Las mercancías y la economía de mercado –con las regulaciones adecuadas– tienen su lugar; generan la riqueza económica que contribuye a financiar las democracias, permitiéndoles proporcionar otros bienes esenciales a los ciudadanos.
La tensión inevitablemente existe. La economía de mercado produce riqueza así como un efecto secundario de consumismo: consumir más de lo necesario, en detrimento de nuestra salud y nuestro bienestar –y los del planeta.
Deberíamos combatir estos excesos a través de la legislación y la educación. Las leyes solas no alcanzan. Necesitamos educar a los consumidores, ayudándolos a hacer el cambio de la compra insensata a la toma de decisiones sensata basada en lo que es realmente mejor para ellos, y para el planeta. Mi colega See Luan Foo de Singapur envió una tarjeta con el siguiente mensaje sabio: “Las personas más felices no tienen lo mejor de todo. ¡Solo hacen lo mejor con lo que tienen! La persona más rica no es la que tiene mucho sino la que necesita menos.”17
El coaching simplista solo se enfoca en mayores ventas y mayores beneficios, confundiendo cantidad con calidad. No cuestiona el contexto sociopolítico más amplio y mucho menos se propone cambiarlo. El coaching global tiene como objetivo ocuparse plenamente de la complejidad, ayudando al coacheado a navegar a través de los dilemas y adoptar la paradoja de que más puede ser menos y menos puede ser más.
Reconocer la necesidad de la intervención gubernamental
El economista John Keynes teorizó acerca de las limitaciones de la economía de mercado y la necesidad de la intervención gubernamental, particularmente en una crisis. Franklin Roosevelt incluyó algunas de esas ideas en su New Deal cuando asumió como presidente en lo más profundo de la Gran Depresión.
Cuando el consumo disminuye a causa del alto desempleo y la inversión es baja porque las empresas no ven ninguna posibilidad de que vuelvan los buenos tiempos, la economía como un todo se debilita. Para Keynes, el clásico enfoque de la reducción del gasto público para equilibrar la menor recaudación fiscal solo aceleraría la espiral descendente de la depresión. En cambio, sostenía que los gobiernos deberían aumentar el gasto público, especialmente en obra pública. Esto “cebaría la bomba”, haciendo crecer la economía con un efecto “multiplicador”: las personas que reciben dinero gastan la mayor parte en productos, aumentando las ganancias que permiten que las empresas contraten y paguen a más personas, que entonces pueden gastar más dinero en productos, etcétera. Parte del dinero que el gobierno inyectó retorna al gobierno en una mayor recaudación fiscal. (Ver especialmente Smith, 2008, 163–169.)
Keynes también explicó “cómo el remedio ‘clásico’ para el desempleo, la reducción de salarios para emplear a más personas, no funcionaría: además del hecho de que es difícil conseguir que los trabajadores la acepten, aun cuando los precios están bajando, esta reducción, al bajar el ingreso, también significa menor poder de consumo, o ‘demanda agregada’” (Smith, 2008, 167).
Además, Keynes aclaró por qué el enfoque clásico de estimular la economía a través de la baja de las tasas de interés había perdido su potencia: “Desde su punto de vista se crearía una situación en la que las tasas de interés serían tan bajas como para que las autoridades las presionaran, pero aún demasiado altas como para estimular la inversión porque las empresas se sentirían muy desanimadas con respecto a las posibilidades de crecimiento –en palabras de Keynes les estaría faltando ‘el espíritu animal’. En otras palabras, era posible que la economía quedara atrapada en la llamada ‘trampa de liquidez’. Aun cuando las tasas de interés estuvieran en su nivel más bajo posible, quizá aun cero, nadie desearía pedir prestado. En estas circunstancias, aumentar el dinero y el crédito no ayudaría. Sucedería que los bancos se llenarían de balances ‘inactivos’” (167–168).
La economía de mercado no existe para satisfacer necesidades o deseos humanos, sino para proveer mercancías para satisfacer la demanda humana. Algunos productos pueden demandarse sin que se los necesite realmente (consumismo). Otros puede ser deseados sin que haya demanda (porque no podemos acceder a ellos): este es el tema que la propuesta de Keynes ayudó a poner en marcha para revitalizar la economía después de la Gran Depresión.
En 2008, incluso George W. Bush, quien defendía la idea de que el mercado se autorregulara y se minimizara la intervención gubernamental, tuvo que defender el financiamiento oficial (o sea, una nacionalización socialista) para rescatar del colapso al sector bancario y a toda la economía de mercado.
La economía de mercado por sí misma no puede responder a los serios desafíos globales que enfrentamos. Pero la participación gubernamental presenta el riesgo de políticas burocráticas inefectivas: financiamiento público desperdiciado en proyectos mal elegidos,18 funcionarios públicos ineficientes protegidos a pesar de su bajo rendimiento y productividad. Sin embargo, las socialdemocracias (particularmente en los países nórdicos) han probado que la prosperidad económica puede coexistir con la protección social, y una economía de mercado puede coexistir con el socialismo. ¡Los gobiernos y las empresas públicas oficiales pueden gestionar de manera efectiva y rigurosa!
En 2008, Jean-Marc Nollet, un ecologista y político belga, tituló a su libro Green Deal, parafraseando el New Deal de Roosevelt. Necesitamos inversiones gubernamentales así como incentivos económicos para las empresas para estimular una transición social esencial. Cuando los fabricantes de automóviles sienten una presión constante de Wall Street para producir importantes beneficios trimestrales y la producción de vehículos menos contaminantes es demasiado costosa, seguiremos obteniendo los mismos resultados de siempre. Los gobiernos necesitan invertir en infraestructuras de transporte público menos contaminantes (carreteras, por ejemplo) y crear los incentivos ecológicos correctos.
Nollet defiende el principio de que pague quien contamina (“polluter-payer”) y el “verdadero costo de la contaminación” (94). La naturaleza ofrece muchos servicios vitales: purificación del agua, prevención de inundaciones, fertilización cruzada de plantas y frutas, fertilidad de suelos, etcétera etcétera. No deberíamos dar por supuestos estos servicios. Deberíamos calcular su valor económico y los contaminadores deberían pagar el costo de destruir la naturaleza. Este enfoque favorecería a las empresas sustentables y eliminaría muchas no sustentables que son rentables hoy pero que ya no lo serían bajo un régimen de responsabilidad económica de quienes contaminan. De manera similar, The Economist (2009) sostiene que “la mejor manera de reducir el calentamiento global sería un impuesto al carbón… Un impuesto al dióxido de carbono (CO2) significaría un incentivo para emitir menos. Sería simple, directo y transparente” (12).19
Necesitamos democracias fuertes para conducir a la economía a satisfacer necesidades humanas más que las meras demandas. Si dejamos que el mercado se autorregule, se logran grandes beneficios económicos incitando a los consumidores a comer grandes cantidades de comida chatarra, y luego venderles medicamentos para combatir los diversos trastornos médicos relacionados con este deficiente estilo de vida. En cambio, se necesita prevención, aunque sea menos “rentable”, para superar el círculo vicioso; esto incluye la promoción de hábitos saludables, especialmente a través de la educación (ver el Capítulo 3), imponer reglas más estrictas para la publicidad, prohibir las gaseosas y la comida chatarra en las escuelas, etcétera. Sería tonto confiar en la “mano invisible” y esperar que los negocios satisfagan necesidades humanas promoviendo una economía excesivamente libre en la que predomine el laisser-faire.
Promover la gobernanza global para enfrentar los desafíos globales
Deberíamos promover la gobernanza global para enfrentar los desafíos