Estas ediciones fragmentarias, con títulos diferentes que a veces tienen un mismo contenido, y una presunta criptografía carcelaria motivada por el interés de eludir a sus censores a veces dificultan la lectura de Gramsci; pero ello no obstante su pensamiento puede ser seguido sin mayores dificultades.
Por benigna que haya sido su estadía en la cárcel (si es que lo fue), las privaciones que lo acompañaron en la mayor parte de su vida finalmente cobraron su víctima. Apenas había superado la mitad de su condena cuando Gramsci enfermó gravemente. Afectado de tuberculosis doble, hipertensión, gota y otras enfermedades, vivió sus últimos meses de vida bajo libertad vigilada (algunos dicen que había sido liberado ante la certeza de su fin) en una clínica de Formia y murió de hemorragia cerebral en Roma el 27 de abril de 1937, a los cuarenta y seis años de edad.
Como suele ocurrir, sus escritos han sido interpretados según la situación doméstica que dentro de la intelectualidad comunista adopta cada uno de sus comentadores. Así, hay quienes ven en él al renovador del marxismo o al creador de un comunismo más humano. Otros consideran que cuando la revolución de octubre de 1917 señaló en Rusia un nuevo punto de referencia para los socialistas, el pensamiento de Gramsci se configuró sobre modelos soviéticos.
Lo cierto es que el pensamiento de Gramsci ha mantenido su influencia sobre el marxismo contemporáneo. La crítica de Althusser al historicismo marxista es un buen ejemplo de ello. La actualidad de Gramsci se renueva periódicamente en los Congresos de Estudios Gramscianos que se celebran en Cagliari, donde pensadores de diversa procedencia intelectual reconocen la importancia de su pensamiento. No me detendré aquí en su influencia política, ya que esto excede el tema de este trabajo, pero mostraré en los restantes puntos del presente capitulo cómo esta influencia puede ser constatada en otras expresiones del pensamiento pedagógico actual.
La filosofía de la praxis
Si se gusta de los juegos intelectuales, leer a Gramsci puede llegar a ser cautivante. Cuando parece caer en una heterodoxia que le valdría el inconveniente adjetivo de «revisionista» surge la adhesión a las tesis centrales del marxismo–leninismo, aunque se trate de un marxismo que para estar en contacto con los problemas actuales deba mimetizarse en formas equívocas. Gramsci se desinteresó de los aspectos especulativos o «abstractos» del marxismo, acentuando el papel de la praxis entendida como práctica revolucionaria. Sin embargo, su planteo es eminentemente filosófico y aun sus análisis políticos e históricos hay que interpretarlos en este sentido.
La adaptación del marxismo a las circunstancias modernas a la que he hecho referencia Gramsci la encuentra en el leninismo. No abandona el planteo básico de que la estructura económica es aquello sobre lo cual descansa la historia, pero revaloriza el papel del espíritu humano como su causa y resultado. La concepción fatalista de la historia, tal como se presenta en algunos marxistas, como Bujarin, es abandonada por el pensador sardo, para quien los hombres pueden acelerar el proceso dialéctico, acentuar las contradicciones y hacer que la historia tome el sentido más conveniente. Tal vez aquí se manifieste ya la influencia de Croce, para quien lo «vivo» de la filosofía de Hegel es la primacía del pensamiento en la comprensión de la realidad. Esto, aun cuando provenga de un idealista, no repugna la concepción leninista, con la que Gramsci se identifica progresivamente. En efecto, la tesis de Lenin del «socialismo en un solo país» se adecua perfectamente a la intención de Gramsci de presentar un comunismo «a la italiana». Si bien creo que muchos textos de Marx se oponen en mayor o menor medida a esta interpretación, por lo que muchos marxistas creen —o creían— que todas las fases de la evolución capitalista deben producirse de la misma forma en todos los países, otros en cambio la posibilitan, como el prefacio fechado en Londres el 21 de enero de 1882 a la traducción rusa del Manifiesto, donde Marx y Engels se preguntan si la comunidad rural rusa podría pasar directamente a la forma superior de la propiedad colectiva (comunista), sin pasar primero por el mismo proceso de disolución que, para ellos, constituye el desarrollo histórico de Occidente. El conocido texto de Marx en el Prólogo a la Contribución a la crítica de la economía política no ofrece ninguna duda de que para el autor la conciencia humana es un mero reflejo de la base material de la sociedad. Para Gramsci, en cambio, las relaciones sociales no son mecánicas sino activas y conscientes. Los hombres se cambian a sí mismos y se modifican en la medida en que se cambia y se modifica todo el complejo de relaciones de los que son el «centro de anudamiento». Por ello la personalidad histórica de un filósofo, para Gramsci, viene dada por la relación activa entre él y el ambiente cultural que quiere modificar. Por eso, el verdadero filósofo, para el pensador sardo, es el político, esto es, el hombre activo que modifica el ambiente o conjunto de relaciones de que cada individuo forma parte. Si la propia individualidad es el conjunto de estas relaciones, «hacerse una personalidad» significa tomar conciencia de estas relaciones y modificar la propia personalidad significa modificar el conjunto de estas relaciones. Para esto debe afirmar Gramsci que tales relaciones no son simples y siempre necesarias. Algunas son necesarias, escribe, pero otras son voluntarias.
