—¿Y dónde están escritas ahora estas cosas? —preguntó el investigador.
—No tengo ni idea de dónde están escritas ahora. Pero puedo decirle dónde estaban escritas entonces.
—Dígamelo.
—El cronista Leone Cobelli escribió algunas en sus crónicas y, si mira su correspondencia original, verá que algunas páginas están arrancadas justo en el punto en que habla de hechos de Caterina y Riario. Y también otro escritor y cronista de Forlí, hoy prácticamente desconocido, Guido Peppo, llamado de la Estrella, tuvo el mismo final y hoy sus escritos ya no existen. Este escribió muchos libros de historia que contaban muchos hechos y crónicas acaecidos en la Romaña, pero todos sus escritos desaparecieron tras su muerte, porque había sido amigo y cronista de Riario y tal vez también por algún otro motivo —explicó el testigo.
—Quién era este Guido Peppo, llamado de la Estrella?
—Un escritor y médico curandero de Forlí, capaz de leer y traducir como pocos el hebreo antiguo y el griego.
—¿Y todo esto se lo susurró un fantasma en los oídos? —preguntó el investigador.
—No, el primero que me lo contó fue mi bisabuelo cuando tenía once años —respondió el testigo.
—¿Su bisabuelo le explicó todas estas cosas cuando tenía once años? —preguntó incrédulo el investigador.
—Aunque le parezca extraño, es así.
¿Quiere explicarme mejor quién es usted y qué le ha pasado?
—preguntó cada vez con mayor curiosidad el investigador.
—Mi apellido es hoy Plaxxxxx y los antepasados de mi familia en los tiempos de Riario eran nobles y favorables al papado, pero entonces teníamos otro apellido y nos llamábamos Paoxxxxx. Teníamos vivienda y negocios en Imola y Forlí por concesión pontificia y luego algunos miembros de mi familia tomaron parte junto a otras familias de Forlí en la conjura contra Riario y fueron considerados traidores, mientras que otros miembros de la familia se mantuvieron fieles.
»Es por eso que mis antepasados se vieron obligados a cambiar el apellido a Plaxxxxx: para diferenciarse de la familia original que no había traicionado la confianza recibida, y siguieron siendo una familia noble. Luego, con el paso de los siglos, pasamos de ser nobles en decadencia a administradores y funcionarios ciudadanos y poco a poco a simples empleados trabajadores de todo tipo aquí, en la Romaña.
—¿Todos aquí? —preguntó el investigador.
—Tal vez le parezca poco, pero le aseguro que ser de una casa sin memoria y caduca es también una condena al olvido —explicó el testigo.
—Podría ser verdad, pero usted ha tratado de recordar y mantener vivas muchas cosas y no me parece un desmemoriado.
—Sí, pero muchos en mi familia se han convertido en eso desde hace mucho. Y podría ser que no baste con que yo recuerde todo para rescatar, redimir y elevar nuestros destinos.
—¿Tiene muchos parientes?
—Tengo muchos parientes. Pero la mayoría tienen un apellido similar al mío y no saben ya quiénes fueron una vez ni que éramos parientes.
—Trate de explicárselo o decírselo de algún modo —dijo el investigador.
—Por favor. La mayoría no sabría ni siquiera de qué hablo y a otros no les interesaría tampoco recordar. Los hombres crean solos sus propias prisiones.
—Tal vez tenga razón —dijo el investigador, tras pensarlo un momento. Luego añadió—: Continúe, por favor.
—Al final del siglo XVIII, un antepasado mío con ideas ilustradas se convirtió en funcionario colaboracionista con los jacobinos del gobierno napoleónico, entonces establecidos en Forlí, y escribió también algunas relaciones e indagaciones sobre nuestra población para su administración.
»Este formaba parte de un grupo masónico esotérico con algunos funcionarios napoleónicos y empezó a estudiar mesmerismo,21 que en Francia entonces había enraizado con fuerza.
—Continúe —le animó el investigador.
—Estos solían reunirse de noche con franceses en algunas salas de palacio comunal y trataban de mesmerizar a muchas personas para ver qué había pasado en esos lugares. Mi antepasado ilustrado transcribió asimismo algunas cosas de lo que averiguó durante esos experimentos.
—¿Mesmerizar? ¿La práctica hipnótica descubierta por Anton Mesmer? —preguntó estupefacto el investigador.
—No exactamente. Mesmerizar no era como hipnotizar y adormecer a alguien, sino que equivalía a magnetizar o sintonizar, como diríamos hoy, a una persona con alguien o algo.
—Nunca lo había oído de antes —respondió sorprendido el investigador.
—Depende de por cuánto tiempo entienda antes. Existía en los tiempos de Mozart y hace solo un siglo todavía se oía hablar de esta práctica. Hoy ya no se utiliza, pero entonces se usaba para poner a una persona en comunicación con un lugar o con otra persona.
—Me da escalofríos solo pensarlo. En todo caso, ¿qué pasó? —preguntó el investigador.
—Averiguó que algunas personas mesmerizadas contaron qué había pasado y cómo habían sido algunas cosas en siglos anteriores, mientras otros revivieron detalles de lo que había pasado y lo contaron sin ambages.
—¿Quiénes eran estas personas?
—Algunos eran jacobinos de Forlí favorables al gobierno napoleónico que se estableció por tiempo breve en la ciudad, otros simples ciudadanos y funcionarios, otros eran, por el contrario, militares franceses.
—Continúe.
—Hubo personas que contaron muchos detalles, otras que revivieron cosas pasadas, otros, por el contrario, eran un poco reticentes y estaban asustados y contaron poco o nada —explicó el testigo.
—¿Y su bisabuelo le contó todo esto cuando tenía once años? —preguntó el investigador.
—No. Mi bisabuelo no había nacido aún en esos tiempos, pero supo por su padre lo que había pasado en esos lugares y me contó lo que habían hecho y lo que todavía sabía.
—¿Por tanto, sus descendientes se contaron con el tiempo de padres a hijos lo que sabían y muchas de estas cosas han llegado desde sus antepasados hasta algunos de ustedes? —preguntó el investigador.
—Prácticamente sí.
—Continúe —dijo el investigador.
—Pasado el gobierno napoleónico, mi antepasado jacobino se convirtió en funcionario del ayuntamiento de Forlí y murió asesinado por un presunto hijo ilegítimo en 1830.
»Muchos años después, su nieto se convirtió en guarda de los almacenes comunales que se encontraban entonces en la planta baja del patio del palacio comunal. Y también él, siguiendo los pasos de nuestros antepasados, hizo investigaciones esotéricas con otras personas hacia finales del siglo XIX.
—¿Solo hicieron investigaciones esotéricas o hicieron algo más? —preguntó el investigador.
—Hicieron también otras cosas. Así, entretanto hicieron algunas sesiones espiritistas en la fortaleza de Ravaldino, o sea, la fortaleza de Riario y Catalina Sforza, de la cual tenían las llaves de acceso —respondió el testigo.
—¿Sesiones espiritistas a finales del siglo XIX? —preguntó el investigador.
—De