—Huye del enemigo.
—¿De mi casa, en la cual nací?...
—De tu casa, en la cual naciste y de la que, si no me engaño, eres propietario.
—Razón de más para que la mire con tanto cariño.
—Razón de más, digo yo, para que te animes á abandonarla. Ponla á renta, como los demás pisos; sácale el jugo.
—¿Y mis recuerdos?
—También á ellos, por lo mismo que son tu enemigo. Eso te consolará de la pena de no haber podido vencerle cara á cara. Desengáñate, Gedeón: ni tú ni yo hemos nacido para lidiar con la prosa de la vida doméstica, ni tenemos necesidad de intentarlo siquiera.
—¿Qué crees que debo hacer?
—Una cosa muy sencilla: ponte á pupilo con cuantas ventajas y comodidades puedas hallar, y deja á tu patrona el cuidado de lidiar con dueñas y fregatrices. Si tal hicieres, pronto me darás las gracias; y si desechas mi consejo, allá te las hayas con tus desventuras; pero no te quejes de ellas... ¿Dudas?
—De dudar es el caso.
—Medítalo bien.
—Pienso hacerlo.
—Pues adiós te queda, ya que estás advertido.
Y se va, dejando á Gedeón muy pensativo y no del todo desconsolado.
V
NO ES CASA DE HUÉSPEDES
El consejo de su amigo prevalece, al cabo, en el ánimo de Gedeón. Doloroso es para éste abandonar aquella casa en la que nació y ha vivido siempre; pero no hay otro remedio que cortar por lo sano.
Levanta la casa, ó la cierra, temiendo un arrepentimiento el día menos pensado; pero el hecho es que se pone á pupilo; lo cual le ha dado bastante que hacer, porque el gremio tiene mucho que explorar si se ha de elegir lo menos malo.
En sus pesquisiciones para hallar un albergue, como el otro una posición social, ha recorrido medio pueblo y ha oído con paciencia el completo catálogo de las humanas vicisitudes, de boca de las innumerables pupileras que le han solicitado para huésped. Ninguna de ellas ejercía la industria por ascenso: todas habían bajado hasta ella desde los puestos más encumbrados en armas, en nobleza y en dinero: siendo de notar que cuantos más humos revelaba una señora de esta clase, menos fuego calentaba su cocina.
Al fin se establece en la casa que más se aproxima á sus deseos.
Su dueña, doña Ambrosia de nombre, se conforma con blasonar de rígida en los más severos principios de moral, y de haber dado golpe, en los albores de su juventud, en calles y paseos. Dos veces viuda, no se ha puesto en peligro de serlo la tercera, porque no ha querido, no por falta de pretendientes, pues á pares los ha tenido que aspiraban al honor de sacarla de pupilera, y á la dicha de poseer los conservados restos de sus juveniles encantos.
Á creerla, tiene casa de huéspedes porque, acostumbrada en vida de sus papás, y más tarde de sus maridos, á un trato escogido y ameno, la soledad la mata. Para ella, son familia sus pupilos; por lo cual admite pocos, y esos de arraigo, de formalidad y de educación: á Dios gracias, no necesita el tráfico para comer.
Gedeón ocupa un gabinete con puerta falsa al corredor, y otra de vidrieras con cortinillas á una sala que, según advertencia de doña Ambrosia, es para recreo de los huéspedes, ó para que éstos tengan donde recibir decorosamente sus visitas, En la sala hay una alcoba con cama de respeto, también al decir de la pupilera.
Como los huéspedes son pocos y buenos, si ha de creer á doña Ambrosia, Gedeón consiente en comer á la mesa con ellos, ínterin llega una doncella que se espera y podrá servirle la comida en su cuarto con la puntualidad y esmero que ahora le faltarían, por estar incompleta «la servidumbre de la casa.»
Durante los primeros días tiene por compañeros de mesa á un señor muy flaco y muy nervioso, que no habla una palabra, del cual ha dicho la pupilera que es un marqués muy rico, que viene á tomar aires; cuya marquesa es la señora oronda y colorada que se sienta á su izquierda, y le trincha la carne, le parte el pan en bocaditos y le escancia el vino.—Tampoco despliega los labios.—Ni el marqués ni la marquesa tienen el pelaje ni el aire de tales: pero ¡hay tantos marqueses que no lo parecen! Gedeón tomara á éstos por ex-tenderos de refino, que se retiran al pueblo natal á comerse las ganancias de treinta años de mostrador.
Sigue por la derecha un hombrecillo de crespo y recortado bigote, de frente angosta y cabeza plana, con gabán de ropería, que sorbe las salsas en el plato y bebe con la boca llena, sin dejar de hablar, por eso, de la influencia que ejercen los cuartos de luna en el corte de las uñas y del pelo, y de las recetas infalibles que él tiene para exterminar las chinches y las cucarachas.—En opinión de doña Ambrosia, este huésped es un ingeniero sapientísimo que estudia, por recreo, dos años hace, el suelo de la provincia para establecer en sitio conveniente, y á sus expensas, una fábrica de patatas artificiales para los pobres.—Gedeón le clasifica, en su padrón particular, como escribanillo de aldea.
Llévale la contraria en sus asertos científicos, una señora muy peripuesta y retocada, con voz de bajo cantante. Habla mucho de la antigua Grecia y de las sales áticas, lo cual no sorprende tanto oyéndola decir á cada triquitraque que es viuda de un oidor de Filipinas, que dejó setenta volúmenes de comentarios á la Casandra de Licofrón, y otros cinco de notas á las Dionisiacas de Nonno Pannopolitano. El gobierno ofrece á la viuda cuarenta y ocho mil duros por la propiedad de estas luminosas obras; pero ella quiere el millón cabal, y tras él anda con la esperanza de conseguirle. Cree Gedeón que con que la pagaran sin descuento la viudedad que debe corresponderle desde la muerte del mayor de plaza (pues no otra cosa pudo tener por marido), se diera la erudita matrona por satisfecha.
Algunos días después aparecen en la mesa dos huéspedes más: un gigantón, hosco de mirada, cerdoso de bigotes, rasgado y muy abierto de boca, purpúreo de color y muy largo de brazos; y su señora, el tipo opuesto: aguileña, oscilante, lánguida y sentimental. Malambruno, como desde luégo llama Gedeón al gigante, se queja del fuego herpético que le devora; por lo cual anda recorriendo climas hasta dar con uno que le apague el incendio.
Por lo demás, cuando no habla de su dolencia, echando candelas por los ojos, brasas por las mejillas y rociadas de saliva por entre las cerdas de sus bigotes, aturde á los circunstantes con la estadística de sus caudales. En la Mancha, porque la erudita citó á don Quijote, tiene él tres haciendas que le produjeron el año pasado, y sólo en renta, doce mil fanegas de trigo. Porque se habla de dormir la siesta, ó de si es sana ó dañosa esta costumbre, niega él, sin que nadie lo haya afirmado en la mesa, que los extremeños hagan siete comidas y duerman cinco siestas al día. Precisamente conoce á palmos la provincia de Extremadura... ¡como que tiene en ella seis dehesas y más de veinte mil cerdos!
Por análogos procedimientos trae á colación sus cortijos de Jerez y sus posesiones de Salamanca, siendo de notar que en cada dehesa, y en cada cortijo, y en cada hacienda, tiene, no solamente palacio con la necesaria servidumbre de criados para él y de doncellas para su señora, sino hasta templo, pues capilla se la permite cualquier zarramplín de aldea.
Porque se cita el escamoteo de un reló ó el de los calzoncillos que llevaba puestos el vecino de al lado,