Estaba claro que Helene no se iba a dejar encasillar en los habituales roles femeninos de su tiempo: impartió conferencias en diferentes ciudades (Viena, Múnich, Zúrich, Basilea...) y viajó por diversos países: Francia, Italia, España, norte de África... En 1881 entró en los salones vieneses, donde conoció a Marie von Ebner-Eschenbach (1830-1916), ingresando en su círculo literario y estableciendo relaciones con Betty Paoli (1815-1894), Ida von Fleischl-Marxow (1824-1899) y Louise von François (1817-1893), quien, a su vez, la presentó al literato Conrad Ferdinand Meyer (1825-1898). Este diría de ella:
Tiene algo de turco o de serbio en su aspecto; y, a la vez, se sabe al dedillo todas las teorías filosóficas modernas, algo que tiene muy poco de turco. Creo que vale mucho, y si puedo echarle una mano en su rápido ascenso, lo haré con mucho gusto.4
Comienza a publicar diversos escritos, como el drama Sultan und Prinz (1881), que no tuvo éxito, y diversos trabajos literarios y de crítica musical, utilizando multitud de seudónimos: «Adalbert von Brunn», «Erna von Calagis», «H. Foreign», «Frl. E. v. René», «H. Sakkorausch», «H. Sakrosant»…). En 1884, nuestra doctora publica un libro dedicado a estudiar la figura de Percy B. Shelley, continuando así su interés por la literatura romántica anglosajona, que nunca le abandonará, pues traduce a Algernon Charles Swinburne y estudia a William Blake; en 1885 dedica un ensayo titulado Drei englische Dichterinnen a tres escritoras británicas: Joanna Baillie, Elizabeth Barrett-Browning y George Eliot.
Si en su disertación doctoral Druskowitz había valorado a Lord Byron como el prototipo del dandi —alguien a medio camino entre el intelectual y el artista, capaz de reunir lo que Nietzsche había llamado «lo apolíneo» y «lo dionisíaco», en su carácter excéntrico, rebelde, escandaloso, enamorado de la libertad, misántropo y dominado por el fastidio universal (Weltschmerz)—, en su escrito sobre Shelley, Druskowitz alababa la capacidad de este gran poeta romántico para unir lo antiguo y lo nuevo, aspecto que ella consideraba clave para afrontar los conflictos de la época actual; también apreciaba su particular apasionamiento por la naturaleza, así como su tolerancia, su defensa de los derechos de los débiles y su arrebatadora creatividad lírica. A través de Shelley, asimismo, Druskowitz entró en contacto con el ensayo de Mary Wollstonecraft A Vindication of the Rights of Woman (1792), que le hizo comprender la necesidad de reaccionar contra el orden social y el sufrimiento del mundo, especialmente del sexo femenino. Adhiriéndose desde entonces a los postulados de una sociedad libre5, Helene pasará a contraponer el modelo de mujer emancipada planteado por Wollstonecraft al ideal femenino schilleriano, que circulaba en la sociedad germana del momento.
También en 1884 entra en contacto con el círculo que se reúne en torno a Malwida von Meysenbug, formado por personajes como Rainer Maria Rilke, Meta von Salis, Resa von Schirnhofer, Paul Rée, Lou Andreas-Salomé o Nietzsche, con quien se entrevista y mantiene contacto epistolar6. En una carta dirigida a su hermana el 22 de octubre de 1884, le dice Nietzsche:
Por la tarde di un largo paseo con mi nueva amiga Drudkowitz [sic], que vive con su madre a pocas casas de distancia de la pensión «Neptun»; entre todas las mujeres que he conocido, es la que se ha dedicado con mayor seriedad a la lectura de mis libros y no sin obtener frutos. Mira a ver si te gustan sus últimos trabajos (Tres poetisas inglesas, entre las cuales Eliot, de la que es gran admiradora, y un libro sobre Shelley). Ahora está traduciendo al poeta inglés Swinburne. Me parece una criatura de alma noble y recta, que no puede perjudicar a mi «filosofía».7
Parece que, inicialmente, había una estima recíproca entre ambos amigos y que Nietzsche creyó incluso haber encontrado en ella a la discípula que no había conseguido con Lou Andreas-Salomé8. Sus conversaciones debieron girar particularmente en torno a la libertad de la voluntad, cuestión que tan importante papel ocupaba en los escritos juveniles de Nietzsche. Por lo demás, la influencia de la joven debió de ser tan decisiva que Nietzsche se planteó publicar con el editor berlinés Oppenheim, que era quien publicaba sus libros y los de Karl Hillebrand9. Por su parte, en una carta a C. F. Meyer, Helene afirma: «En Nietzsche sobrevive algo del espíritu y del impulso rapsódico de los antiguos profetas».
