Ryan tenía razón, parecían buenos niños, y más importante, él parecía ser un padre comprensivo, que ayudaría ante cualquier problema que ocurriera.
La decisión estaba tomada. Aceptaría el empleo.
–Parecen adorables. Estaré encantada de trabajar para ti durante las próximas tres semanas.
El rostro de Ryan se encendió.
–Ah, eso es genial. Sabes, Cassie, desde que te vi…no, desde la primera vez que hablamos, estaba deseando que aceptaras. Hay algo de tu energía que me intriga. Me encantaría saber por lo que has pasado, lo que te ha forjado, porque pareces…no sé cómo decirlo. Sabia. Madura. De cualquier modo, creo que mis hijos estarán en muy buenas manos.
Cassie no sabía qué decir. Los halagos de Ryan la habían hecho sentirse incómoda.
–Los niños estarán encantados; ya veo que les agradas. Vamos a acomodar tus cosas y te haré un rápido recorrido por la casa. ¿Trajiste tus maletas? —agregó Ryan.
–Sí.
Aprovechando un momento de cese de la lluvia, Ryan la acompañó al auto y cargó sus pesadas maletas con facilidad hasta el vestíbulo.
–Tenemos solo un garaje que es para el Land Rover, pero es totalmente seguro estacionar en la calle. La casa es sencilla. Tenemos la sala de estar a la derecha, la cocina más adelante, y a la izquierda está el comedor, que prácticamente nunca usamos por lo que se convirtió en sala de rompecabezas, de lectura y de juegos. Como puedes ver.
Miró para adentro y suspiró.
–¿Quién es el adepto a los rompecabezas?
–Madison. Le encanta trabajar con las manos, manualidades, cualquier cosa que la mantenga ocupada y pueda hacer.
–¿Y le gustan los deportes? Tiene muchos talentos.
–Me temo que con Maddie, el punto débil son las tareas escolares. Necesita ayuda académica, especialmente con matemáticas. Así que cualquier apoyo que le puedas brindar, aunque sea apoyo moral, será genial.
–¿Y Dylan?
–Es un ciclista apasionado, pero no le interesan otros deportes. Tiene una inclinación por la mecánica y es un estudiante sobresaliente. Pero no es sociable, y es un equilibrio delicado porque puede ponerse malhumorado si se siente presionado.
Cassie asintió, agradecida por la contribución a sus nuevas obligaciones.
–Aquí está tu dormitorio. Dejemos las maletas.
El pequeño dormitorio tenía una hermosa vista al mar. Estaba decorado en turquesa y blanco, y parecía ordenado y acogedor. Ryan colocó su maleta más grande a los pies de la cama y la más pequeña sobre una butaca a rayas.
–El baño de huéspedes está al final del corredor. El dormitorio de Madison está a la derecha, el de Dylan a la izquierda, y al final el mío. Hay un lugar más que debo mostrarte.
La acompañó hasta el vestíbulo y se dirigieron a la sala de estar. A través de las puertas de vidrio Cassie vio un balcón cubierto, con muebles de hierro forjado.
–¡Vaya! —susurró.
La vista al mar desde este punto panorámico era bellísima. Había una caída espectacular hacia el océano y podía escuchar a las olas romper sobre las rocas.
–Este es mi espacio de tranquilidad. Todas las noches, después de la cena, me siento aquí para relajarme, habitualmente con una copa de vino. Eres bienvenida a hacerme compañía cualquier noche que elijas. El vino es opcional, pero la ropa abrigada a prueba de viento es obligatoria. El balcón tiene un techo sólido pero no es acristalado. Pensé en hacerlo, pero me di cuenta de que no podía. Ahí afuera, con el sonido del mar e incluso con las ráfagas de espuma en las noches de tormenta, te sientes tan conectado con el océano. Echa un vistazo.
Abrió la puerta corrediza.
Cassie salió al balcón y se dirigió al borde, tomada de la baranda de acero.
Mientras lo hacía, un mareo la inundó, y de pronto no estaba mirando a una playa en Devon.
Estaba inclinada sobre un parapeto de piedra, observando con horror al cuerpo arrugado allí abajo, llena de pánico y confusión.
Podía sentir la piedra fría en los dedos.
Recordó el aroma a perfume que persistía en el opulento dormitorio, y que había sentido que hervía de náuseas y que sus piernas estaban tan débiles que se iba a desmoronar. Recordó también que no había podido rememorar de qué manera se habían desarrollado los hechos de la noche anterior. Sus pesadillas, siempre terribles, habían empeorado y se habían vuelto más vívidas luego de aquel panorama estremecedor, lo que le había impedido determinar exactamente en dónde terminaban los sueños, y comenzaban los recuerdos.
Cassie pensaba que había dejado atrás a esa persona aterrorizada, pero ahora, mientras la oscuridad se apresuraba a tragarla, entendía que los recuerdos y el miedo se habían convertido en una parte de ella.
–No —intentó gritar, pero su voz parecía venir de un lugar distante y lejano, y todo lo que emitió fue un susurro desgarrado e inaudible.
CAPÍTULO CUATRO
—Así, tranquila. Solo respira. Inhala, exhala, inhala, exhala.
Cassie abrió los ojos y se encontró mirando a los sólidos tablones de madera de la plataforma.
Estaba sentada sobre el suave almohadón de una de las sillas de hierro forjado, con la cabeza sobre las rodillas. Unas manos firmes le sujetaban los hombros, dándole apoyo.
Era Ryan, su nuevo jefe. Sus manos, su voz.
¿Qué había hecho? Había entrado en pánico y había hecho el ridículo. Rápidamente, se esforzó para erguirse.
–Con calma, lentamente.
Cassie respiró con dificultad. La cabeza le daba vueltas y sentía como si estuviera teniendo una experiencia extracorporal.
–Acabas de tener un importante ataque de vértigo. Por un momento, pensé que te caerías de la baranda —dijo Ryan—. Logré atraparte antes de que te desmayaras. ¿Cómo te sientes?
¿Cómo se sentía?
Helada, aturdida y avergonzada por lo que había ocurrido. Había estado desesperada por causar una buena impresión y por estar a la altura de los halagos de Ryan. En cambio, lo había arruinado y tendría que explicar por qué.
Aunque, ¿cómo podría hacerlo? Si él supiera los horrores por los que había pasado, y que su exjefe estaba por a ir a juicio por homicidio en este preciso momento, quizás él cambiara de opinión acerca de ella y creyera que era demasiado inestable para cuidar de sus hijos, en un momento en el que ellos necesitan estabilidad. Incluso un ataque de pánico podía ser causa de preocupación.
Era mejor seguirle la corriente con lo que él había asumido: que había tenido un ataque de vértigo.
–Me siento mucho mejor —le respondió—. Lo siento mucho. Debí haber recordado que tengo vértigo severo luego de pasar un tiempo sin estar en las alturas. Suele mejorar. En un día o dos estaré bien aquí afuera.
–Es bueno saberlo, pero mientras tanto debes tener cuidado. ¿Estás bien como para ponerte de pie ahora? Mantente aferrada a mi brazo.
Cassie se levantó, apoyándose en Ryan hasta que estuvo segura de que sus piernas la sostendrían, y luego él la guió lentamente hacia la sala de estar.
–Ahora estoy bien.
–¿Estás segura?
Sostuvo su brazo por un tiempo más antes de soltarlo.
–Ahora tómate un tiempo para desempacar, descansar, instalarte, y tendré la cena pronta antes de las seis y media.
Cassie