–Quiero que tengamos un matrimonio normal –murmuró Brooke.
–Hace bastante que dejó de serlo –admitió Lorenzo.
–¿Pero por qué? –inquirió ella.
–Me parece que eso es algo de lo que es mejor no hablar en este momento –le espetó él. Arrojó a un lado la toalla, que aún tenía en la mano, y se subió a la cama.
Brooke sintió que le faltaba el aliento con Lorenzo tan cerca, y notó el calor de su cuerpo aun antes de que la tocara. Y luego, cuando sus sensuales labios descendieron sobre los suyos y empezó a besarla con ardor, se olvidó por completo de respirar. El olor a gel de ducha y colonia la embriagaba, y el sabor mentolado de la lengua de Lorenzo era delicioso. Y, por si eso fuera poco, el sentir su cuerpo, musculoso y cálido, contra el suyo no podría ser más excitante, y se encontró apretándose contra él.
Lorenzo le quitó el camisón sin más preámbulos, y a Brooke se le cortó el aliento mientras la miraba. Se quedó muy quieta, como en un trance, hasta que sus cálidos y sensuales labios volvieron a sellar los suyos, y una ola de calor la recorrió cuando la mano de Lorenzo se cerró sobre uno de sus pechos y frotó el sensible pezón con el pulgar hasta hacerla gemir.
Luego inclinó la cabeza para lamer y succionar el pezón endurecido, y Brooke sintió que afloraba un calor húmedo entre sus muslos, como si se estuviera derritiendo por dentro. Se apretó de nuevo contra él, ansiosa, y deslizó las manos por su ancha espalda. Sin embargo, cuando dejó que una se desviara hacia delante al llegar al costado y tocó su miembro, Lorenzo se detuvo. Azorada por haber sido tan atrevida, se apresuró a apartar la mano.
–No… no la apartes –murmuró Lorenzo junto a su oído, volviendo a colocarle la mano en su entrepierna–. Me gusta que me toquen.
Brooke empezó a acariciar con renovada confianza su miembro endurecido, que parecía de satén, pero al cabo de un rato Lorenzo la detuvo, y la hizo tumbarse boca arriba como si fuera una estrella de mar. Volvió a sentirse algo nerviosa, pero los nervios se le olvidaron en cuanto Lorenzo empezó a explorar su cuerpo con la boca y con las manos. Su sexo estaba cada vez más húmedo.
–Todas estas… semanas me has estado… volviendo loco de deseo –murmuró Lorenzo mientras subía, beso a beso, por la cara interna de su muslo.
Ella no podía dejar de estremecerse de placer.
–¿De verdad? –musitó.
Se le cortó el aliento cuando Lorenzo deslizó la lengua por su piel, y apretó los puños para contenerse cuando lo que en realidad quería hacer era hundir los dedos en su cabello revuelto.
–Cada vez que te miro, te deseo –murmuró Lorenzo con voz ronca, depositando un reguero de besos en su tembloroso vientre.
Lorenzo inclinó la cabeza entre sus muslos, enloqueciéndola con su lengua y con sus dedos. La tensión iba en aumento y cuando creía que ya no podría aguantar más, ocurrió: una explosión mágica que la hizo sentirse como una estrella fugaz, un placer inimaginable que sacudió todo su cuerpo y la dejó aturdida, porque nunca habría pensado que pudiera llegar a experimentar unas sensaciones tan increíbles.
Cuando Lorenzo se incorporó y deslizó las manos por debajo de sus caderas para levantarlas hacia él, contuvo el aliento, nerviosa. Se hundió en ella, pero su cuerpo no reaccionó como si hubiera estado preparado para aquella invasión. Le dolía. Le dolía tanto que casi gritó, pero por suerte logró contenerse mordiéndose el labio.
Estaba segura de que si hubiera gritado lo habría estropeado todo, porque Lorenzo se habría sentido culpable por haberle hecho daño, cuando estaba segura de que ese dolor se debía solo a que hacía más de un año que no había tenido relaciones.