Pero en diciembre de ese mismo año ya aparecen signos evidentes de distanciamiento entre ambos. En una carta a Meyer del 22 de diciembre de 1884, la joven expresa, ya sin ambages, sus dudas sobre la capacitación filosófica de aquel filólogo metido a filósofo:
Mi entusiasmo por la filosofía de Nietzsche se ha revelado como una mera passion du moment, un miserable fuego de paja. Sus aires de profeta ahora me parecen ridículos. ¿Quién negaría a este hombre abundancia de espíritu y un gran talento para la forma? Sin embargo, su entusiasmo es solo suficiente para pronunciarse con refinamiento sobre algún que otro problema, en forma de reflexiones; pero no basta, como él cree, para los grandes problemas filosóficos, que trata más bien superficialmente y sin verdadera seriedad.10
Al año siguiente, Helene mostraría intención de devolverle a Nietzsche el manuscrito del Zaratustra IV, que Nietzsche le había enviado (este envío demuestra que él aún creía en su capacidad filosófica y en un posible discipulado por parte de ella11). Completamente alejada ya de la «filosofía nietzscheana» —que nunca reconocería como tal—, la joven pronunciaba en Moderne Versuche eines Religionsersatzes su sentencia definitiva sobre la misma:
Tampoco puede negarse que exista algún que otro pensamiento original y geniales relámpagos luminosos en sus análisis psicológicos. Pero, en general, puede decirse de sus reflexiones filosóficas que el tratamiento de los problemas no armoniza con su importancia; que expresiones de auténtica sabiduría alternan con inútiles ocurrencias y dudosas sofisterías; pruebas de auténtica agudeza, con paradojas, y en ocasiones lamentables errores, y que el autor casi se contradice en cada punto. […]
El pensamiento que se encuentra en el fondo de Zaratustra es una consecuencia del darwinismo, y ya había sido expresado repetidamente antes de Nietzsche. No obstante, debe concedérsele a este haberlo concebido de manera más afectiva que cualquier otro. Sin embargo, como le sucede a menudo, Nietzsche es desviado por el afecto, de manera que apunta muy por encima y mucho más lejos de la meta.
Al conocer estas opiniones críticas, Nietzsche reaccionó como solía hacerlo en estos casos: con furia y dirigiendo a su antigua amiga invectivas personales. Conservamos un borrador de respuesta a una carta no conservada de Helene, fechado a mediados de agosto de 1885, en el que Nietzsche muestra su enojo por la opinión adversa de la filósofa en relación con el contenido de su obra:
Mi estimada señorita:
El ejemplar le estaba enviado en propiedad, pero algo diferente es apropiarse siquiera de una palabra de él. ¡Y ahora quiere usted incluso escribir sobre esas cosas!, respecto de las cuales aún no ha vivido nada, ni mucho menos tenido ese sacudimiento sagrado e interior que tendría que preceder a todo grado de comprensión.
Para mi triste sorpresa, observo de su — — — por lo que sé de estas p[ersonas] actuales, mi esperanza es pequeña.
Disculpe, mi estimada señorita, pero no soy de aquellos que «hacen lit[eratura]», ni mucho menos de los que creen que se puede hablar públicamente de todas las cosas. A quien no me está agradecido desde el fondo más profundo de su corazón por el hecho de que simplemente haya expresado algo así como mi Z[aratustra], a quien no bendice toda existencia por el hecho de que sea posible en él algo como este Z[aratustra], le falta todo, oído, entendimiento, profundidad, formación, gusto y, en general, la naturaleza de un «ser humano escogido». A estos escogidos quiero atraer a mí con ello: — — —
Ps. El ejemplar enviado, mi querida y estimada señorita, le pertenece por supuesto en propiedad.
Por lo que se refiere a su carta, sincera, aunque no precisamente prudente y perspicaz, quizá ni siquiera especialmente «modesta», digo, como con frecuencia: ¡qué pena no tener una media hora de diálogo cuando es necesario! Este mismo invierno provoqué que un respetuoso y muy entregado compañero