—Se solicita permiso para enviar a RECESO y su equipo a observar / responder.
—Se solicita permiso para iniciar evaluación de viabilidad de contacto en NRT.
NOS LEVANTAREMOS, ROJOS COMO EL AMANECER.
EL SIGUIENTE MENSAJE HA SIDO DESCIFRADO CONFIDENCIAL, SE REQUIERE AUTORIZACIÓN DE UN SUPERIOR
Agente: General CLASIFICADO.
Denominación: TAMBOR.
Origen: CLASIFICADO.
Destino: CARNERO en Trial, CL.
—Se otorga permiso para enviar a RECESO. Sólo a observar, operación VIGÍA.
—Se otorga permiso para evaluar viabilidad de contacto en NRT.
—CORDERO se hará cargo de la operación TELARAÑA ROJA y se pondrá en contacto con redes de contrabando y clandestinas en NRT, énfasis en la banda de mercado negro WHISTLE. Se anexan órdenes, para su exclusivo conocimiento. Se le enviará a NRT en un plazo máximo de una semana.
—CARNERO se hará cargo de la operación BALUARTE. Se anexan órdenes, para su exclusivo conocimiento. Se le enviará a Ronto en un plazo máximo de una semana.
NOS LEVANTAREMOS, ROJOS COMO EL AMANECER.
Trial es la ciudad más grande en la frontera con los Lacustres, y sus intrincadas murallas y torres dan al lado contrario del lago de los Huesos Pardos y se adentran en el corazón de la campiña de Norta. Este lago cubre una ciudad sumergida que fue completamente saqueada por buzos ninfos. Entretanto, los esclavos de la comarca de los Lagos construyeron Trial en sus orillas, a modo de escarnio contra las ruinas anegadas y las inexploradas zonas de Norta.
Antes me preguntaba qué clase de idiotas son los que libran esta guerra Plateada si insisten en restringir los campos de batalla al desolado Obturador. La frontera norte es larga y sinuosa, sigue el curso del río y está casi totalmente arbolada en ambos lados, siempre protegida pero nunca atacada. Claro que el frío y la nieve son brutales en invierno, pero ¿qué hay de la primavera y el verano más recientes? ¿Y ahora? Si Norta y la comarca de los Lagos no hubieran peleado durante un siglo, es de suponer que esta ciudad sería asaltada en cualquier momento. Pese a todo, no hay nada de eso, y nunca lo habrá.
Porque esta guerra no lo es en absoluto.
Es un exterminio.
Miles de soldados Rojos se alistan, combaten y mueren año tras año. Se les dice que deben luchar por sus reyes y defender a su país y a sus familias, quienes seguramente serían aplastados y derrocados si no fuera por su valentía obligatoria. Los Plateados se recuestan y mueven de un lado a otro sus legiones de juguete, para intercambiar golpes que al parecer nunca logran gran cosa. Los Rojos son demasiado ignorantes para notarlo. Es aberrante.
Sólo por una de un millar de razones yo creo en la causa y en la Guardia Escarlata. En cualquier otro caso, creer no vuelve fácil recibir una bala. Como pasó aquella vez en que regresé a Irabelle, sangrando por el abdomen, cuando no podía caminar sin la maldita ayuda del coronel. En esa ocasión tuve al menos una semana para descansar y sanar. Ahora dudo que esté aquí más de unos días antes de que vuelvan a mandarnos a otra parte.
Irabelle es la única base apropiada de la Guardia en la región, por lo menos hasta donde sé. Aunque hay varias casas de seguridad dispersas junto al río y en lo profundo del bosque, Irabelle es sin duda el corazón palpitante de nuestra organización. Parcialmente subterránea y totalmente invisible, la mayoría de nosotros la llamaríamos nuestro hogar si tuviéramos que hacerlo. Pero la mayoría no tenemos otro hogar más que la Guardia y los Rojos que nos acompañan.
