Se quitó las capas exteriores hasta que llegó a la camiseta azul con el logotipo de Café Craft. A continuación cambió los pantalones impermeables por vaqueros y se puso deportivas.
Si iba a estar de pie todo el día, no tenía la menor intención de llevar tacón.
Se puso un delantal por la cabeza, lo ató a la cintura y salió al calor con olor a canela del café.
Su madre tenía una habilidad casi mágica para crear una atmósfera acogedora dondequiera que iba. En el Café Craft, una se sentía arropada y protegida, no solo del viento helado de las Highlands, sino también de los vientos de la vida. La realidad se veía obligada a esperar en la puerta hasta que quisieran dejarla entrar.
—Déjame terminar este pedido y me cuentas lo de Bonnie. Dos capuchinos y un brownie de chocolate para compartir —Suzanne giró hacia la máquina con expresión decidida y Posy la apartó.
—Ya lo hago yo.
—¿Puedes encargarte luego del papeleo, si esto está tranquilo?
Posy buscó excusas desesperadamente.
—A ti se te da mejor que a mí.
—Por eso, precisamente, creo que debes hacerlo —contestó Suzanne—. Este sitio será tuyo algún día y tienes que saber todo lo que hay que saber sobre él.
«¡Ah! ¡Qué alegría!». Ante ella se extendía una vida entera de papeleos.
—Hay tiempo de sobra para eso. Falta mucho para que te jubiles —«por favor, no te jubiles»—. Esta mañana he llevado un trozo de tu pastel de frutas al equipo. Casi me han mordido la mano para hacerse con él. Cualquiera diría que esos tipos no comen nunca.
Posy apartó de su mente el pensamiento de llevar algún día el café y se concentró en moler el café y cronometrar el agua. El aroma a café recién hecho impregnó la atmósfera y tuvo que reprimir el impulso de tomarse ella la primera taza. Después de estar en el frío y la nieve, no había nada en el mundo como un buen café.
Calentó la leche y creó un dibujo de una hoja en la superficie del café para satisfacer su instinto artístico.
—Siéntate, Jean —dijo—. Yo os lo llevo a la mesa.
El local empezaba a llenarse. Había un reconfortante rumor de conversaciones, una sensación de camaradería e integración. En verano, el café estaba siempre lleno de turistas deseosos de empaparse al máximo de la «experiencia escocesa». Eran una comunidad que apoyaba a todos sus miembros durante los duros meses de invierno. Todos se conocían y se cuidaban unos a otros.
Glensay era el último pueblo del valle y, como tal, a veces se quedaba bloqueado durante el invierno. Durante décadas, el Glensay Inn había sido el único lugar donde salir a comer y a los padres de Stewart se les había ocurrido la idea de abrir un café. Suzanne, que se había hecho cargo del negocio después de ellos, había ampliado el espacio y añadido la artesanía. Además de un lugar para vender lo que tejían sus amigas y ella, era también un sitio donde los habitantes del pueblo podían encontrarse en los días fríos de invierno.
Suzanne había creado un lugar sobre el que algunos escribían cuando llegaban a casa. En consecuencia, tenían visitantes de todo el mundo. Pero el corazón del Café Craft eran los habitantes de allí.
Tres tardes por semana, Suzanne abría para distintos grupos, como un modo de combatir las noches oscuras. El lunes iba el grupo de lectura, el miércoles se reunía el club de arte y el viernes le tocaba el turno al club de hacer punto.
Posy se preguntaba cómo iba a mantener todo eso cuando se hiciera cargo ella. A pesar de sus frecuentes viajes a la biblioteca, no tenía tiempo de leer, lo único que había pintado en su vida era el gallinero y no sabía tejer.
Estaba cualificada para dirigir un club de aire libre, pero no tendría mucho sentido que se reunieran en un lugar cerrado.
Miró a su madre y se fijó por primera vez en su jersey azul. La lana tenía un toque plateado que brillaba bajo la luz.
—¡Qué bonito! —exclamó—. ¿Es nuevo?
—Lo terminé anoche. Seguramente debería llevar una camiseta del café, pero he pensado que, como soy la jefa, puedo ponerme lo que quiera.
—Te queda bien.
—Estoy tejiendo algunos más para venderlos aquí. Ayer me trajeron otra caja de lana. Estoy deseando empezar, pero antes tengo que terminar los calcetines navideños. Si alguna vez quieres que te enseñe…
—No, gracias. Me dan miedo las agujas. Y eso incluye también las de tejer.
Estaban ocupadas todas las mesas menos dos y Posy sabía que, cuando cerraran a las cinco, las piernas le dolerían más que cuando escalaba en hielo.
Puso las tazas en una bandeja, añadió una porción de brownie empalagoso, con tanto chocolate y tan delicioso que seguramente deberían venderlo con una advertencia para la salud. Tuvo que recurrir a toda su fuerza de voluntad para no comérselo ella antes de llegar a la mesa.
—Aquí tienen, señoras.
Jean tomó uno de los cafés.
—¿Esta mañana has ido a entrenar con el equipo?
—Sí. Ha venido gente de un equipo de rescate de montaña de Canadá a entrenarnos sobre avalanchas —Posy se puso la bandeja vacía debajo del brazo—. A la comunidad le alegrará saber que no hemos quedado mal.
—Me han dicho que tu inquilino se ha ofrecido voluntario a hacer de cuerpo.
—Sí. Y a Bonnie no le ha costado nada encontrarlo —repuso Posy.
No se molestó en preguntarle quién se lo había dicho. Jean estaba casada con el jefe del equipo de rescate, pero, aunque no hubiera sido así, de todos modos se habría corrido la voz. Esa era la razón por la que Posy se mostraba reacia a salir con alguien del pueblo. Lo había hecho una vez y había sido un desastre. Callum y ella ya se hablaban de nuevo, pero durante años no habían hecho otra cosa que mirarse de hito en hito cada vez que se encontraban, lo cual en un pueblo del tamaño de Glensay, ocurría a menudo.
—A mí tampoco me habría costado mucho encontrarlo. Hay gente a la que dejaría encantada debajo de la nieve, pero ese hombre no es uno de ellos. A él lo sacaría solo con mis manos —Moira soltó una risita y Posy sonrió mientras recogía los platos de una mesa libre próxima.
—Moira Dodds, esa es la risa más perversa que he oído jamás. Debería darte vergüenza.
Moira tomó una cucharadita de brownie.
—¿Este año vendrán todas tus hijas por Navidad, Suzanne?
—Así es —Suzanne escribió una etiqueta para la tarta San Clemente que había hecho esa mañana—. Es genial que Hannah pueda venir.
Sí, Posy pensó que era fantástico que su hermana hubiera encontrado tiempo en su ajetreada vida para recordar que tenía una familia.
Se dio cuenta de que apretaba los dientes e hizo un esfuerzo consciente por relajar la mandíbula. Si apretaba los dientes cada vez que pensaba en su hermana, tendría que masticar la comida de Navidad con las encías.
Jean le sonrió.
—Seguro que estás deseando ver a tu hermana mayor.
Posy le devolvió la sonrisa, aunque le costó algo de esfuerzo.
Sabía que, al final, lo que desearía sería llevar a su hermana al aeropuerto antes de tiempo.
Beth llegaría llena de regalos y buena voluntad. Estaría dispuesta a ayudar a todos y con todo.
Hannah les llevaría una tormenta emocional.
En la mente de Posy, se agolpaban recuerdos de Navidades anteriores.
Un