De todo esto surge con claridad la importancia del fundamento antropológico. Gramsci es consciente de ello cuando afirma que la pregunta: ¿qué es el hombre? «... es la primera y principal pregunta de la filosofía».71 Para el comunista de Cerdeña no existe una naturaleza humana inmutable, pues el hombre no es más que el conjunto de las relaciones sociales históricamente determinadas: «La respuesta más satisfactoria es que la “naturaleza humana” es el “conjunto de las relaciones sociales”, porque incluye la idea de devenir; el hombre deviene, cambia continuamente con el cambio de las relaciones sociales y porque niega el “hombre en general”: de hecho, las relaciones sociales son expresadas por diversos grupos de hombres que se presuponen recíprocamente y cuya unidad es dialéctica, no formal».72
El hombre es una formación histórica. Para Gramsci, pensar de otro modo implicaría caer en una forma de trascendencia o de inmanencia. Por eso el monismo que asume no es ni materialista vulgar ni idealista, sino que consiste en la unidad de los contrarios en el acto histórico concreto, en la actividad humana (historia y espíritu) ligada a una cierta «materia» organizada (historificada), a la naturaleza transformada por el hombre. La pregunta por el hombre no es entonces una búsqueda de la esencia humana como punto de partida filosófico, ya que esto sería un residuo metafísico o teológico. El hombre es voluntad concreta, esto es, aplicación efectiva de la voluntad hacia los medios concretos que realizan dicha voluntad. Por eso la propia personalidad se crea dando una orientación determinada a la voluntad; identificando los medios que hacen esta voluntad concreta y determinada y no arbitraria, y contribuyendo a modificar el conjunto de las condiciones que a su vez la realizan o determinan.
De esta manera se logra la disciplina del propio yo interior. La cultura aparece entonces como la conquista de una conciencia superior por la que se llega a comprender el propio valor histórico. Pero, dice Gramsci, «todo esto no puede verificarse por evolución espontánea, por acciones y reacciones independientes de la propia voluntad, como acontece en la naturaleza vegetal y animal, donde cada individuo se selecciona y especifica los propios órganos inconscientemente, por ley fatal de las cosas. El hombre es sobre todo espíritu, es decir, creación histórica, y no naturaleza».73
La acción humana que modifica el ambiente y que al hacerlo modifica al propio sujeto deviene acción política. Se llega así a la unidad entre filosofía y política, entre pensamiento y acción. Esta es la filosofía de la praxis. Todo es política, y la única filosofía es la historia en acto, es decir, la misma vida. Este es el punto central del pensamiento de Gramsci. De la negación de la trascendencia del pensamiento sobre la praxis se deriva que el hombre se realiza a sí mismo actuando en la historia. Por eso su acción adquiere, a su vez, un valor filosófico.
El marxismo se presenta así, en el pensamiento de Gramsci, como la única filosofía porque es la única política, esto es, la única praxis filosófica y por lo tanto humana. De allí su crítica a los que introducen en el marxismo la distinción entre filosofía y política o entre filosofía y ciencia. Gramsci afirma la unidad del marxismo: no existe distancia entre pensamiento y praxis. Los principios de la filosofía marxista son normas de acción, y la acción humana es filosófica en cuanto expresa la verdad histórica.
La diferencia fundamental