La estructura es mucho más grande de lo necesario, así que un desconocido —o un invasor— se perdería fácilmente en ella. Es perfecta para buscar el silencio, por no hablar de que casi todas sus entradas y pasillos están provistos de compuertas. A una orden del coronel, el lugar entero se hunde, sumergido como el viejo mundo anterior a él. Esto lo vuelve húmedo y fresco en el verano y frío en el invierno, con paredes como capas de hielo. En cualquier estación, me gusta caminar por los túneles y hacer un patrullaje solitario a lo largo de sus oscuros corredores de cemento que todos han olvidado menos yo. Después de haber pasado un tiempo en el tren y de haber evitado la mirada acusadora y carmesí del coronel, el aire fresco y el túnel abierto a mis pies son lo más parecido a la libertad que haya conocido jamás.
El arma gira ociosamente en mi dedo con un preciso equilibrio que soy experta en mantener. No está cargada. No soy tonta. Aunque su peso letal no deja de ser agradable. Norta. La pistola da vueltas todavía. Sus leyes de portación de armas son más estrictas que las de la comarca de los Lagos. Sólo se permite llevarlas a cazadores registrados. Y son pocos. Éste es otro obstáculo que estoy ansiosa por vencer. Pese a que nunca he ido a Norta, imagino que es igual a la comarca de los Lagos: igual de Plateada, igual de peligrosa, igual de ignorante. Con un millar de verdugos y un millón destinado a la horca.
Hace mucho tiempo dejé de cuestionarme el motivo de que se permita que esto continúe. A mí no me enseñaron a aceptar la jaula de un amo, como lo hacen tantos. Lo que veo como una rendición exasperante es para muchos la única posibilidad de supervivencia. Supongo que tengo que agradecerle al coronel mi terca creencia en la libertad. No me dejó nunca pensar otra cosa. No me dejó nunca contentarme con mis circunstancias. Aunque no se lo diré jamás. Ha hecho demasiadas cosas como para merecer mi gratitud.
Yo he hecho lo mismo. Pienso que es justo. ¿Y acaso no creo en la justicia?
Me doy la vuelta cuando escucho unos pasos y deslizo el arma a mi costado, para mantenerla oculta. A otro miembro de la Guardia le daría igual, pero no a un agente Plateado. Pese a todo, no creo que uno de ellos nos encuentre aquí. No lo harán nunca.
Indy no se molesta en saludar. Se detiene a unos metros de mí, donde sus tatuajes destacan contra su piel canela incluso bajo la escasa luz. Unas espinas suben por un lado, desde su muñeca hasta la coronilla de su cabeza pelada al rape, y unas rosas descienden en curvas por el otro brazo. Su nombre en clave es Receso, aunque Jardín habría sido más apropiado. Es capitana como yo, una más entre los subalternos del coronel. Hay diez en total bajo su mando, cada uno con un destacamento mayor de soldados jurados que han prometido ser leales a sus capitanes.
—El coronel quiere verte en su oficina. Tiene nuevas órdenes —me dice y baja la voz, pese a que nadie puede oírnos en las profundidades de Irabelle—. No está de buenas.
Sonrío y la aparto para pasar. Es más baja que yo, como casi todos, así que tiene que hacer un esfuerzo para estar a la altura.
—¿Lo está alguna vez?
—Sabes a qué me refiero. Esto es distinto.
El destello en sus ojos oscuros revela un extraño temor. Lo he visto antes, en la enfermería, cuando se plantó junto al cuerpo de otra capitana, Saraline, cuyo nombre en clave es Piedad y que perdió un riñón en un decomiso de armas de rutina. Todavía está en recuperación. El cirujano temblaba, cuanto menos. No es culpa tuya, no es labor tuya, me dije. De todos modos, he hecho lo que he podido. No soy ajena a la sangre, y era la mejor médico disponible en ese momento, pero ésa fue la primera ocasión en que sostuve un órgano humano. Por lo menos ella sigue viva.
—Ya camina —me informa Indy, porque descifra la culpa en mi rostro—. Despacio, pero lo hace.
—Qué bien —digo, aunque omito añadir que debería haber caminado desde hace varias semanas.
No es culpa tuya, se repite en mi cabeza.
Cuando llegamos al eje central, ella dobla hacia la enfermería. No se ha apartado de Saraline más que para cumplir sus tareas y, aparentemente, las diligencias del coronel. Llegaron juntas a la Guardia y parecían hermanas de tan íntimas que eran. Luego fue obvio que dejaron de ser hermanas. A nadie le importa. No hay reglas que prohíban fraternizar en la organización, siempre y cuando el trabajo se haga