El hombre suspiró.
―Entonces, ¿entiendes lo que me entristece verte volver con el sueño todavía en el hombro?
―Sí…
―Tengo trabajo para ti. Diablos, siempre tendré trabajo para ti. ―Fue al área de empleados y regresó con un formulario de solicitud de empleo. Lo puso sobre la mesa sin sentarse y dijo―: La misma paga, 4 euros la hora. Puedes empezar mañana. Piénsalo, rellena el formulario por las apariencias y déjaselo a Martha.
Luego se fue a atender el negocio.
Horace recogió la solicitud de trabajo y la revisó. Comió un poco más del delicioso helado y frunció el ceño ante las letras, rellenando los espacios con un bolígrafo.
Entonces alguien se sentó en la silla justo enfrente de él, y Horace exclamó, salpicando helado sobre la mesa:
―¿Qué…?
La mujer ante él tenía clase. Era asiática, llevaba un montón de joyas de oro, y se movía como si fuera la dueña de todo el barrio. No era tan raro ver gente opulenta en Kifisia, era una zona rica. Pero sí lo era que se sentaran al lado de extraños.
Ella abrió sus delgados labios, haciendo un sonido sordo. Parecía un gesto para exigir atención.
―No es de extrañar que la gente venga aquí con este calor ―dijo, y sacó un abanico para refrescarse. Estaba decorado con dragones orientales. Ella suspiró como una baronesa, y luego dijo:
―Soy Avaricia Philargyria. Puedes dirigirte a mí como Ava.
―Hola, Ava. Soy Horace. ¿Por qué tengo la sensación de que eres hermana de las otras?
―Cierto. Pero eso es irrelevante ahora mismo. ¿Qué crees que estás haciendo con eso? ―Apuntó con el dedo a la solicitud de trabajo.
―Conseguir trabajo.
Chistó con elegancia y puso los ojos en blanco. El gesto era mucho más expresivo con sus rasgos asiáticos.
―¿Con las condiciones de siempre? ―dijo ella, tiñendo de amargura cada palabra.
―¿Qué otra cosa puedo hacer?
―Para empezar, pedir mejor salario. Tú vales más. Ya trabajaste aquí antes, ¿no?
―Sí. Hace tres años.
―Así que conoces el trabajo, no necesitas ninguna formación. Un trabajador instantáneo, ¿verdad?
―Bueno, sí. ―Horace miró a los empleados―. Por lo que veo, nada ha cambiado.
―¿Y tú qué tienes, treinta años?
―Sí.
―Así que podrías ser fácilmente un gerente.
―Supongo. Pero no he estado en contacto en años.
―Podrías convertir eso en un beneficio para el empleador. Aquí estás tú, conoces los pormenores de todo el negocio, pero has estado ausente como para no tener ninguna conexión personal con los empleados actuales. Si esto fuera una franquicia, sería como si te enviaran de la gerencia para supervisar el negocio, ¿no?
Horace se frotó la barbilla.
―No lo había pensado de esa manera.
―Por supuesto que no. Tú vales más, Horace. El trabajo sigue siendo lamentable, pero incluso en este ambiente deberías tomar lo que es legítimamente tuyo.
Agarró el aire con su puño delgado. Era delgada y fibrosa, se podía dar una lección de anatomía a partir su cuerpo. Su puño era pequeño y fuerte.
Horace murmuró algo en asentimiento.
La mujer asiática se inclinó hacia delante, con toda la expresión de codicia del universo contenida en su puño.
―Deberías llevártelo todo.
Capítulo 15: Horace
―¿Nico?
―¿Sí?
Horace se apoyó en las cajas del almacén.
―Quiero ser el gerente.
Nico sonrió y movió unas cajas, ordenándolas.
―No hay puesto de gerente.
―Exactamente. Hazlo y dámelo.
El hombre estiró la espalda y le miró fijamente durante un momento, reflexionando sobre ello. Entonces agitó la cabeza y Horace pudo ver el rechazo que se avecinaba. Así que le interrumpió:
―¿Cómo están los niños?
―Oh, ya mayores. Estamos muy bien, gracias por preguntar.
―¿No disfrutarían de unas vacaciones de verano con su padre, por una vez? ―Horace sabía dónde apretar.
―Bueno, supongo. Desde que construí Zillions no me he podido escapar, ¡es la temporada más ocupada! No tiene sentido para mí ―gruñó Nico.
―Naturalmente. ―Horace tomó la tableta de las manos del hombre y se hizo cargo sin problemas, catalogando el inventario como lo había hecho tantas veces. Suspiró, haciendo una comprobación cruzada de las cajas―. Hay tanto trabajo… ¿y en quién confiarías para manejar el local mientras no estás?
Nico tenía la boca abierta, se quedó ahí titubeando sílabas.
Horace siguió trabajando, revisando toda la pila. Luego, sin pensarlo dos veces, empezó la siguiente. Eran siropes, toneladas de sabores para elegir. Se volvió hacia su jefe por un segundo y le dijo:
―¿Podrías poner esta pila en el refrigerador ya que ahí, por favor? No queremos que se derritan las chispas de chocolate.
Nico gruñó, pero sonó agradecido.
―Claro. ―Llevó la pila de cajas al refrigerador y regresó hacia Horace. Le dio una palmada en el hombro y apretó la mano. El hombre era vigoroso, incluso antes de toda una vida de cargar cajas.
―Parece ―dijo― que tendré que darle las buenas noticias a mi esposa e hijos. Nos vamos de vacaciones, ya que tengo un gerente de confianza que cuida de la tienda por mí.
Ava le sonrió. Era imposible ignorarla, llamaba la atención con su postura sola. No es que le diera más importancia. Parecía algo mayor pero bastante sexy, de esa manera en que se mantienen bien las mujeres ricas, con una combinación de pilates, bótox y sesiones de spa muy caras.
El hecho de que ella lo mirara hambrienta a través de sus lujosas gafas de sol también ayudaba.
―Excelente. Sabía que lo tenías dentro. ―Se levantó con gracia y abrió el puño. Sopló suavemente sobre la palma de su mano.
Horace revisó la aplicación antes de que llegara la notificación. El token estaba allí, flotando y girando en todo su esplendor de realidad aumentada. Decía Codicia en griego, ΦΙΛΑΡΓΥΡΙΑ.
Tokens de Pensamientos Malignos:
Gula 1
Lascivia 0
Avaricia 1
Soberbia 1
Envidia 0
Ira 1
Desidia 2
Horace se dio cuenta de que se estaba enganchando a todo esto. Sin mencionar que, a pesar de que aquellas damas estaban poniendo su vida patas arriba, todo parecía ir bien.
Hasta ahora.
Capítulo 16: Evie
Evie estaba cocinando sola en su apartamento. Horace acababa de cancelar su noche de