Fue un alivio notar que al cabo de un rato el dolor desapareció por completo, y el corazón empezó a latirle con fuerza cuando Lorenzo comenzó a moverse, entrando y saliendo de ella. Jadeante, le rodeó las caderas con las piernas y saboreó el intenso placer que experimentaba con cada embestida. La excitación que sentía iba en aumento, pero quería más y se arqueó hacia él, respondiendo a cada ola de aquel salvaje placer, y de pronto un nuevo orgasmo se apoderó de ella.
–Vaya… –susurró aturdida cuando hubo recobrado el aliento.
Estaba agotada y se notaba los brazos y las piernas flojas, pero sentía que había triunfado porque había conseguido justo lo que se había propuesto.
–Ha sido increíble –murmuró Lorenzo, dejándose caer junto a ella.
¿Cómo era posible que el sexo con Brooke le hubiera parecido tan distinto de las otras veces que había hecho el amor con ella?, se preguntó. No era solo su comportamiento; tenía la sensación de que fuera otra mujer. Sí, decididamente tenía que ir a ver al señor Selby porque necesitaba respuestas para todas esas preguntas.
De pronto Brooke pensó en algo que le hizo sentir una punzada de angustia.
–Lorenzo… No estoy tomando la píldora –murmuró–. Y no hemos usado preservativo…
Con los problemas por los que estaba pasando su matrimonio, sospechaba que un embarazo no planeado no haría sino complicar aún más la situación.
–No pasa nada; llevas un DIU –la tranquilizó Lorenzo, que estaba pensando en otras cosas.
¿Habría hecho el amor Brooke con él si no sufriese de amnesia? Cuando le había pedido el divorcio, antes del accidente, se había puesto furiosa con él y no le había dirigido la palabra durante el tiempo que habían pasado separados.
–No deberíamos haber hecho esto –murmuró de repente, irritado consigo mismo. Sentía que se había aprovechado de ella aunque fuera ella la que hubiera iniciado aquello–. Aún no estás bien… No sabes lo que estás haciendo…
Brooke sintió que el pánico se apoderaba de ella. No quería que se arrepintiese de los momentos tan íntimos que acababan de compartir.
–¡No, eso no es cierto! –replicó con vehemencia, girándose hacia él.
–Pues claro que lo es –la contradijo él muy serio–. Me he aprovechado de ti.
–¡No es verdad! –protestó Brooke incorporándose. Plantó las manos en la almohada de él, a ambos lados de su cabeza, y los pezones de sus senos rozaron su pecho–. ¡Por amor de Dios, si he sido yo la que me he metido en tu cama! ¡Quería hacer el amor contigo y lo hemos pasado bien; no hay más!
Lorenzo parpadeó, sorprendido de verla protestar tan apasionadamente, y no pudo contenerse: tomó su rostro entre ambas manos y la besó como si estuviese sediento y sus labios fueran el agua de un oasis en medio del desierto. Su deseo se reavivó al instante con una fuerza que lo descolocó por completo.
–Creo que estoy volviendo a enamorarme de ti –le dijo Brooke cuando el beso terminó.
Él se quedó paralizado al oírle decir eso. Una reacción extraña de un marido cuando su esposa proclamaba su amor por él, pensó Brooke con pesadumbre.
–No puedes estar enamorada de mí… Tienes amnesia y es como si apenas me conocieras –respondió él.
–No estoy de acuerdo. Ya hace casi tres meses que salí del coma, y en todo ese tiempo has estado a mi lado y has sido mi mayor apoyo –replicó ella con firmeza–. Te he ido conociendo y he visto como siempre antepones mis necesidades a todo lo demás. Así que, por favor, no me digas que no puedo estar enamorada de ti por culpa de la amnesia. Y sí, estoy volviendo a enamorarme de ti.
Lorenzo inspiró profundamente y abrió la boca como si fuera a decir algo, pero luego volvió a cerrarla y atrajo a Brooke hacia sí, rodeándola con sus brazos.
–Está bien –murmuró–. De todos modos no puedo ocultar que aún te deseo.
–No hay