El coro de las voces solitarias. Rafael Arráiz Lucca. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Rafael Arráiz Lucca
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Языкознание
Год издания: 0
isbn: 9788412145090
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sobre Pardo que merece resumirse: había llegado a Caracas la marquesa Olga de Tallenay con su hija, la marquesita Jenny de Tallenay, y Pardo se enamoró perdidamente de ella. Los caraqueños de entonces habían hecho de la marquesita el tema de sus tertulias, se barajaban nombres como posibles candidatos a robar su corazón; y mientras esto ocurría en los salones, Pardo callaba, confiado. El propio general Guzmán Blanco se interesó por la muchacha y en el baile del 1.º de enero de 1881, en la Casa Amarilla, en medio de los cristales de bacará y ataviado con su traje napoleónico, quiso bailar con la marquesita. La buscó por todos los rincones y la encontró en el fumoir en una animada plática, tomada de manos, con el poeta Pardo. Cuentan que dijo: «A quien Dios se lo da/ San Pedro se lo bendiga». Tres años después, es publicado en Francia el libro de viajes de Jenny de Tallenay, Souvenirs de Venezuela, y en él la marquesita hace un comentario agradecido de Pardo e, incluso, llega a traducir al francés un poema de su enamorado caraqueño, pero este ya había fallecido.

      Aunque la poesía de Pardo se recoge en libro después de su muerte, sus versos eran conocidos por el camino hemerográfico. Dado a la oda ditirámbica y al culto indigenista, el poeta intentó el llamado poema indiano. En sus versos anidaron la heroicidad de las etnias cercanas y las leyendas de la tribu: quizás le ofrecía homenaje a su segundo nombre.

      A Domingo Ramón Hernández (1829-1893) se le tiene como el poeta más popular después de Abigaíl Lozano. A diferencia de muchos de sus compañeros de ruta, su vida no dibujó un arco romántico en lo que a epopeya se refiere. Llevó —y probablemente allí estuvo su comunión con las mayorías— una vida recogida, sin grandes relatos épicos. Sobrevivía impartiendo clases de violín y en sus años finales dio lecciones de declamación en la Escuela de Bellas Artes de Caracas, ciudad donde nació y murió. Al igual que Cecilio Acosta, jamás salió del país y probablemente no lo haya hecho de la propia Caracas. Como Acosta, vivió en la pobreza y se ganó el cariño de sus contemporáneos. Pero, a diferencia de Acosta, Hernández se empeñó en el cultivo del poema casi exclusivamente. Su poesía dialoga con la de Yepes y con la del primer Calcaño: atiende a la circunstancia mínima, se detiene en la naturaleza, es contemplativa y proclive a blandir el dato quejumbroso, el martirio que tanto sedujo a los espíritus románticos. Aunque secundaria, la poesía de Hernández era genuina y, quizás, eso fue lo que el mismo lector anónimo de Lozano halló en sus versos.

      Y si afanosa pasó mi vida,

       si me miraron todos pasar

       cual ave errante que va perdida,

       volando a locas, sin reposar,

       fuéronme oasis los más seguros

       para el descanso reparador,

       las altas torres, los viejos muros

       y el techo humilde del labrador.

      De esta segunda camada romántica formaron parte, también, Diego Jugo Ramírez y Eloy Escobar, pero no me detengo en sus obras porque, en verdad, con las de los cuatro anteriores están dadas, prácticamente, todas las coordenadas de esta promoción secundaria: los mejores momentos de Calcaño, antes de retomar el discurso neoclásico; la abundancia retórica de Guardia; las odas grandilocuentes de Pardo y la menesterosa mirada de Hernández, que baña de romanticismo cualquier paisaje. Si en Maitín, Lozano y Yepes despertó el primer romanticismo criollo, en estos seguidores no brilla lo mejor de este espíritu; tampoco lo hizo en el primer grupo, pero a ellos los asistía, como dije antes, un élan romántico comprometido.

      La tercera camada está formada por los románticos tardíos: Paulo Emilio Romero, Tomás Ignacio Potentini y Alejandro Romanace. Ofrecen su poesía cuando ya ha tenido lugar la discreta rebelión parnasiana y cuando el modernismo ya ha tocado a la puerta; de allí que la denominación «tardía» no sea gratuita. Otto D’Sola, en su Antología de la moderna poesía venezolana, los ubica como los «populares» de la generación (1885-1890).

