Esas imágenes del ensueño son las mismas de la vida corriente y tan privilegiadas como ellas; son sólo la luz, la iluminación, la emoción que cambian y las transfiguran. Si les parece, el ensueño es para mí una primavera imaginativa, un reverdecer brusco de todas las cosas, un batiburrillo, aun de las cuestiones más gastadas y triviales, sin tamizado alguno. Lo importante no es tener un ojo especial para las visiones llameantes, sino ser capaz de albergar, por momentos, el estado de eco, de murmullo, de rumor, si les parece, que acoge todo cuanto nos llega para hacer con ese material, naturalmente, algo insólito. Y, puesto que hablamos de visionarios..., siento que diré cosas sacrílegas pero, en fin, no estoy muy seguro de que los poetas hayan visto –lo que se dice realmente “visto”– cosas extraordinarias. No lo creo en absoluto. Lo que cuenta en ellos, pienso que es otra cosa; es la facultad de saltar con mayor ligereza y libertad de una imagen a otra, de despertar a la una por medio de la otra, según un código secreto de leyes de correspondencia bastante escondidas. Si así les parece, es una suerte de arte de la fuga, más que una aptitud para percibir imágenes desconocidas.
Al final del almuerzo que siguió a los desbordes de mi glosolalia, el profesor Maréchaux, a pedido de Dany-Robert Dufour, tocó el piano. Le pedí que ejecutase algo de Liszt y eso hizo. Fue una interpretación modelo de Los juegos de agua en la Villa d’Este, seguida de la cadencia del Concierto nº 4 de Beethoven. Un final a puro refinamiento para la presentación del macarronismo en sociedad. Melius quam istud mori [Mejor que esto, morir]. Por la noche, Gabriela Patiño-Lakatos, una colega colombiana, me envía varias preguntas en el mensaje siguiente:
1. ¿En qué punto la lengua macarrónica se sitúa entre la ambición de una lengua universal (por su utilización del latín) y una lengua secreta o esotérica (debido quizá a una búsqueda de crítica, más o menos disimulada, dirigida a un público restringido)? ¿Se trata de una lengua que procura unificar un grupo, o (quizá “y”, al mismo tiempo) excluir otro(s) grupo(s)? Esta cuestión me hizo pensar en un libro que comencé a leer hace poco (debido a mi interés por la metáfora y el lenguaje en general): Daniel Heller-Roazen, Dark Tongues, the Art of Rogues and Riddlers (2013); pienso que ese libro es una referencia interesante. Claro que, en este caso, la lengua macarrónica, aunque trata de objetos “vulgares”, no es una lengua creada por pillos ni bandoleros.
2. ¿En qué medida la lengua macarrónica poseía o posee una dimensión subversiva, de transformación del orden social y cultural? Creí entender de tu exposición que los escritores que usaban esta forma de lengua no pretendían generar revoluciones ni transformaciones sociales; la subversión se limitaba a cierta esfera y género literario. Por medio de la risa, se podía tomar distancia de los dogmas del saber, de la lengua y de la literatura.
3. Me pregunto en qué medida se puede considerar esta manifestación lingüística macarrónica como una “profanación” de la lengua (latín), con el fin de volver maleable y productiva una lengua “sacralizada”, al tornarla aparentemente improductiva; uso el término de profanación entendido aquí de manera filosófica, tal como lo usa Giorgio Agamben: “‘término tomado del antiguo derecho romano. Profanar es restituir las cosas al uso libre, al uso común de los hombres, que no es, por cierto, un uso natural, preexistente a la separación, ni implica regresar a un uso que habría permanecido intacto. La profanación es posible en la medida en que se ha efectuado una separación de cosas en esferas diferentes”.’
A todo lo cual contesté:
Tus preguntas son importantes, básicas, simplemente inteligentes. En principio y, de modo sintético, creo que la respuesta a la primera de ellas es que no se intentó con el macarrónico crear una lengua esotérica ni delimitar un grupo de hablantes y escritores particulares. Fue un experimento gozoso, irreverente, desacralizador. Por eso, la respuesta a la pregunta dos apuntaría, por el momento, a pensar en una protesta, sin cambio radical de régimen, salvo en cuanto se refiere al papel de las mujeres en la sociedad, cuya defensa constituye el momento más alto y profundo de la crítica social en todo el Baldus. A partir de tus interrogaciones, debo acumular ahora citas, pasajes para probar las dos hipótesis esbozadas. Respecto de la pregunta tercera, siento mucho entusiasmo. Diste en la clave. No se me había pasado por la cabeza el concepto de profanación en los términos de Agamben. Es perfecto. Infinitas gracias por esta alusión, referencia o, simplemente, marco privilegiado de mi investigación.
Casi al mismo tiempo, Fernando Rosa Ribeiro me mandó un artículo de De Certeau, publicado en Representations, vol. 0, nº 56, otoño de 1996: “Vocal Utopias: Glossolalias”. Me costó leer esas dieciocho páginas, pero a las dos de la madrugada, pude contestar:
... unas líneas nomás para agradecerte mucho el texto de Michel de Certeau que me mandaste. Terminé de leerlo, con dificultad, por cierto, esta misma noche. Me aclaró muchas cosas, me obligó a pensar en dos categorías nuevas, por lo menos, para sumar a las ocho/nueve de mi clasificación de los precipitados de contactos lingüísticos: glosolalia creativa y experimental, glosolalia disolvente del sistema semiótico general de las lenguas.
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20 de octubre
Por la mañana muy temprano, Santiago y yo partimos a la estación donde tomamos el tren de las nueve hacia Angers. Antes de las diez, llegamos a destino y fuimos sin etapas hasta el castillo de los duques de Anjou. Messieurs, dames, la féodalité. Nunca vi un castillo donde estuviese más claro el poder gigantesco de los nobles frente a la pequeñez de los campesinos [07, 001-004]. Cuando nos asomamos al foso, había tres personas que trabajaban en el jardín (después supimos que jamás hubo agua en el foso, que siempre había servido como sitio de plantas y flores para esparcimiento de los habitantes de la fortaleza-palacio). La diferencia de escala entre las torres macizas, altas como un edificio de diez pisos, y los cuerpos de los trabajadores decía casi todo de cuanto se necesita saber acerca del feudalismo y el sistema de la servidumbre. Me invadió el magín la miniatura del mes de septiembre, pintada por los Limbourg para el duque de Berry cerca de 1410, en la que se ve a los vendimiadores al pie de otro edificio angevino en Saumur. Cito un pasaje de La forma de una ciudad, en el que Gracq describe el efecto que le causó la visión del castillo de Angers:
... desmoldado hace un instante como si hubiese salido del molde de arena de un niño, es la masa más bella de albañilería maciza que conozco en Francia junto a la catedral de Albí; la pizarra apretada entre hiladas de piedra subraya una decoración