La historia de Tesla trata de una fascinante transformación, de cómo el mundo pasó a sustentarse en la tecnología. Enseña cómo el empeño y los sueños pueden llevar la voluntad humana más allá de los contratiempos y las desgracias.
Y sobre todo es una lección. De cómo muchos grandes avances de los que disfrutamos hoy, casi sin apreciarlos, surgen de un pequeño número de mentes geniales, curiosas, sacrificadas y trabajadoras –muchas veces diferentes– que las sociedades, lejos de olvidar, deben cuidar como regalos valiosos que, de vez en cuando, dan un buen impulso a nuestro avance como civilización.
Una reciente exposición sobre los inventos de Nikola Tesla se refería a él como “el genio que iluminó el mundo”. Es cierto: a él le debemos que una habitación a oscuras se llene de luz con sólo pulsar un interruptor, aunque se encuentre a cientos de kilómetros de donde se produce la electricidad.
Genio asombroso, visionario e inteligente como pocos, Tesla fue sin embargo un personaje misterioso, oscuro y controvertido. A lo largo de su vida como inventor hizo posible ingenios tales como las transmisiones inalámbricas que dieron lugar a la radio, las bobinas para el generador eléctrico de corriente alterna, el motor eléctrico de inducción, el alternador, el control remoto...
Aunque pocos de estos ingenios son reconocidos como suyos por el público, sus inventos prácticos y funcionales son los cimientos de las civilizaciones tecnológicamente avanzadas de una manera tan decisiva que de Tesla se ha llegado a decir que fue “el inventor del siglo XX”.
Sin embargo, la personalidad de Tesla, cándida y llena de ideales, obsesiones y trastornos –la misma genialidad que impulsaba su enorme talento y su inagotable capacidad de trabajo–, propició que otros se aprovecharan de su esfuerzo y le privó de obtener beneficio de sus creaciones hasta el punto de acabar arruinado y viviendo de créditos que era incapaz de pagar.
Hoy muchos de quienes se interesan por la figura de Tesla descubren cómo fue robado y maltratado por supuestos respetables de la época –como Edison, Westinghouse o J. P. Morgan– y hacen suya la frase “a Tesla le robaron”, para reivindicar un mayor reconocimiento a su figura. Esa frase puede leerse hoy en camisetas, pintadas, firmas de internet e incluso aparecía escrita en una pizarra de la popular serie de televisión House.
La época más productiva de Tesla –y dolorosa en varios aspectos– comenzó en 1884 cuando, después de estudiar ingeniería mecánica y eléctrica en Austria y física en Checoslovaquia y de trabajar en varias compañías eléctricas y telefónicas de Europa, llegó a Nueva York. Tenía veintiocho años, unos pocos centavos y una carta de recomendación para Thomas Edison escrita por uno de sus socios que decía: “Querido Edison: conozco a dos grandes hombres y usted es uno de ellos. El otro es este joven”.
Edison contrató a Tesla con el fin de que mejorara los diseños de sus generadores de corriente continua, que era el sistema eléctrico que estaba comenzando a utilizarse de forma general para iluminar Nueva York y otras ciudades del país. Pero en aquella época Tesla estaba más interesado en el estudio de la corriente alterna, algo que Edison veía como competencia a sus instalaciones de corriente continua.
Durante el tiempo en que trabajó para Edison, Tesla le proporcionó diversas y lucrativas nuevas patentes. Cuando Tesla alcanzó sus objetivos, Edison se negó a pagarle la recompensa prometida de cincuenta mil dólares alegando que aquello había sido “una broma americana”. Peor aún, se negó a subirle el sueldo a veinticinco dólares a la semana, lo que hizo que Tesla dimitiera, disgustado y decepcionado por el que hasta entonces había sido su héroe.
En 1887 la Western Union Company le proporcionó fondos con los que pudo dedicarse a investigar y trabajar en el desarrollo de los componentes necesarios para generar y transportar corriente alterna a largas distancias. Esta tecnología es básicamente la misma que se utiliza hoy en todo el mundo. Entre estos desarrollos se encontraban las bobinas y el motor de inducción, presentes de forma masiva en la tecnología actual.
