Héctor se inclinó hacia adelante, dejando de estar fastidiado repentinamente. “¿4500 de ingresos, cómo en euros mensuales?” Silbó. No era una fortuna pero necesitaba tres pedidos completos para llegar a ese nivel de ingresos en su taller y también tenía gastos y costos de materiales en los que pensar.
“Sí, déjame cargar la app de Dueños de Ciberpink en tu veil
Héctor le dio al botón de instalar tan pronto como apareció sin que sus ojos se apartaran de la página de estadísticas.
“Y ahora la clave segura del dueño…” Tony golpeó su tablero.
“Esperemos durante unos segundos. Tres confirmaciones, siete, listo.
Volteó su silla y le ofreció un brindis con un jugo de naranja lleno de azúcar. “Ahora eres el orgulloso propietario de una atleta Ciberpink. Su contrato de manumisión te pertenece”.
Héctor se sentó y respiró. “¿Y acabo de convertirme en el dueño de una esclava? ¿Así simplemente? ¿Cómo es posible que esto sea legal?”
“Una deuda”, dijo Tony pellizcando el aire frente a él como si la palabra colgara de sus dedos. “Una deuda masiva, estrujante. No es esclavitud, no técnicamente. Es servidumbre por deuda. Las chicas simplemente le pagan lo que deben a las corporaciones generando entradas. Por supuesto, las heridas y los costos de mantenimiento se acumulan junto con los intereses y los pagos atrasados. Todo es perfectamente legal de acuerdo con los contratos que hemos firmado y ellas simplemente pasan años en Ciberpink antes que siquiera se acerquen a pagar sus deudas”.
“Entonces, no poseo una esclava, sólo debo la deuda que ella tiene y hasta que no la pague por completo técnicamente es mía para hacer con ella lo que me plazca”.
Tony se lamió los labios de manera repugnante. “¿Tienes algunas ideas?”
“¡Sí!” soltó Héctor con los ojos muy abiertos. “La voy a poner a trabajar para que pague mis deudas”.
CAÍDA ONCE
Tomaron la camioneta de Héctor y se dirigieron hacia el estadio Ciberpink. Las calles estaban llenas de gente que entraba, los autobuses bajaban filas enteras de fanáticos y los carros estaban estacionados en todas partes.
Había ruido, música electrónica, puestos de perros calientes y de rosquillas, con gente emocionada gritando.
“Nunca entendí todo esto de ser un fanático de los deportes”, admitió Héctor, saludando a la gente alrededor.
Tony compró varios refrescos. “Oh, te lo has perdido todo. “¿Tu padre nunca te trajo a ningún juego?”
“Mi padre me enseñó a hacer armaduras”.
“Eso suena emocionante, pero eso es para ganarse la vida, ¿Correcto? Vamos para allá, puerta C, esos son nuestros asientos”.
Héctor siguió protegido por el gordo voluminoso que empujaba a la gente a través de la multitud. Nunca le gustaron las multitudes porque lo hacían sentir incómodo e inseguro. Podría resolverse con al menos dos de sus armaduras en exhibición, incluso las más livianas. Sentía que el chaleco que estaba usando apenas le brindaba protección. La gente le cayó encima, alguien le había arrojado parte del kétchup de su perro caliente y ni siquiera se había disculpado. Mientras eran llevados por sus padres, los niños hacían destrozos pateando a los demás alrededor con impunidad.
Una locura.
Las chicas Ciberpink estaban en todas partes alrededor de ellos. En posters gigantes, en proyecciones holográficas tamaño real, en ORAs que incluían un botón muy práctico que decía ‘Compra Ahora’ y que daban una versión animada en alta resolución para masturbarse. De todo.
Colores, carnes, pechos, comida chatarra, bebidas alcohólicas, aunque de alguna forma todo era de uso amigable para los muchachos, apropiado para toda la familia. Traiga su muchacho a un partido Ciberpink, así el maldito chico tendrá algo que recordar cuando sea un adolescente y ya no quiera andar con usted.
Excesos.
Pan y circo.
Héctor negó con la cabeza. ¿A quién estaba engañando? En cualquier caso ya era parte del sistema, el orgulloso dueño de una atleta. Apenas podía creerlo.
“¡Vamos!” Le gritó Tony mientras le hacía señas con la mano para que fuera a la gradería. El lugar estaba repleto, Héctor se sentó y tuvo que empujar a Tony con el codo porque ocupaba demasiado espacio. El estadio era mucho más pequeño que un campo de fútbol, estaba bajo un domo, pero con las mismas luces enceguecedoras brillando sobre la grama, el gigantesco tablero y los fotógrafos y grabadores de video flanqueando el campo.
Por supuesto que podías cargarlo todo en tu veil y mirarlo desde el ángulo que quisieras. Todo con una suscripción baja, muy baja de 14.99 euros. La propaganda sonaba frente a la cara de Héctor, completamente ilegal, en otras partes no se podía entrar en los veils de la gente sin su permiso, pero aquí habían aceptado los términos y condiciones de Dionisio Entertaintment al comprar la entrada.
Su casa, sus reglas.
Una atleta Ciberpink sacudió sus tetas grandes frente a su cara y él trató de ignorar el molesto ORA.
Tony le devolvió el codazo, sonriendo, “crees que esto es una loquera”.
“Pues bien, sí”.
“Pero también estás como sintiéndote energizado”. Le ofreció un refresco.
“Tengo que admitir que lo estoy. No, gracias, en verdad no quiero tener que usar el baño aquí. Así que explícame toda esta mierda. No tengo ni puta idea sobre esto”.
“¿Nada? Guao. Okey, veamos. El jugger es un deporte simple pero muy entretenido”.
“Es como el fútbol con armas medioevales, ¿correcto?”
“Más o menos. Dos equipos están a cada lado del campo, cinco atletas en cada uno. Una Qwik, una Cadena y tres Ejecutoras”.
“¿Eso es todo?”
“Es todo lo que se necesita pero se complica rápidamente, así que déjame explicarte”.
El juego estaba a punto de comenzar. Sonaron unas cornetas, la música estaba a todo volumen y los fanáticos se apuraron a sentarse.
“La única que puede llevar la calavera es la Quik, así que las otras tratan de protegerla mientras golpean al equipo contrario”.
El logo de Dionisio apareció en el medio del estadio. Los fanáticos rugieron.
Las chicas Posters corrieron en una formación suelta dentro del estadio. Los colores del equipo eran verde y blanco, posaron al unísono como posters de los viejos, levantando los traseros, inflando los pechos y apretando los labios.
Los fanáticos se volvieron locos, gritando salvajemente, dando declaraciones