–Creo que fue justamente así. (Antonio)
–Yo lo entiendo. Es realmente muy difícil. (El vidente)
–¿Ha visto a un especialista? (Rafael)
–Sí. Sin resultados claros. (Gildete)
–En mi desesperación, incluso consulté a un sacerdote santo. (Antonio)
–Ya os he dicho que nada ni nadie puede ayudarme. Son tercos. (Rafaela)
–No hables así. Nada es imposible. (Renato)
–Ella está deprimida, hombre. Es normal sentirse así. (Uriel)
–Oh, perdóname, Rafaela. (Renato)
–No es culpa tuya. ¿Qué hacer, Dios mío? Me siento perdida y sin posibilidades de seguir adelante. ¿Qué más podría pasar? (Rafaela)
–La respuesta que buscas está en mi padre. Cuando estaba en la noche oscura del alma ―un período oscuro en el que me alejé de Dios― él me buscó y con gran amor me salvó de la perdición. Él puede hacer más por ti, a través de mí. Por eso, les pido permiso a tus padres y a ti, para que me dejen intentar ayudarte. (El vidente)
–No lo sé. Aunque me asusta, confío en que…
–¿Qué debo hacer, papá y mamá? ―pregunta Rafaela.
–No tenemos nada que perder. Con lo poco que hemos hablado, he comprendido la grandeza del corazón de este hombre. Tengo fe. (Gildete)
–¿Qué tiene en mente? (Antonio)
–Conozca a su hija, y a través de su conocimiento podrá ayudarla. También quiero que ella venga con nosotros en un corto viaje. (El vidente)
–Por mí, está bien. Sin embargo, manténganos al día. (Antonio)
–Si estáis de acuerdo, yo también lo estoy. Voy a intentarlo. (Rafaela)
–Gracias por tu confianza. (El vidente)
–¿Quieren algo de comer o beber? (Gildete)
–Agua para mí. (El vidente)
–Quiero jugo. (Renato)
–Lo que sea. (Rafael)
–Gracias. (Uriel)
–Si me disculpan… (Gildete)
Gildete se levanta, se revuelve el pelo y con pasos firmes se dirige a la cocina. En unos pocos pasos llega allí y comienza a preparar algunos bocadillos. Mientras esperan, la conversación continúa animada en el salón, en relación con otros temas. Cuando termina de preparar la comida, la anfitriona llama a todos a la mesa de la cocina, donde todo estaba bien organizado. Responden a la llamada y durante veinte minutos siguen interactuando, en un ambiente de paz, tranquilidad y unión, como si fueran una gran familia, lo cual tiene algo de verdad, pues todos ellos forman parte de la gran familia llamada humanidad.
Finalmente, Rafaela va a hacer las maletas para emprender el largo viaje. Un viaje aún no definido e imprevisto que podría cambiar el futuro del mundo entero. Espera y verás.
Ipojuca (Arcoverde)
Con la ayuda de sus nuevos amigos, Rafaela termina de prepararse y el grupo abandona la casa. Afuera, el vidente para un taxi con destino al primer lugar que le viene a la mente. El lugar elegido es Ipojuca, en el municipio de Arcoverde. Se suben al auto y parten hacia allí.
Pasan por el barrio de San Cristóbal, llegan al centro, pasan Boa Vista y al final de la avenida principal se desvían hacia el pueblo. En este punto todos están atentos y expectantes. "Las líneas del destino están siendo trazadas incluso sin que ellos sean conscientes de ello. Ciertamente les esperaba el éxito".
En el camino, tratan de divertirse de la mejor manera posible con risas, chistes, chismes y alboroto. Sólo el vidente está muy serio y pensativo. Al menos en apariencia.
