta ahora? ¿Cómo es que no me lo dijiste anoche?
–Necesitaba poner mis ideas en orden –protestó ella–. Para mí fue un shock tremendo y me siento fatal por todo lo que ha pasado. No sé cómo podrás poner orden en todo el embrollo legal que…
Lorenzo enarcó una ceja.
–¿Qué embrollo legal?
Milly volvió a inspirar profundamente para infundirse valor.
–Brooke… Brooke está muerta, Lorenzo, y a mí me dieron por muerta, pero estoy viva. Hay que rectificar ese error… no sé cómo.
Lorenzo apretó el móvil en su mano. ¿Estaría sufriendo un brote psicótico? Al estudiar sus tensas y pálidas facciones entrevió en ellas la agitación que había en su interior. Era evidente que se creía lo que estaba diciéndole, pensó consternado. Se había convencido de que no era su esposa, de que era esa joven que iba con ella en el coche en el momento del accidente. ¿Pero por qué iba a hacer algo así?
–Brooke era mi hermana –murmuró.
–Brooke no tiene ninguna hermana –la corrigió él.
–Oficialmente no –admitió Milly–. Soy hija ilegítima. William Jackson, el padre de Brooke, tuvo una aventura con mi madre durante años, y yo fui el fruto de ese romance. Nunca me reconoció legalmente como hija, y yo nunca supe que era un hombre casado y con familia. Cuando Brooke se enteró de mi existencia me buscó porque sentía curiosidad; quería conocerme. Yo acababa de dejar el hogar de acogida en el que estaba porque ya había cumplido los dieciocho años. Así que sí, éramos hermanas, aunque solo fuera por parte de padre…
Lorenzo resopló con los ojos entornados. No había recabado ninguna información acerca de Milly Taylor. No había considerado que su pasado pudiera tener relevancia alguna para averiguar qué relación había tenido con su esposa.
No podía aceptar la enormidad de lo que acababa de oír, pero tampoco alcanzaba a imaginar cómo o por qué podría habérsele ocurrido a su esposa una historia tan fantasiosa y detallada de la noche a la mañana.
–Si hubiera tenido una hermana, Brooke lo habría mencionado alguna vez –observó.
–No le hablaba a nadie de mí, y se cuidaba mucho de que nunca la vieran en público conmigo. Para ella, mi misma existencia era… –Milly vaciló antes de continuar–. Para ella era una fuente de resentimiento y un fastidio. Sabía que su padre le había sido infiel a su madre y todo el dolor que le había infligido. Para cuando Brooke me buscó mi madre ya hacía años que había muerto, pero sospecho que la amarga ira que sentía hacia ella la había proyectado en cierto modo sobre mí.
Lorenzo frunció el ceño.
–¡Pero eso no explica nada! Si Brooke estaba resentida contigo, ¿por qué ibas con ella en el coche el día del accidente? ¡Nada de todo esto tiene sentido!
Milly se puso de pie lentamente, mirándolo preocupada.
–Puedo explicártelo, pero tienes que intentar no perder los estribos.
Lorenzo echó la cabeza hacia atrás con arrogancia y le lanzó una mirada irritada.
–Lo intentaré, pero dudo que vayas a ser capaz de explicarme todo este absurdo y me parece que hablar de ello como si fuera la verdad no te ayuda en nada.
–Brooke me pidió varias veces que me hiciera pasar por ella –le confesó Milly sin más preámbulos–. Nos parecíamos mucho, y aún más