La tez pálida de aquella mujer no disimulaba su rostro de porcelana. Y de su cabello desprendía un ligero aroma frutal. Su olor femenino invadió sus sentidos, provocando que se debilitara de una manera que su mente se negaba a recordar.
Mustafa lo siguió hasta el helicóptero donde Tariq ayudó a colocarla en el asiento trasero.
–Ella viajaba hasta Al-Shafeeq.
–¿Sola? –Rashad no podía imaginar por qué.
–Sí –Mustafa se rascó la mejilla–. A mí también me pareció extraño. Aquí tiene su pasaporte.
Rashad puso una mueca y lo guardó en el bolsillo.
–¿Hay alguien más que necesite atención urgente?
–No, Alteza.
–Bien, entonces la llevaré al palacio para que reciba asistencia médica. La ayuda está en camino desde Raz, pronto recibiréis provisiones.
Mustafa asintió agradecido y Rashad arrancó el helicóptero para dirigirse a Al-Shafeeq. Empleó el teléfono satélite para llamar a Nazir. Su asistente personal se aseguraría de que el médico de la familia real estuviera en el palacio para recibirlos.
Tras un vuelo corto, Rashad aterrizó junto al palacio y esperó a que Tariq y el guardaespaldas bajaran a la mujer del aparato. Cuanto menos tuviera que ver con aquella atractiva mujer, mejor para él. Un equipo médico corrió hasta ellos y llevó a la mujer al interior.
Tras asegurarse de que ella recibiría el mejor tratamiento posible, Rashad les dijo a los hombres que subieran de nuevo al helicóptero para llevarlos otra vez a Raz. Rashad tenía asuntos pendientes de solucionar.
Durante el vuelo, Tariq permaneció extrañamente en silencio. Rashad lo miró de reojo y le preguntó:
–¿Qué piensas, Tariq? No has dicho ni una palabra.
–No es normal que una mujer esté aquí sola. Y menos alguien tan joven.
–Estoy de acuerdo, pero es extranjera y eso explica muchas cosas.
–Es muy bella. Algún hombre sufrirá mucho si se entera de que la arena ha podido con ella. Espero que el médico pueda salvarla.
Rashad no contestó porque las palabras de Tariq habían provocado que se le erizara el vello de la nuca y los brazos. Era la segunda vez en menos de una hora que se estremecía. No le gustaba. No le gustaba nada.
Ansioso por continuar trabajando en su nuevo plan, Rashad los dejó junto a la planta principal. En cuanto Tariq bajó del helicóptero, sonó el teléfono y Rashad vio que era el doctor del palacio.
Se puso tenso. Era probable que lo llamaran para decirle que la paciente había fallecido. ¿Y qué pasaba si así era? ¿Qué significaría para Rashad, excepto que sentiría lástima por ella igual que lo haría por cualquiera que perdiera la vida en esas circunstancias? Finalmente contestó la llamada.
–¿Doctor Tamam?
–Me alegro de que haya contestado enseguida.
–¿Le hemos llevado a la mujer norteamericana demasiado tarde?
–No. Se está recuperando despacio gracias al suero.
Rashad suspiró.
–Ha tenido mucha suerte. ¿Está consciente?
–No, pero eso es bueno.
Rashad asintió.
–Estará en shock mientras se recupera de la experiencia –esperó una respuesta, pero al oír las palabras del doctor se sorprendió.
–Esta mujer necesita total privacidad. Mantenerse alejada de todo el mudo. ¿Tiene alguna sugerencia, Alteza?
Aquélla no era una petición normal y Rashad reaccionó enseguida.
–La suite con terraza.
Estaba en la segunda planta del palacio y se llegaba a ella por un pasaje privado que salía del hall principal. Debido a que estaba aislado del resto del palacio, otros miembros de la familia la habían utilizado como suite nupcial al principio de la luna de miel.
Nadie la ocuparía hasta que llegara su propia noche de bodas, programada seis meses más tarde. Al pensar en ello, Rashad frunció el ceño.
–Bien. La enfermera y yo la llevaremos allí inmediatamente.
Al ver que el doctor no decía nada más, Rashad experimentó una sensación extraña.
–Iré enseguida, doctor.
–Lo esperaré –el doctor colgó el teléfono.
El médico que había cuidado a toda su familia durante años había finalizado la llamada antes de que Rashad pudiera hacer más preguntas. Eso significaba que el hombre guardaba cierta información que sólo quería compartir con Rashad.
Como el resto del personal del palacio el doctor estaba pendiente de cualquier cosa que pudiera resultar sospechosa. Toda precaución era poca cuando se trataba de la seguridad de la familia de Rashad.
Rashad entró en el despacho de la planta con la intención de ocuparse de unos detalles que requerían su atención, pero al ver que no era capaz de concentrarse decidió volar a Al-Shafeeq para averiguar qué sucedía. Se dio una ducha rápida y comió en su propia suite antes de dirigirse a la otra ala del palacio vestido con uno de sus batines informales.
Junto al patio de la suite había un jardín de flores exóticas. Su madre solía cuidarlo con los jardineros porque le encantaba. Rashad había decidido llevar allí a la mujer porque ella también era una especie exótica. Recordó el comentario de Tariq acerca de su belleza y pensó que sus palabras no reunían la manera en la que él la describiría.
Abrió la puerta y saludó a la enfermera que le dijo que el doctor continuaba dentro con la mujer norteamericana. Rashad atravesó el gran salón hasta la habitación. Desde la distancia vio que la paciente estaba en la cama con un gotero en el brazo. Se acercó a ella. El doctor estaba al otro lado comprobándole el pulso. Cuando vio a Rashad, soltó el brazo de la mujer y se acercó a él.
–¿Cómo está? –preguntó Rashad.
–Recuperándose. Le he puesto una medicación en el gotero para ayudarla a dormir. Mañana debería encontrarse mejor como para poder enfrentarse a lo sucedido. La enfermera se quedará a cuidarla por la noche y para darle oxígeno en caso de que lo necesite. Quería que viniera porque me gustaría que viera lo que he encontrado en el colgante que llevaba alrededor del cuello.
Rashad frunció el ceño y se acercó para ver de qué estaba hablando el doctor. La mujer tenía mejor aspecto y había recuperado el color del rostro. Le habían lavado el cabello y sus mechones brillaban con las alas de las mariposas que revoloteaban en el jardín. Sus pestañas oscuras contrastaban contra la tez de su rostro y hacían que pareciera aún más bella.
La enfermera la había vestido con un camisón de color blanco. Estaba cubierta con una sábana, pero se veía que llevaba una cadena de oro alrededor del cuello.
–¿Qué se supone que tengo que ver? –preguntó Rashad.
–Esto. Me tomé la libertad de quitárselo en la clínica antes de hacerle el reconocimiento.
Al mirar el objeto brillante que el doctor sostenía en la mano, Rashad suspiró hondo. Era una medalla de oro con una media luna grabada, el símbolo de la familia real de Shafeeq.
Sólo se acuñaban medallas así cuando nacía un varón en la familia. A Rashad le habían dado la suya cuando cumplió los dieciséis años. Normalmente las llevaban colgadas del cuello, pero Rashad había roto la tradición