Se ruborizó cuando sus ojos se encontraron con los de él. Quizá aquel ardiente deseo que sentían el uno hacia el otro era lo que los había unido en un principio, lo que los había hecho seguir juntos aunque en otros aspectos su relación no funcionase. Aun así, era triste tener que aceptar que esa atracción sexual era lo único en lo que se había fundado su relación de pareja y lo único con lo que contaba para intentar salvarla.
En cualquier caso, se dijo, enfrentarse a otras situaciones más difíciles ella sola le haría bien y la haría más fuerte. Por eso, decidió en ese mismo momento que al salir de allí iría a la cafetería en la que había trabajado Milly Taylor para intentar averiguar algo más acerca de ella. Quizás eso la ayudase a dilucidar qué conexión había habido entre dos mujeres tan distintas como ellas.
La cafetería era también una panadería-pastelería, y Brooke esperó pacientemente en la cola de clientes que esperaban a ser atendidos. Cuando llegó al mostrador, la dueña del local, una mujer de mediana edad, la miró con unos ojos como platos, palideció y retrocedió como si hubiera visto a un fantasma.
–¡¿Milly?! –exclamó temblorosa, llevándose una mano a la boca, como confundida, sin apartar la vista de ella–. No, no… perdone, la había confundido con otra persona por un momento. Es que se parece tanto a ella…
Brooke frunció el ceño y le preguntó si podrían hablar un momento. La mujer asintió y salió de detrás del mostrador.
–Mi nombre es Brooke Tassini. Milly iba conmigo en el coche cuando sufrimos el accidente, pero ella murió y yo sobreviví. Dice que me parezco a ella y… verá, es que he perdido la memoria –le explicó Brooke, contrayendo el rostro–. Aún estoy intentando recordar qué relación podía tener Milly conmigo.
–Yo soy Marge –dijo la mujer, tendiéndole la mano, aún visiblemente incómoda. Brooke se la estrechó–. Ahora que la miro mejor el parecido ya no me resulta tan marcado, pero es que Milly también tenía el pelo rubio, largo y rizado, y sus ojos eran del mismo color que los suyos. Venga, le enseñaré una foto de ella.
La llevó hasta una pared de la que colgaba una fotografía de grupo del personal enmarcada. No estaba tomada muy de cerca, pero al escudriñar más de cerca a la persona que Marge le señaló, vio ese parecido tan extraordinario que decía en sus facciones, el pelo y los ojos.
–Durante el tiempo que estuvo trabajando aquí, ¿le habló alguna vez de mí? –le preguntó–. ¿Puede que fuéramos parientes lejanas, como primas, o algo así?
–Me temo que Milly nunca la mencionó –respondió Marge–. Era una chica callada. Para serle sincera, no creo que tuviera mucha vida social fuera del trabajo, y solo estuvo trabajando aquí un par de meses. Me daba la impresión de que era de esas personas que no permanecían mucho tiempo en un sitio, pero aun así me sorprendió esa mañana, cuando me dijo que iba a dejar el trabajo, porque parecía muy contenta aquí. Me dijo que tenía que dejarlo por una emergencia familiar –contrajo el rostro–. Parece que no se acordaba de que me había dicho que no tenía familia.
–Vaya… –musitó Brooke.
No había avanzado demasiado. Seguía sin saber quién había sido aquella joven, ni por qué había ido con ella en el coche ese día. El parecido entre Milly y ella, sin embargo, era un dato nuevo, pensó mientras le daba las gracias a la mujer por el tiempo que le había dedicado.
Mientras se dirigía hacia la puerta para marcharse, una imagen inquietante, un recuerdo, saltó a su mente y se quedó paralizada un instante. En ese vívido recuerdo ella estaba sentada en una de las mesas de la cafetería, y un borracho estaba de pie, a su lado, gritándole, mientras Marge abría la puerta del local, ordenándole que se marchara. Habría querido preguntarle a Marge por ese recuerdo, pero la apuraba robarle más tiempo a la pobre mujer, que ya estaba sirviendo a otros clientes, así que, aturdida como estaba, salió de la cafetería.
