En el fondo, los textos aquí reunidos –y en ello reside la unidad de este volumen– parten de la idea de que el intento de leer o releer a Marx por él mismo, de restituir su «doctrina» tal cual, sobre el fondo de una neutralidad académicamente apropiada y con aspiraciones de «objetividad», es en cierto sentido perfectamente vano: Marx no es un «autor» al que se pueda leer o releer como a un «clásico». El esfuerzo que ha de hacerse para leer a Marx, para comprender su texto, para corregir los contrasentidos y errores de otras lecturas, para deshacer los prejuicios, es necesario, pero no puede bastar ni ser un fin en sí mismo. El motivo de ello es que, cuando nos acercamos a Marx, cuando volvemos a abrir sus libros, siempre damos por descontada, si no la comprensión, al menos la existencia de ciertos elementos para la comprensión de una sociedad que es la nuestra, y eso justamente porque la sociedad de la que habla Marx sigue siendo la nuestra: a Marx se lo leerá mientras no nos hayamos desembarazado de la dominación capitalista, mientras no nos hayamos liberado de una sociedad caracterizada por el reinado de la abstracción del valor. Así, pues, siempre nos acercamos a Marx y a sus textos con la idea de que nos permitirán comprender algo de la lógica de una formación social que sigue siendo la nuestra, pero también con una pregunta fundamental, a la vez teórica y práctica: ¿es concebible otra formación social? ¿Dónde pueden encontrar los hombres el punto de apoyo que los haga inventar una nueva organización social que produzca la riqueza social al margen de la sola lógica del valor y que haga posible la felicidad de todos? Como esa pregunta será actual mientras siga en pie una formación social fundada en la dominación, en la destrucción de la riqueza social real en provecho de la forma valor de la riqueza, se reiterará y habrá que reiterar el esfuerzo de leer y releer a Marx.
Capítulo I
Los filósofos no han hecho más que interpretar de diversos modos El capital. Sobre por qué hay que transformarlo y cómo hacerlo
Jacques Bidet
El capital y la filosofía
«Los filósofos no han hecho más que interpretar de diversos modos el mundo, pero de lo que se trata es de transformarlo». En términos del joven Hegel: hacer descender la filosofía desde el cielo hasta la tierra. Ésa es la nueva vía con la que, a partir de 1845, Marx se comprometió resueltamente. Este desafío se presenta como una apelación, una interpelación, una exhortación: Es kommt darauf an, sie zu verändern… Sin embargo, dicho desafío sólo es razonable si responde a las determinaciones de lo real. En este acto ilocutivo, la pretensión de realidad y la pretensión de razón son inseparables, inseparables de la posición del sujeto que interpela.
No se trata de transformar la naturaleza del hombre, sino de lograr el advenimiento de un mundo humano. Éste es el programa que Marx empieza a esbozar en su manuscrito de 1857, los Grundrisse. Pero sólo tras una larga investigación logrará entrever el punto a partir del que el orden social reinante –el de la «sociedad moderna», donde prevalece la «producción capitalista», según los términos del prefacio de la primera edición y del posfacio de la segunda– puede ser objeto de una reflexión y una crítica transformadora. En efecto, existe un punto del que hay que partir, pues a él conduce en nuestra sociedad todo cuestionamiento teórico y práctico. Dicho punto es el que Marx intenta elucidar al comienzo de El capital, por medio de un dispositivo conceptual que se despliega desde el capítulo primero, dedicado al mercado, hasta el capítulo séptimo (el quinto en la edición alemana), dedicado al capital.
La cuestión de las condiciones previas a la exposición de El capital
Marx se interesó en las generalidades antropológicas preliminares al estudio de toda sociedad particular. Intentó determinar tales condiciones previas conforme a dos aspectos distintos (ERC[1], pp. 29-44) que volvemos a encontrar aquí en filigrana.
