Leíanse publicaciones de Madrid y periódicos locales. En la prensa de la Corte se llevaban la palma los discursos de Castelar, por entonces muy distante de haberse gastado. ¡Cuánta palabra linda, y qué bien que enganchaban unas en otras! Parecían versos. Es verdad que la mayor parte no se entendían, y que danzaban por allí nombres tan raros, que sólo el demonio de Amparo podía leerlos de corrido; mas no le hace: lo que es bonito, era muy bonito aquello. Y bien se colegía que la sustancia del discurso era a favor del pueblo y contra los tiranos, de suerte que lo demás se tomaba por adorno y delicado floreo.
Cuando en vez de discursos cuadraba leer artículos de fondo, de estos kilométricos y soporíferos, que hablan de justicia social, redención de las clases obreras, instrucción difundida, generalizada y gratis, fraternidad universal, todo en estilo de homilía y con oraciones largas y enmarañadas como fideos cocidos, alterábase la voz de Amparo y se humedecían los ojos de sus oyentes. Leve escalofrío recorría las filas de mujeres, las cuales se miraban como diciéndose: «¿Eh?, ¿qué tal? ¡Este sí que lo parla!». Y leído el último párrafo, que terminaba anunciando el próximo advenimiento de una era de perfecta libertad y bienestar absoluto, solían cruzar las manos, sonriendo y sintiéndose tan relajadas en sus fibras, tan blandas y dulces como un plato de huevos moles. Trabajo les costaba reprimir los impulsos de abrazarse que se les iban y venían.
En cambio, si el escrito pertenecía al género bélico y tocaba a somatén, parecía que les daban a beber una mistura de pólvora y alcohol. Montaban en cólera tan aína como se encrespan las olas del mar. Sordas exclamaciones acompañaban y cubrían a veces la voz de la lectora. Era contagiosa la ira, y mujer había allí de corazón más suave que la seda, incapaz de matar una mosca, y capaz a la sazón de pedir cien mil cabezas de los pícaros que viven chupando la sangre del pueblo.
—X— Estudios históricos y políticos
Más partido tenían en la Fábrica los periódicos locales que los de la Corte. Naturalmente, los locales exageraban la nota, recargaban el cuadro; sus títulos acostumbraban ser por este estilo: El Vigilante Federal, órgano de la democracia republicana federal—unionista; El Representante de la Juventud Democrática; El Faro Salvador del Pueblo Libre . Y como, aparte de algunas huecas generalidades del artículo de fondo, discurrían acerca de asuntos conocidos, era mucho mayor el interés que despertaban.
No es fácil imaginar cuán honda sensación producía en el concurso alguna gacetilla rotulada, por ejemplo: «Acontecimiento incalificable».
—A ver, a ver. Oír. Callar. Silencio, charlatanas.
Y reinaba un mutismo palpitante, escuchándose tan sólo el retintín de los tijeretazos que cercenaban el rabo de las tagarninas.
—«Acontecimiento incalificable»—repetía Amparo—. «Se nos asegura que hará dos días entraron tres guardias civiles francos de servicio en el café de la Aurora, y un oficial que allí había los arrestó...»
—Arrestaría, arrestaría....
—Callar, bocas....
—«... los arrestó por tan enorme delito...»
—¿Por entrar en un café?
—¡Y dicen que hay libertá!
—¡Qué ha de haberla, mujer!
—«Y preguntándoles la causa de su entrada en el local, le respondieron que su objeto era tomar café. No obstante tan naturales explicaciones, fueron arrestados por tres días, y hasta no faltan personas bien informadas que aseguren se ha dado orden para que los individuos del benemérito cuerpo no puedan entrar en los cafés de la Aurora ni del Norte. De ser esto cierto, sobre constituir un ataque infundado a los sagrados derechos individuales, lo es también a la industria libre y honrosa de los cafeteros, y...»
—¡Y le resobra la razón, así Dios me salve! ¿Y de qué come el pobre del cafetero si le espantan la parroquia?
—El pillo del oficial, como tiene su paga....
—«... y no encontramos frases suficientes para anatematizar estos atropellos, hoy que la bandera de la libertad nos da sombra con sus pliegues...»
—¡Eso, eso!
—¡De ahí, de ahí!
—Habiendo libertá no hay injusticias. ¡Olé por ella!
—«¿Qué piensan los que así resucitan arranques del agonizante despotismo militar, propios de épocas terroríficas que pasaron a la historia? ¿Se les ha figurado que estamos en aquellos siglos, cuando un señor tenía poder para abrir el vientre a sus vasallos?...»
Aquí se salió de madre el río. Exclamaciones, interjecciones, gritos y risas se cruzaron de un lado a otro; pero las risueñas estaban en minoría: dominaban las espantadas. Una vieja medio sorda se hizo una trompetilla con ambas manos, creyendo que sus oídos la engañaban.
—¡Ave María de gracia!
—¡En mi vida tal oí!
—¡Abrir la barriga!
—No sería en tierra de cristianos, mujer.
—¿Y eso fue a los pobrecitos civiles?—interrogó la sorda.
—¡Chss!—gritó Amparo—. Aquí viene lo bueno, señores: «... abrir el vientre a sus vasallos para calentarse los pies con su sangre...»
—¡Señor y Dios de los cielos!
—Parece que todo el estómago se me revolvió.
—¡Pobre del pobre!
—¡Cuándo vendrá la federal para que se acaben esas infamias!
Otra cuerda que siempre resonaba en aquel centro político femenino era la del misterio. Cualquier periodiquillo, el más atrasado de noticias, contenía un suelto que, hábilmente leído, despertaba temores y esperanzas en el taller. Amparo empezaba por hacer señas al concurso para que estuviese prevenido a importantes revelaciones. Después comenzaba, con reposada voz:
—«Atravesamos momentos solemnes. De un día a otro deben cambiar de rumbo los acontecimientos...»
—Lo que yo digo. Esta situación, de por fuerza se la tienen que llevar los demonios.
—Hasta que llegue la nuestra....
—No, pues cuando este lo huele.... Por Madrid andará buena la cosa.
—Así los parta a todos un rayo, comilones, tiránigos, chupadores.
—A ver si calláis.
—«La situación está próxima a entrar en el camino que desde el primer día de la revolución debió emprender. Hay que vencer grandes obstáculos...» (Movimiento general.) «Los enemigos encubiertos de la revolución...»
—¿Quién será? ¿Lo dirá por el alcalde?
—No, mujer.... Por ese maldito de cuñado de la Reina....
—Y por el Napoleón de allá de Francia, boba, que no nos puede ver.
—¡Chsss! «... de la revolución, están acechando el instante en que poder descargar sobre la situación un golpe decisivo y liberticida. No desmayemos, sin embargo. La revolución pasará triunfante por cima de tanto reaccionario como aparenta servirla con fines siniestros. En donde menos se piensa se esconde la reacción fijando su ojo de tigre...»
—Tiene razón, tiene razón. Está muy bien comparado.
—«... ojo de tigre... en la libertad, para estrangularla. Los más temibles son los que, llegados a la cima del poder, hacen traición a sus antiguos ideales que les sirvieron de pedestal para escalar las grandezas...»
—Si es lo que yo os predico