      En verdad, esta tercera promoción podría llamarse de un modo más exacto. No es una «promoción» en el sentido preciso del término, ya que en sus versos no se promueve nada diferente de lo propuesto por sus antecesores. Son, más bien, epigonales. La popularidad de la que gozaron no es prueba de la importancia de sus obras; hasta podría decirse que todo lo contrario. Probablemente, la razón de esta epigonalidad se encuentre en la vida y la formación de estos hombres. Pareciera que el destino les dio el trabajo de popularizar aún más la impronta romántica y, cumpliendo con ese encargo, abordaron el soneto con gracia (Romanace) y elevaron sus esperadas loas a los héroes de la patria. Para ser francos, nada digno de subrayar más allá de haber encarnado fenómenos de popularidad, ayudados por sus profesiones de periodistas, de militares o de políticos, en el caso de Potentini. La significación de sus obras se hace palpable si recordamos que los primeros libros de estos vates fueron publicados cuando ya Estrofas (1877) y Ritmos (1880), de Pérez Bonalde, habían salido de la imprenta.

      Juan Antonio Pérez Bonalde: ¿el último romántico o el precursor del modernismo?

      Al igual que Bello, Pérez Bonalde escribe su obra significativa lejos de la patria. Pero si el primero en su tarea fundacional abraza el discurso neoclásico, el segundo alcanza el punto más elaborado de nuestro romanticismo. La crítica se divide en dos porciones: los que no le conceden a la frecuentación de las lenguas y la poesía alemana e inglesa influencia determinante en el logro del poeta, y los que sí le conceden peso. Negar que fue un factor determinante es negar el valor de la cultura. Por supuesto que, además de su talento indudable, su poesía es la que llega más alto dentro de los cánones del romanticismo porque bebió de sus fuentes originales, entre otras razones. Pero, antes de entrar de lleno en la polémica, examinemos su trayecto.

      Juan Antonio Pérez Bonalde (1846-1892) nace en Caracas, en el seno de una familia liberal; por ello mismo experimenta un primer destierro en 1861, cuando el grupo familiar se ve en la necesidad de emigrar a Puerto Rico. Ya para entonces, las primeras nociones de alemán le han sido ofrecidas, gracias a la amistad de sus padres con Carlos Zappe. Entre sus quince y sus dieciocho años vive en dos islas caribeñas: primero Puerto Rico y luego Saint Thomas. Regresa a Caracas cuando las condiciones cambian, en 1864. Entonces la vena poética comienza a manifestarse: su poema «Una lágrima más» fue escrito en 1864, el mismo año en que comienza a ayudarse económicamente impartiendo clases de piano. Luego, anualmente, va publicando uno o más poemas en los periódicos de su tiempo, hasta que en 1870, de nuevo, sale al exilio.

      Esta vez la causa es Guzmán Blanco. El Ilustre Americano se entera de que unos versos que han sido declamados por un payaso en el número de variedades, después de la corrida del domingo, son obra de un joven poeta de apellido Pérez Bonalde. En la composición se hace burla del general y, lo que es peor, el público entre risas aplaudió con insistencia. Al día siguiente, llegó la orden al poeta: ocho días para abandonar el país. Tiene veinticuatro años y corre el mes de marzo de 1870, su madre está enferma e intuye que en la despedida va el último abrazo. Así fue; meses después de su partida a Nueva York, fallece la madre en Caracas. Probablemente, intuía el poeta que aquel viaje iba a ser largo, pero no lo sabemos. Lo cierto es que vuelve varias veces a su ciudad natal, pero no de manera definitiva hasta 1889, cuando ya regresa enfermo para morir tres años después.

      Justo después de su primera visita, en 1876, acomete su primer gran poema, de los tres legendarios que escribió: «Vuelta a la patria». Lo incluye en su libro inicial: Estrofas (1877). A partir de 1870, las condiciones naturales del poeta encuentran su mejor camino. Basta recorrer su primer libro buscando cuáles poemas ofreció antes del destierro y cuáles después para percatarse del ahondamiento de sus recursos y sus ritmos. «Vuelta a la patria» representa la culminación de una primera etapa, en la que trabaja en la traducción de Heine y ya ha leído a los románticos ingleses. Hasta esa fecha, sin la menor duda, ningún venezolano ha escrito un poema de mayor resonancia interior, de mejor arquitectura, de más acompasada musicalidad. En ningún poema nuestro la interiorización del paisaje y la secuencia del viaje han sido trabajados con tanta profundidad.

      Madre, aquí estoy: de mi destierro vengo

       a darte con el alma el mudo abrazo