Y así, los quince kilómetros que los separaban del pueblo pasan rápida y relajadamente. Llegan al pueblo, con sólo una carretera principal y unas pocas casas aquí y allá. Piden al conductor que pare frente a la pequeña iglesia local, toman su número de teléfono, le dicen adiós, le pagan y se bajan. Observan cómo el coche desaparece en el horizonte y deciden deambular por allí. Es entonces cuando habla el vidente:
–Siento que todo está cambiando. Por fin voy a encontrar mi destino, encantaré al público y resolveré muchos conflictos. ¿Vosotros lo creéis, hermanos? (El vidente)
–Sí, tú eres el hombre ―le alabó Renato.
–Gracias. (El vidente)
–Todo el mundo tiene la capacidad de alcanzar el éxito. Sin embargo, muchos son desviados por los acontecimientos del destino y se rinden. Sé que este no es tu caso y te admiro por ello. (Rafael)
–Rafael, yo no soy Superman. Soy humano, y estoy muy orgulloso de ello. Soy como cualquier otra persona normal, con miedos, frustraciones, decepciones, ansiedades, preocupaciones y muchos problemas. Todo conspira para el fracaso, pero no acepto la derrota. He decidido luchar hasta el final y llamo a mis hermanos a la confluencia en mi padre: "Yo soy" os ama y a través de mí puede curar tus heridas. Basta con creer en Yahvé, en mi nombre y en el de mi Hermano Superior. ¡Ten fe! (El vidente)
– ¡Enséñame! He perdido la esperanza y no sé dónde encontrarla. (Rafaela Ferreira)
El vidente se emociona. Allí, a su lado, hay una hermana sufriente, luchadora, llena de rasguños de la vida ingrata. Comprende bien su situación y sus dolores, y por su propia experiencia sabe que no va a ser fácil manejarlos o incluso curarlos. Compasivo, se acerca a la muchacha y le da un fuerte abrazo, la besa en la cara y le murmura algo al oído. El mensaje la tranquiliza.
Después, con una señal, les pide a los otros que lo acompañen. El grupo cruza el pueblo a pie, entra en el bosque y poco después se detiene frente a una higuera. Entonces el vidente habla de nuevo:
–Como en otro tiempo un árbol como este salvó mi vida, quiero salvarte de la oscuridad y del pecado. Haced un círculo tomándoos de las manos.
Ellos obedecen. El vidente se acerca y toca a su nueva amiga. Las fuerzas de los dos corazones se encuentran como una primera toma de presentación desde el comienzo:
"Era el uno de enero de 1990. Un nuevo día comenzaba, sol apacible y moderado en el amado Arcoverde. Más exactamente en el barrio de San Cristóbal, cerca de la universidad local, la pareja de Gildete y Antonio Ferreira acababa de llegar del hospital donde había nacido su hermoso bebé. Como era la primera y probablemente la última hija, debido a complicaciones durante el parto, estaba siendo sobreprotegida por ambos. Fue la materialización del amor mutuo de la pareja, después de cinco años de idas y venidas.
La niña era una criatura encantadora y parecía sonreírles, aunque probablemente no podía verlos. Después de abrazarla fuertemente, la madre hizo una profecía:
―Mi hija será feliz aunque sufra los caprichos del destino. Siento que algo especial va a pasar en su vida.
El padre, ateo, le dio importancia al mensaje; pero la madre, católica, lo asumió como el camino hacia el destino. Ella creía devotamente que era especial. De común acuerdo eligieron el nombre de Rafaela, y así fue bautizada la semana siguiente en la iglesia del barrio. Después la vida continuó normalmente.
Poco a poco, Rafaela fue creciendo, gateando y luego caminando en su primer año de vida. En ese aprendizaje tropezó, se cayó, se lastimó y finalmente ganó. Estas etapas la acompañarían en cualquier proyecto y con un poco de dedicación, agallas y fe, ganaría. "Todo ser humano está predispuesto a triunfar. Sin embargo, la mayoría se rinde a la primera dificultad. Para ellos, dice "Yo soy": Tú eres capaz, y nada es imposible para los que creen en Dios. Por lo tanto, persiste en tus sueños de que en un momento u otro el milagro sucederá".
Después del primer año, poco a poco, la niña fue conquistando su espacio y siendo consciente de su