No tenía intención de hacerlo, por supuesto. Sabía perfectamente que no se detendría en un abrazo. A lo largo de aquella semana, había levantado la vista en varias ocasiones y se había encontrado conla mirada de Luke. Él rápidamente había enmascarado la expresión de su rostro, pero no tanto como para que ella no notara el interés. El deseo. La pasión.
Era exactamente lo mismo que ella sentía. Cuanto más tiempo pasaba con él, más fuerte eran sus sentimientos.
Tal vez debería haberse negado a ir a Scarborough...
Contuvo el aliento.
–No seas estúpida. Eso ya lo has hecho antes y sólo has conseguido que te rompan el corazón –se dijo en voz alta–. ¿Te acuerdas de Hugh? Era tan adicto al trabajo como Luke. Entonces no funcionó y no funcionará ahora.
Sin embargo, Hugh no había tenido una boca tan sensual como la de Luke... A pesar de que por fin había podido olvidarse de los besos de Hugh, le daba la sensación de que no le resultaría tan fácil con los de Luke. Sufriría. Y mucho.
Lo mejor que podía esperar era que él encontrara una sustituta para Di para que ella pudiera terminar su trabajo antes de que la tentación resultara demasiado irresistible.
Capítulo Tres
Cuando Luke regresó, Sara ya había conseguido recomponerse. Sólo faltaban cinco minutos para que ella se marchara.
–¿Ha habido suerte? –preguntó.
–No. Evidentemente, esta semana no tengo suerte para encontrar nuevos empleados. Si pudiera pedirte que te quedaras un poco más...
–Sí, claro –afirmó ella, antes de que su sentido común tuviera oportunidad de impedírselo.
–Bien. Sara, creo que te he obligado un poco a lo de Scarborough.
–¿Un poco, dices?
–Está bien, mucho. Sé que no es justo, dado que no te he dado mucho tiempo para organizarte el fin de semana. Así que quiero que sepas que no estás obligada a nada.
–No importa. No tenía en mente nada en particular. Había pensado en llamar a mis amigos para ir al cine, pero nada en concreto. Además, sería agradable poder salir de Londres para ir a la playa.
–Vamos a Scarborough a trabajar –le recordó él.
–Sí. Un máximo de ocho horas al día, lo que significa que tendré tiempo para mí.
–Está bien, mientras que sea cierto que no te supone un problema.
–No lo es, pero insisto en lo de ir a la playa. Tal vez también me tome un helado.
–En tu tiempo libre para almorzar, puedes hacer lo que quieras.
–¿Acaso eres tan cobarde que ni siquiera te atreves a chapotear un poco en el mar?
–Demasiado ocupado.
–Bueno, no creo que estar cinco minutos en la playa te vaya a quitar mucho tiempo. Y creo que ese descanso te vendrá bien. Bueno –dijo–, te he enviado los mensajes por correo electrónico. Tienes un informe sobre el escritorio, junto a unas cartas que tienes que firmar –añadió–. Con eso, hasta mañana.
–Bien. Sara... –dijo, antes de que ella se marchara por la puerta–. Gracias, aprecio mucho todo lo que estás haciendo, aunque no lo diga.
–¿Sabes una cosa? Por eso estás en la lista negra de las trabajadoras temporales. Eres demasiado quejica, demasiado mandón y gruñes en vez de hablar.
–No hay lista negra de las trabajadoras temporales, y yo no gruño.
–¿No?
–No. Vete a casa –le ordenó antes de sentarse a su escritorio.
El martes, para sorpresa de Sara, Luke estaba en el despacho a la hora de comer.
–Voy a llamar a la cafetería para pedir unos bocadillos. ¿Quieres algo?
Sabía que debería sonreír cortésmente y darle las gracias, pero decidió que prefería comer fuera. Sin embargo, el alocado impulso de reformar a Luke Holloway le resultaba irresistible. Quería enseñarle a disfrutar de la vida. A que la sonrisa de los labios le iluminara los ojos.
–No, gracias. Se me ha ocurrido algo mejor. En vez de hacer que nos traigan aquí los bocadillos, ¿por qué no los compramos de camino adonde me gustaría llevarte?
–¿Adónde?
–Digamos que se trata de un experimento para incrementar la productividad. Si vas a dar un paseo a la hora de comer, se hacen más cosas por la tarde. Tiene que ver con el hecho de que el cerebro reciba más oxígeno al pasear.
–Podría ser que tengas razón –dijo Luke mirando por la ventana–. Hace un buen día. Un paseo estaría bien.
Sara miró el reloj.
–Nos marchamos dentro de media hora. Pediremos los bocadillos de todos modos para asegurarnos de que no se acaban.
Media hora más tarde, fueron a recoger su almuerzo y ella lo llevó hasta la estación del metro.
–Pensaba que habías dicho que íbamos a dar un paseo.
–Y así es, pero no por aquí.
–¿Vamos a la Torre de Londres? –preguntó Luke al ver que se bajaban del metro en Tower Gateway y se dirigían hacia Tower Hill.
–No exactamente. Confía en mí.
Lo condujo hasta un estrecho sendero y, de soslayo, lo miró para ver cuál era su reacción cuando llegaron por fin a su destino.
–¿Una iglesia?
–No del todo –dijo ella mientras lo conducía al exterior.
–Vaya –comentó Luke asombrado–, no sabía que este lugar estaba aquí.
–Se llama St. Dunstan in the East. Sufrió los bombardeos alemanes durante la Segunda Guerra Mundial, pero, en vez de derruirlo, las autoridades de entonces lo convirtieron en un jardín. Si estoy trabajando en la city, siempre vengo aquí a almorzar.
–Es muy hermoso y también muy tranquilo. Jamás se podría decir que estamos en medio de una gran ciudad.
–Exactamente. Me recuerda un poco a mi casa.
–¿Echas de menos el campo?
–Sí, pero también me gusta mucho la ciudad así que supongo que tengo lo mejor de los dos mundos. Vivo aquí en Londres, pero puedo marcharme a Kent siempre que pueda.
–Yo siempre he vivido en Londres.
–¿Jamás has pasado tiempo en el campo?
–Algún fin de semana que otro. Nada más.
–En ese caso, tendrás que venirte conmigo algún día. Te mostraré algunos de mis lugares favoritos.
–¿Me estás proponiendo una cita, Sara?
Durante un segundo, ella se quedó sin respiración. El aire parecía cargado de electricidad. Una cita. Aquellas palabras sólo habían significado una oferta generosa. Mostrarle algunos de sus lugares favoritos y alegrarle un poco la vida. Sin embargo, podía interpretarse de otro modo...
El corazón le dio un salto en el pecho. ¿Y si él aceptaba? ¿Acaso quería ella que él aceptara?
Decidió dar marcha atrás.
–No. No se trata de una cita, sino simplemente de una oferta a un amigo. Me caes bien y creo que podríamos ser