Al menos se había recuperado del ataque rápidamente y eso debía ser una señal de que su ansiedad estaba bajo control. Hizo una nota mental para tomar las pastillas de la noche antes de ir a cenar con la familia, por si acaso.
El delicioso aroma a ajo y carne cocida flotaba por la casa mucho antes de las seis y media. Cassie esperó hasta las seis y cuarto, y luego se puso una de sus blusas más bonitas, con cuentas en el cuello, brillo labial y un poco de máscara de pestañas. Quería que Ryan la viera en su mejor versión. Se dijo a sí misma que era importante dar una buena impresión por el ataque de pánico de más temprano, pero cuando recordó el momento en el porche, se dio cuenta de que lo que recordaba más claramente era la sensación de los brazos tonificados y musculosos de Ryan cuando la sostenían.
Se volvió a marear al recordar lo fuerte, pero también amable, que había sido con ella.
Al salir de su habitación, Cassie se topó con Madison, quien se dirigía a la cocina con entusiasmo.
–La comida tiene un aroma exquisito —le dijo Madison a Cassie.
–¿Es tu comida favorita?
–Bueno, me encantan los espa-bol que hace papá, pero no los de los restaurantes. No los hacen igual. Así que creo que esta es mi comida casera favorita, y la segunda favorita es pollo al horno, y la tercera es pastel de salchichas. Cuando salimos a cenar, me encanta el pescado y papas fritas, que aquí lo hacen en todos lados, y me encanta la pizza, y odio las hamburguesas, que son la comida favorita de Dylan, pero creo que las hamburguesas de restaurante son un asco.
–¿Qué es pastel de salchichas? —preguntó Cassie con curiosidad, adivinando que debía tratarse de un plato tradicional inglés.
–¿Nunca lo probaste? Son salchichas horneadas en una especie de pastel hecho con huevos, harina y leche. Tienes que comerlo con un montón de salsa de carne. O sea, un montón. Y con arvejas y zanahorias.
Conversaron hasta llegar a la cocina. La mesa de madera estaba servida para cuatro y Dylan ya estaba sentado en su lugar, sirviéndose un vaso de jugo de naranja.
–Las hamburguesas no son un asco. Son el alimento de los dioses —argumentó.
–En la escuela, la maestra dice que están hechas más que nada con cereales y partes de animales que no comerías normalmente, finamente triturados.
–Tu maestra está equivocada.
–¿Cómo puede estar equivocada? Eres un estúpido por decirlo.
Cassie estuvo a punto de intervenir al pensar que el insulto de Madison era demasiado personal, pero Dylan replicó primero.
–Oye, Maddie —le advirtió Dylan, apuntándola con el dedo—. Estás conmigo o estás en mi contra.
Cassie no pudo descifrar lo que quería decir con eso, pero Madison puso los ojos en blanco y le sacó la lengua antes de sentarse.
–¿Necesitas ayuda, Ryan?
Cassie se acercó al horno, en donde Ryan estaba retirando del fuego una cacerola de pasta hirviendo.
La miró y sonrió.
–Está todo bajo control, o eso espero. La cena estará lista en treinta segundos. Vamos, niños. Tomen sus platos y comencemos a servir.
–Me gusta tu blusa, Cassie —dijo Madison.
–Gracias. Me la compré en Nueva York.
–Nueva York. Guau, me encantaría ir allí —dijo Madison con los ojos grandes.
–Los estudiantes de bachillerato de economía viajaron en junio en un viaje escolar —dijo Dylan—. Estudia economía y quizás tú también vayas.
–¿Incluye matemáticas? —preguntó Madison.
Dylan asintió.
–Odio las matemáticas. Son aburridas y difíciles.
–Bueno, entonces no irás.
Dylan volvió su atención al plato llenándolo de comida, mientras Ryan enjuagaba los utensilios de cocina en la pileta.
Al ver que Madison parecía soliviantada, Cassie cambió de tema.
–Tu padre me dijo que te encantan los deportes. ¿Cuál es tu preferido?
–Correr y hace gimnasia. Me gusta mucho el tenis, comenzamos este verano.
–¿Y tú eres ciclista? —le preguntó Cassie a Dylan.
Él asintió, agregando queso rallado a su comida.
–Dylan quiere ser profesional y un día ganar el Tour de Francia —dijo Madison.
Ryan se sentó en la mesa.
–Lo más probable es que descubras una complicada fórmula matemática y obtengas una beca completa para la Universidad de Cambridge —dijo él, mirando a su hijo con afecto.
Dylan sacudió la cabeza.
–Tour de Francia hasta el final, papá —insistió.
–Primero la universidad —replicó Ryan con voz firme, y Dylan respondió con un gruñido.
Madison interrumpió y pidió más jugo, y Cassie le sirvió mientras pasaba el breve momento de discordia.
Cassie dejó que la conversación le resbalara y comió su comida que estaba deliciosa. Decidió que nunca había conocido a alguien como Ryan. Era muy hábil y cariñoso. Se preguntó si los niños sabrían lo afortunados que eran al tener a un padre que cocinaba para su familia.
Luego de la cena se ofreció a limpiar, lo que principalmente implicaba llenar el enorme lavavajillas de última generación. Ryan le explicó que los niños tenían permitido una hora de televisión después de la cena si habían terminado sus tareas, y que apagaba el Wi-Fi a la hora de irse a la cama.
–Es perjudicial para estos e-dolescentes estar mandando mensajes de texto toda la noche —dijo él—. Y lo harán si tienen la oportunidad. La hora de irse a la cama es la hora de irse a dormir.
A las ocho treinta, los niños se fueron obedientemente a la cama.
Dylan le dijo brevemente “Buenas noches”, y que se levantaría muy temprano para andar en bicicleta por el pueblo con sus amigos.
–¿Quieres que te despierte? —le preguntó Cassie.
Él sacudió la cabeza.
–No es necesario, gracias —dijo, antes de cerrar la puerta de su dormitorio.
Madison estaba más parlanchina, y Cassie pasó un rato sentada en su cama escuchando sus ideas de lo que podían hacer mañana y de cómo estaría el clima.
–Hay una tienda de dulces en el pueblo, en donde venden los bastones dulces a rayas más deliciosos. Son como pequeños bastones y tienen gusto a menta. Papá no nos deja ir muy seguido, pero quizás nos deje mañana.
–Le preguntaré —prometió Cassie, antes de asegurarse de que la niña estuviese cómoda para dormir, traerle un vaso de agua y apagarle la luz.
Mientras cerraba suavemente la puerta del dormitorio de Madison, recordó la primera noche en su trabajo anterior. El agotamiento la había sumido en un sueño profundo y había tardado en atender a la niña más pequeña cuando esta había tenido una pesadilla. Aún podía sentir el dolor y la sorpresa de la bofetada que había recibido como resultado. Debería haberse marchado inmediatamente, pero no lo hizo.
Cassie estaba segura de que Ryan nunca le haría algo así. Ni siquiera podía imaginarlo dando una reprimenda verbal.
Al pensar en Ryan, recordó la copa de vino en el porche, y titubeó. Estaba tentada a pasar más tiempo con él, pero no sabía si debía.
¿Era verdad lo que él le había dicho, que era bienvenida a acompañarlo? ¿O se lo había ofrecido