En aquellos años George Westinghouse, inventor de los frenos de aire para los trenes y propietario de The Westinghouse Corporation, le compró a Tesla sus patentes para la manipulación de la energía eléctrica y le ofreció además el pago de royalties por la explotación de la energía eléctrica que se generase con sus inventos. Esto supuso un respiro económico para Tesla, quien pudo dedicarse al desarrollo de otros inventos en su propio laboratorio.
La comercialización de la corriente alterna basada en los trabajos de Tesla fue el inicio de la “guerra de las corrientes” con Edison. Edison defendía el uso de su corriente continua (el estándar entonces en EE UU) mientras que Tesla defendía las ventajas de la corriente alterna, que fue la que finalmente se impuso y la que está hoy en los enchufes de todo el mundo.
Durante la “guerra de las corrientes” por el monopolio de la distribución de electricidad, Edison se encargó de desprestigiar la corriente alterna –conforme se iba imponiendo su uso–, argumentando que era peligrosa. Edison lo demostraba electrocutando públicamente perros, caballos y otros animales. De hecho fue Edison quien en 1903 propuso que la mejor forma de matar a la elefanta Topsy –que había causado la muerte de tres personas– era una fuerte descarga de corriente alterna. Hoy muchos consideran que Edison fue el verdadero inventor de la silla eléctrica.
En 1887 Westinghouse fue contratado para construir una central eléctrica en las cataratas del Niágara, donde se aplicó la tecnología de producción y transporte de electricidad alterna desarrollada por Tesla. Allí hoy se erige un monumento en honor de Tesla, en el lado canadiense de la construcción.
Pero debido al coste económico que había supuesto para Westinghouse la carrera tecnológica en favor de la corriente alterna, le pidió a Tesla que renunciase a recibir los crecientes royalties a los que tenía derecho por la generación de electricidad. En un gesto magnánimo y torpe, Tesla accedió y rompió el contrato que le unía a Westinghouse como agradecimiento a quien le había apoyado tras el fiasco de Edison. Desde ese momento, los problemas económicos de Tesla se convertirían en una constante durante el resto de su vida.
Aquella aún no sería la última vez en que Tesla vería cómo otro se beneficiaba de su trabajo. En 1909 Marconi recibía el premio Nobel por el invento de la radio. El aparato con el que Marconi transmitió la primera señal de radio que cruzó el océano Atlántico en 1901 utilizaba hasta diecisiete patentes propiedad de Tesla, quien ya llevaba varios años probando la emisión y recepción de señales de radio y quien reclamó los derechos de la patente.
No fue hasta 1943, ya muerto Tesla, cuando la Corte Suprema de EE UU reconoció la prioridad de Tesla sobre la patente de la radio, la cual hoy mantiene. Aunque el debate pervive, ya que no está claro si ese gesto pudo estar destinado más bien a evitar la demanda que Marconi había iniciado contra el Gobierno de EE UU por utilizar su radio durante la guerra. En 1989 el grupo de música “Tesla” dedicó la canción The Great Radio Controversy a esta polémica.
En los años siguientes, Tesla se concentraría en la experimentación, especialmente en el campo de las ondas de radio y de las altas frecuencias. El trabajo con altas frecuencias permitió a Tesla desarrollar algunas de las primeras lámparas fluorescentes de neón. Por aquel entonces tomó también la primera fotografía en rayos X.
Pero estos inventos palidecían en comparación con lo que descubrió en noviembre de 1890, cuando consiguió iluminar un tubo de vacío sin cables, haciéndole llegar la energía a través del aire. Éste fue el comienzo de la gran obsesión de Tesla: la transmisión inalámbrica de energía.
La transmisión inalámbrica de energía, de forma funcional y práctica, es una de las grandes asignaturas pendientes de la tecnología moderna. Aún hoy es investigada por numerosos científicos, que en lo últimos años han presentado tímidos avances.
En 2007, varios investigadores del Instituto Tecnológico de Massachusetts lograban iluminar una bombilla de 60 vatios situada a unos pocos metros de la fuente eléctrica. Por supuesto, para lograrlo utilizaban las llamadas bobinas Tesla, que se utilizan para transmitir