Entró de nuevo en la sala, miró a Denton a los ojos, y dijo:
–¿Dónde está Ashley?
–No lo sé.
–¿Por qué estás en posesión de su teléfono?
–Se lo dejó aquí ayer.
–¡Mentira! Ella rompió contigo hace cuatro días. No estaba aquí ayer.
El puñetazo verbal se hizo evidente en la cara de Denton.
–Vale, se lo quité yo.
–¿Cuándo?
–Esta tarde, en la escuela.
–¿Solo se lo quitaste de la mano?
–No, tropecé con ella después del último toque de timbre y se lo saqué del bolso.
–¿Quién es el propietario de la furgoneta negra?
–No lo sé.
–¿Un amigo tuyo?
–No.
–¿Alguien que contrataste?
–No.
–¿Cómo te hiciste esos rasguños en el brazo?
–No lo sé.
–¿Cómo te hiciste ese chichón en la cabeza?
–No lo sé.
–¿De quién es la sangre que hay sobre la alfombra?
–No lo sé.
Keri cambió los pies de posición y trató de contener la furia que crecía en su sangre. Sentía que estaba perdiendo la batalla.
Lo miró fijamente y dijo, sin emoción:
–Voy a preguntarte una vez más: ¿dónde está Ashley Penn?
–Que te follen.
–Respuesta incorrecta. Piensa en ello de camino a la comisaría.
Le dio la espalda, dudó por un instante y entonces, de repente, se giró y lo golpeó con el puño fuerte y cerrado, con cada gramo de frustración en su cuerpo. Le dio de lleno en la sien, en el mismo punto de la herida anterior. Esta se abrió y salpicó de sangre todo, incluyendo la blusa de Keri.
Ray la contempló incrédulo, paralizado. Entonces puso de pie a Denton Rivers de un solo tirón y dijo:
–¡Ya oíste a la señorita! ¡Muévete! Y no tropieces ni te des un golpe en la cabeza con otra mesa de centro.
Keri le dedicó una sonrisa agridulce pero Ray no se la devolvió. Parecía horrorizado.
Algo como esto podía costarle a ella su trabajo.
A ella no le importaba, sin embargo. Lo único que le importaba ahora mismo era hacer que este mocoso hablara.
CAPÍTULO CINCO
Lunes
Al atardecer
Keri condujo el Prius, con Ray en el asiento de pasajero, mientras seguían a la patrulla que ella había llamado para trasladar a Rivers a comisaría. Keri escuchaba en silencio mientras Ray atendía el teléfono.
La capitana a cargo de la División Los Ángeles Oeste era Reena Beecher, quien sería puesta al tanto de la situación por el jefe de la Unidad de Delitos Mayores de la División Pacífico, el teniente Cole Hillman, jefe de Keri y Ray. Era él a quien Ray estaba informando. Hillman, o Martillo como algunos de sus subordinados le llamaban, tenía jurisdicción sobre personas desaparecidas, homicidio, robo y crímenes sexuales.
Para Keri, no era santo de su devoción. Para ella, Hillman parecía más interesado en salvar el culo que en jugárselo todo para resolver los casos. Quizás los años de servicio le habían suavizado. No tenía escrúpulos en atacar a los detectives que no limpiaban las mesas de su lista de casos abiertos. De allí el apodo de Martillo, que parecía encantarle. Pero para la mentalidad de Keri él era un hipócrita que se cabreaba cuando no cerraban casos y se cabreaba también cuando se arriesgaban para resolver esos mismos casos. Keri pensaba que un apodo más apropiado era «imbécil». Pero ya que no lo podía llamar así, su pequeña rebelión era no llamarlo tampoco por su apodo.
Keri aceleró por las calles de la ciudad, tratando de no perder al vehículo del escuadrón que iba delante. Junto a ella, Ray resumía para Hillman el cómo una llamada al caer la tarde acerca de una adolescente, que llevaba desaparecida un par de horas, se había transformado de pronto en una situación potencial de secuestro de la hija quinceañera de un senador de los Estados Unidos. Describió el vídeo de vigilancia de la oficina de préstamos, la visita a casa de Denton Rivers (excepto algunos detalles) y todo lo que había pasado entre una cosa y la otra.
–La detective Locke y yo estamos llevando a Rivers a comisaría para hacerle más interrogatorios.
–Espera, espera —dijo Hillman—. ¿Qué está haciendo Keri Locke en este caso? Esto está muy por encima de su rango, Sands.
–Ella cogió la llamada, teniente. Y ella ha descubierto casi todas las pistas que tenemos hasta ahora. Ya casi estamos en comisaría. Le daremos más información después, señor.
–Bien. Estaré allí pronto. Tengo que llamar a la capitana Beecher de todas formas. Ella querrá un informe sobre esto. He convocado a todo el personal para una reunión en quince minutos.
Colgó sin decir nada más.
Ray se dirigió hacia Keri y dijo:
–Nos darán una patada tan pronto les demos un informe completo, pero al menos hicimos algún progreso.
Keri frunció el ceño.
–Van a cagarla —dijo.
–Tú no eres la única investigadora buena en esta ciudad, Keri.
–Ya lo sé. Estás tú también.
–Gracias por ese cumplido ligeramente condescendiente, compañera.
–No lo dudes —replicó ella y, a continuación, añadió—: No le gusto a Hillman.
–No sé nada de eso. Yo pienso que él te encuentra un poco… atrevida para ser alguien con tan poca experiencia.
–Podría ser. O podría que él es un imbécil. No pasa nada. A mí tampoco me gusta él.
–¿Por qué dices eso?
–Porque es un pelota, un chupatintas y no tiene iniciativa. Además, cuando me cruzo con él en el pasillo sus ojos no suben más allá de mi pecho.
–Oh. Bueno, si vas a reprochar eso a cada policía que lo haga, solo te quedarán imbéciles.
Keri le echó una mirada de complicidad.
–Exactamente —dijo ella.
–Intentaré no tomármelo como algo personal —dijo él.
–No seas tan sensible, Gigante de Hierro.
Él permaneció por un momento en silencio en el asiento de pasajero. Keri estaba segura de que él quería decir algo pero no estaba seguro de cómo plantearlo. Finalmente habló:
–¿Vamos a hablar de lo que pasó?
–¿Qué?
–Ya sabes, que agrediste a un menor.
–Ah, eso. Preferiría que no. Además, creo que dijiste que se dio un golpe en la cabeza con la mesita.
–Si resulta que él no está metido en esto y presenta una queja, podría haber consecuencias.
–No me preocupa.
–Bueno, pues a mí sí. Puede que sea porque estamos acercándonos al aniversario. ¿Has llamado últimamente a la Dra. Blanc?
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