El primero concierne a la producción en general. En El capital, ésta sólo se evoca de paso: por ejemplo, en el parágrafo cuarto del primer capítulo, en la figura de Robinson, el individuo humano en general. Éste tiene que producir para vivir. En cuanto ser racional, aprehende su actividad productora como trabajo concreto –es decir, según el reparto juicioso de sus esfuerzos entre los diferentes valores de uso, entre los diversos productos que necesita– y correlativamente como trabajo abstracto –es decir, en relación con el tiempo necesario, con el gasto necesario de «fuerza de trabajo»–, el menor posible para una producción dada. Por tanto, el par «trabajo abstracto/trabajo concreto» no es propio de la forma moderna de sociedad, como tampoco los conceptos de «valor de uso» o de «fuerza de trabajo». Se trata de conceptos generales, que forman parte de la definición del «trabajo en general» en cuanto forma de actividad racional. A eso mismo se refiere el parágrafo primero del capítulo séptimo (quinto en la versión alemana), muy comentado por los filósofos, titulado «La producción de los valores de uso». En el texto alemán, Arbeitsprozess, «el proceso de trabajo» (en general).
Por otra parte, y éste es el segundo aspecto, Marx no cesó de subrayar que no dejaremos de abordar trivialidades hasta que no estudiemos la producción en su marco social (que entraña otras categorías, como, por ejemplo, las de intercambio, distribución, reproducción, etc.) y, además, no consideremos el proceso propiamente económico en el marco de las relaciones políticas, jurídicas e ideológicas que constituyen el fenómeno social total. Esta totalidad pertinente es la que intentó circunscribir en la introducción de 1857 a los Grundrisse. En el Prefacio de la Crítica de 1861, Marx sintetizó esta problemática transhistórica del «modo social de producción» en general por medio de una fórmula mínima, que subraya que las tecnologías siempre han de ser consideradas en sus vínculos con unas relaciones sociales determinadas (de propiedad, de control, de reparto) y que hay que relacionar ese par –formado por las «fuerzas productivas» y las «relaciones de producción»– con las formas políticas y culturales que presupone: es la célebre figura de la estructura social como unidad de una «infraestructura» y una «superestructura».
Sin embargo, hay que señalar que, en El capital, Marx renunció a exponer a modo de condiciones previas estos preliminares conceptuales. Desde el primer momento, el libro aborda un «modo de producción» particular: el «modo de producción capitalista», comprendido en el marco jurídico-político y social de la forma moderna de sociedad. Por tanto, el comienzo que Marx intenta establecer en El capital es el del discurso sobre la modernidad, en el que se dice lo que es propio de la sociedad capitalista o moderna. No obstante, Marx no puedo lograr dicho objetivo sin recurrir a tales conceptos generales. En efecto, el trabajo del comienzo consiste en «determinar» los conceptos previos de manera que se creen los conceptos primeros, propios de un tipo particular de sociedad, que en este caso es la del modo de producción capitalista. No cabe duda de que Marx intenta llevar a cabo esta operación determinada, pero lo hace de una forma a menudo implícita, sin que siempre queden perfectamente de manifiesto las dificultades que dicha operación conlleva. Por lo que a esto respecta, el texto que nos ha legado lleva aún la marca de los tanteos de su investigación: los dos registros conceptuales están a veces más o menos entremezclados. Sin embargo, resulta esencial diferenciar bien la conceptualidad genérica, que es la de las condiciones previas, y la conceptualidad específica, que es la del comienzo. Por ejemplo, es importante examinar qué sentido adopta, en la forma moderna de sociedad, el concepto de «producción», qué categoría adquiere en ella la «fuerza de trabajo», y, además, conforme a qué lógica particular se articulan en ella «trabajo concreto» y «trabajo abstracto»[2]. No olvidemos que, según Marx, no hay que «transformar» el hombre en general, sino nuestro mundo, nuestra sociedad capitalista. Sin embargo, todavía queda por determinar la «forma» propia de dicha sociedad.
Ni que decir tiene que el capítulo primero de El capital no es un comienzo absoluto, en el sentido de la Lógica de Hegel. Aquí no se trata del Espíritu como tal, sino de una forma históricamente determinada de sociedad. Por eso, todo intento de emparentar el orden