¿Por qué no recordaba nunca nada útil?, se preguntó, llena de frustración. Era evidente que debía haber ido a la cafetería en algún momento del pasado para ver a Milly. Y el que Marge no la recordara tampoco tenía nada de raro con la cantidad de gente que pasaría por allí. Sin embargo, lo que seguía intrigándola era ese parecido entre Milly y ella que Marge había apuntado y que había constatado por sí misma al ver la fotografía. Era una coincidencia extraña, pero no sabía qué relación podría tener aquello con el hecho de que Milly hubiera ido con ella en el coche aquel día.
Capítulo 7
DURANTE el trayecto en coche desde el aeropuerto de Florencia Brooke se sentía tranquila y relajada. Ni siquiera la había irritado que hubieran tenido que salir de Londres al alba porque el cambio de ambiente era un alivio para ella y una manera de escapar de sus pensamientos inquietos y repetitivos.
El día anterior esos mismos pensamientos casi la habían empujado a comprar otras revistas de cotilleos en busca de nueva información acerca de su matrimonio. Sin embargo, consciente de que no le serviría de nada, porque ya sabía todo lo que necesitaba saber por el momento, se había obligado a concentrarse en seleccionar la ropa que necesitaría para el viaje con la ayuda de la estilista que Lorenzo había hecho que se desplazase a Madrigal Court esa tarde.
El vestido de tirantes blanco y azul que llevaba puesto había sido una buena elección para el calor estival de Italia. Además, no era atrevido ni la última moda, como la ropa que había encontrado en su vestidor, pero era elegante y le favorecía, porque resaltaba de una manera sutil sus curvas.
Estaba empezando a pensar que quizá estuviera ganando peso. Quizá la obsesión que había tenido antes del accidente por vigilar lo que comía se debiera a que tenía tendencia a engordar. Sin embargo, al salir del coma había estado demasiado delgada, y ahora le parecía que el peso que tenía era mucho más sano.
–¿Había estado antes en Florencia contigo? –le preguntó a Lorenzo.
–No. Intenté traerte un par de veces, pero nunca tenías un hueco en tu agenda. Siempre había algún evento, alguna inauguración o algún desfile de moda que no te podías perder.
–¿Te criaste en la casa en la que vamos a alojarnos? –inquirió Brooke con curiosidad.
Para su sorpresa, Lorenzo se rio y sus ojos negros brillaron, como si la sola idea lo divirtiera.
–No, la compré y la rehabilité hace unos años. A veces se me olvida que sigues con amnesia. No, me crie en un espléndido palacete en el Gran Canal de Venecia, junto a mi padre.
–¿Quieres decir que tu madre…?
–Sí, por desgracia murió al dar a luz. Tenía problemas de corazón –le explicó Lorenzo–. Creo que mi padre jamás me perdonó que fuera la causa de su muerte. Más de una vez me dijo que era la única mujer a la que había amado y que por mi culpa la había perdido. Murió el año pasado; jamás tuvimos una relación estrecha.
–¡Qué triste!, ¡qué lástima! –murmuró Brooke–. Ojalá mis padres hubieran vivido lo suficiente como para que hubieras podido conocerlos; así podrías contarme algo más de ellos.
–Nunca tuve la impresión de que te preocupara no tener familia –le confesó Lorenzo–. De hecho, parecía que era algo que iba con tu carácter, que no necesitabas a nadie. Te gustaba estar sola.
–¿Crees que por eso no quería tener niños? –le preguntó ella abruptamente.
Lorenzo resopló entre dientes.
–No, decías que había múltiples razones por las que no querías hijos: el efecto que tendría en tu cuerpo, el riesgo que suponía para tu incipiente carrera, que la responsabilidad de ser madre coartaría tu libertad…
Brooke asintió. Estaba claro que su carrera lo había