–¿Tendría yo carta blanca para reorganizar el archivo?
–Si sirve para ahorrar tiempo, sí. Si sólo es para justificar sus honorarios, no.
A Sara le gustaba que Luke Holloway fuera tan directo. Esto significaba que sabía exactamente qué terreno pisaba con él.
–Bien. ¿A qué se dedica usted exactamente?
–¿Me está diciendo que no me ha buscado en Internet?
Ella se sonrojó. Por supuesto que lo había hecho.
–No he encontrado mucho. Sé que tiene usted veintiocho años y que es un millonario que se ha hecho a sí mismo.
Sus novias eran todas del mismo tipo. Altas, con largas piernas, aspecto exótico y un cabello oscuros de un brillo imposible. Salía mucho y estaba en la lista de invitados de las mejores fiestas. Además, cambiaba de novia frecuentemente. Demasiado frecuentemente.
–Sin embargo, los artículos de los periódicos y las columnas de crónica rosa en la red no siempre resultan exactas.
–Yo tampoco he encontrado mucho sobre usted, aparte del hecho de que no tiene sitio web.
¿La había investigado a ella? Por supuesto. Luke era la clase de hombre que prestaba mucha atención a los detalles.
–No necesito página web. Consigo mis clientes con el boca a boca.
–Y ésa es precisamente la mejor forma de anunciarse. Es exacta y no puede comprarse.
–Aún no ha respondido usted a mi pregunta –dijo ella, reconduciendo la conversación.
–Compro y vendo empresas.
–¿Es usted uno de esos empresarios que compra empresas para destruirlas?
–No. Lo que ocurre es que me canso fácilmente y me gustan los desafíos. Compro negocios que están teniendo problemas y, cuando logro recuperarlos, los vendo de nuevo a los directivos que trabajan en ellas. Se me da bien resolver problemas. Normalmente –dijo, señalando a su alrededor–. Ésta es la excepción que confirma la regla.
–¿Qué clase de negocios?
–Deportes y ocio. Gimnasios, clubes deportivos, spas... Estoy pensando en ampliar un poco el negocio.
–¿Y lo hace usted todo solo?
–Con una buena asistente personal y directivos de categoría en cada negocio. ¿Y usted? ¿Por qué trabaja por libre?
–Supongo que por la misma razón. Se me da bien resolver problemas y me aburro con facilidad. Además, me gusta ordenar las cosas. Supongo que soy una obsesiva de la limpieza –comentó ella, mientras contemplaba el minimalista despacho–. Parece que a usted también.
–¿Hace usted otras cosas aparte de ordenar?
–¿A qué se refiere?
Luke se quedó atónito por lo primero que se le vino a la cabeza. Acababa de conocer a aquella mujer. Además, era completamente opuesta al tipo de mujeres que solían gustarle, aparte del hecho de tener las piernas largas. Tenía el cabello rubio y liso, peinado en un elegante recogido. Todas sus novias siempre habían tenido el cabello oscuro y los ojos oscuros, al contrario del penetrante color azul de los de aquella mujer. Iba vestida muy profesionalmente, con un traje de chaqueta oscuro y una blusa blanca. Una gargantilla de perlas negras añadía un toque de clase.
Y entonces estaban los zapatos. Tacón de aguja. Brillantes... y de color rosa.
Un toque de exotismo.
Luke respiró profundamente y deseó que su libido volviera a aplacarse. Aquello no era apropiado. Aunque Sara Fleet tuviera una boca muy sensual y unas piernas maravillosas, estaban tratando de temas de trabajo. No pensaba dejarse llevar por el impulso de invitarla a cenar ni del de tomarla entre sus brazos, soltarle el cabello y besarla.
–No sé cuánto tiempo va a llevarle ordenar todo esto ni cuánto voy a tardar yo en encontrar una sustituta adecuada. Creo que usted funciona igual que yo. Se va a aburrir de ordenarme el archivo.
–¿Qué otra cosa tenía usted en mente? –insistió ella.
Una vez más, se la imaginó pegada a él, con el cuerpo enredado en el suyo. Era una locura. Aparte del hecho de que Sara Fleet no era su tipo, sabía muy bien que no debía mezclar los negocios con el placer. Siempre terminaba mal.
–Bueno, la clase de negocio que estoy considerando en estos instantes... Me vendría bien un punto de vista femenino. Y sincero.
–¿De qué clase de negocio se trata?
–Estoy pensando en comprar un hotel. Tengo tres o cuatro opciones y quiero comprobar cómo son todas, por lo que tendríamos que viajar un poco. ¿Sería eso un problema?
–No. A Justin no le importaría.
¿Justin? Evidentemente, se trataba de su pareja.
Este hecho la colocaba decididamente fuera de su alcance. Luke sólo salía con mujeres solteras que no quisieran casarse. Sara ya estaba comprometida con otro, por lo que sería mejor que se despidiera de aquella instantánea atracción.
Tomó un sorbo de café y comenzó a explicarle los distintos archivadores, respondiendo las preguntas que ella le iba haciendo. A continuación, encendió el ordenador y le mostró varios programas.
–Cuentas, nóminas, correspondencia, proyectos pasos, proyectos presentes... Todo esta informatizado. Supongo que sabe usted hacer gráficos y esquemas.
–Sí.
Ella realizó algunas preguntas más. Entonces, por fin llegó el momento de tomar una decisión. Luke sabía lo que quería. Fue directo al grano, como siempre.
–Bueno, eso es todo –dijo–. ¿Estaría usted dispuesta a ordenar mi despacho y a trabajar como mi asistente personal hasta que encontrara una persona adecuada?
–Sí. ¿Cuándo quiere que comience?
Luke se miró el reloj.
–¿Qué le parece ahora mismo?
Capítulo Dos
Luke se sorprendió de lo rápidamente que se adaptó Sara. A principios de la semana siguiente, parecía que ella llevaba trabajando para él desde siempre. Era una mujer brillante, organizada y muy buena en su trabajo. Además, siempre que Luke decidía tomarse una pausa en su trabajo y se disponía a tomar un café, Sara llegaba antes de él. Antes de que él pudiera levantarse, ella ya le había colocado una taza sobre la mesa. Café fuerte, sin leche y con una cucharada de azúcar. Perfecto.
–¿Has estado hablando con Di o algo así? –le preguntó él cuando terminó su café.
–¿Qué quieres decir?
–Siempre pareces leerme las intenciones, tal y como hacía ella. Es casi como tenerla de vuelta, pero Di tuvo cuatro años para acostumbrarse a mi modo de trabajo.
Sara se echó a reír.
–No, no he hablado con ella. En cualquier caso, no sobre ti. Llamó el otro día para ver cómo iba todo. Yo le dije que se relajara, que se tomara una infusión de jengibre y que dejara de sentirse culpable.
–Bien. Eso fue lo que le dije yo también la última vez que me llamó. ¿Cómo has sabido...?
–¿El modo en el que trabajas? Observando. La mayoría de las personas tiene sus rutinas.
–Tú también, por supuesto.
–¿Qué quieres decir?
–Bueno, estás aquí a las nueve en punto. Siempre te tomas exactamente una hora para almorzar y te marchas a las cinco en punto.