Es éste el único proceder que podemos seguir como cristianos. Debemos ejercer esa fe viva que penetra en las nubes que, como espeso muro, nos separan de la luz del cielo. Tenemos que alcanzar las alturas de la fe donde todo es paz y gozo en el Espíritu Santo.
Un conflicto que dura toda la vida
¿Han observado alguna vez un halcón que persigue a una tímida paloma? El instinto ha enseñado a la paloma que, para que el halcón agarre su presa, debe volar por encima de su víctima. Por eso se eleva cada vez más en la bóveda celeste, perseguida siempre por el halcón, que quiere sacarle ventaja. Pero en vano. La paloma está segura mientras no permite que nada la detenga en su vuelo, o la haga ir hacia la tierra; pero si vacila una vez y vuela más bajo, su vigilante enemigo se arrojará sobre ella y la atrapará. Repetidas veces hemos observado esta escena con interés palpitante, simpatizando con la palomita. ¡Qué tristeza habríamos sentido al verla caer víctima del cruel halcón!
Nos espera un conflicto, conflicto de toda la vida, con Satanás y sus seductoras tentaciones. El enemigo usará todo argumento, todo engaño, para enredar al ser humano; y debemos hacer esfuerzos fervientes, perseverantes, para ganar la corona de la vida. No debemos deponer la armadura ni dejar el campo de batalla hasta que hayamos ganado la victoria y podamos triunfar en nuestro Redentor. Mientras tengamos la mirada fija en el Autor y Consumador de nuestra fe, estaremos seguros. Pero debemos colocar nuestros afectos en las cosas de arriba, no en las de la Tierra. Por medio de la fe debemos elevarnos cada vez más en la adquisición de las gracias de Cristo. Contemplando diariamente sus incomparables encantos, debemos crecer más y más a la semejanza de su imagen gloriosa. Mientras vivamos así en comunión con el cielo, Satanás nos tenderá en vano sus redes (The Youth’s Instructor, 12 de mayo de 1898).
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Apropiarse de la victoria
Escasa idea tenemos de la fuerza que adquiriríamos si nos pusiéramos en contacto con la fuente de toda fuerza. Caemos repetidamente en el pecado, y creemos que deberá ser siempre así. Nos aferramos a nuestras debilidades como si fueran algo de lo cual debemos estar orgullosos. Cristo nos dice que debemos poner nuestro rostro como pedernal si queremos vencer. Él llevó nuestros pecados sobre su cuerpo en un madero; y por el poder que nos ha dado, podemos resistir al mundo, a la carne y al demonio. No hablemos, pues, de nuestra debilidad y falta de eficiencia, sino de Cristo y de su fuerza. Cuando hablamos de la fuerza de Satanás, el enemigo consolida más su poder sobre nosotros. Cuando hablamos del poder del Poderoso, hacemos retirar al enemigo. Al acercarnos a Dios, Dios se acerca a nosotros...
Muchos de nosotros dejamos de aprovechar nuestros privilegios. Hacemos unos pocos débiles esfuerzos para practicar el bien, y luego volvemos a nuestra vieja vida de pecado. Si alguna vez hemos de entrar en el reino de Dios, será con carácter perfecto, sin mancha, arruga ni cosa semejante. Satanás trabaja con mayor actividad al acercarse el fin del tiempo. Tiende sus trampas, sin ser advertido por nosotros, para posesionarse de nuestra mente. Trata de todas maneras de eclipsar del ser la gloria de Dios. A nosotros nos toca decidir si él gobernará nuestro corazón y nuestra mente, o si tendremos un lugar en la Tierra nueva, un derecho a la heredad de Abrahán.
El poder de Dios, combinado con el esfuerzo humano, ha obrado una gloriosa victoria en favor de nosotros. ¿No la apreciaremos? En Jesús nos fueron dadas todas las riquezas del cielo. Dios no quería que la confederación del mal dijese que él podía hacer más de lo que ha hecho. Los mundos que creó y los ángeles del cielo podrían dar testimonio de que él no podía hacer más. Dios tiene recursos de poder de los cuales todavía nada sabemos, y de éstos nos suplirá en nuestro tiempo de necesidad. Pero nuestro esfuerzo se ha de combinar siempre con el divino. Debemos poner en actividad nuestro intelecto, nuestras facultades perceptivas, toda la fuerza de nuestro ser... Si queremos hacer frente a la emergencia y armarnos como hombres que esperan a su Señor, si queremos trabajar para vencer todo defecto de nuestro carácter, Dios nos dará más luz, fuerza y ayuda (The Youth’s Instructor, 4 de enero de 1900).
La fe y el deber
La fe no es sentimiento. La fe es la sustancia de las cosas que se esperan, la demostración de las cosas que no se ven. Hay una forma de religión que no es más que egoísmo. Se deleita en los goces mundanos. Se satisface en contemplar la religión de Cristo, y nada sabe de su poder salvador. Los que poseen esta religión consideran livianamente el pecado porque no conocen a Jesús. Mientras están en esta condición, estiman el deber muy livianamente. Pero el cumplimiento fiel del deber va mano a mano con el debido aprecio del carácter de Dios (Review and Herald, 28 de febrero de 1907).
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Cómo ser fuertes
Cristo ha hecho toda provisión para que seamos fuertes. Nos ha dado su Espíritu Santo, cuyo oficio es recordarnos todas las promesas que Cristo ha hecho, para que tengamos paz y una dulce sensación de perdón. Si tan sólo mantenemos los ojos fijos en el Salvador y confiamos en su poder, seremos llenados de una sensación de seguridad, pues la justicia de Cristo llegará a ser nuestra justicia...
Lo deshonramos hablando de nuestra ineficiencia. En vez de mirarnos a nosotros mismos, contemplemos constantemente a Jesús, haciéndonos de día en día más y más parecidos a él, más y más aptos para hablar acerca de él, mejor preparados para valernos de su bondad y espíritu servicial, y para recibir las bendiciones que se nos ofrecen.
Al vivir así en comunión con él, nos fortalecemos en su fuerza, nos hacemos una ayuda y bendición para los que nos rodean.
Si tan sólo hiciéramos lo que el Señor desea que hagamos, nuestro corazón llegaría a ser como un arpa sagrada, cada una de cuyas cuerdas cantaría alabanza y gratitud al Redentor enviado por Dios para quitar el pecado del mundo...
Contemplar su gloria
Cuando las tentaciones los asalten, como ciertamente ocurrirá; cuando la preocupación y la perplejidad los rodeen; cuando, desanimados y angustiados, estén a punto de entregarse a la desesperación; miren, oh miren hacia donde vieron con el ojo de la fe por última vez la luz, y la oscuridad que los rodea se disipará a causa del brillo de su gloria.
Cuando el pecado luche por enseñorearse del ser y abrume la conciencia, cuando la incredulidad nuble la mente, acudan al Salvador. Su gracia es suficiente para dominar el pecado. Él nos perdonará y nos hará gozosos en Dios...
No hablemos más de nuestra falta de eficiencia y de poder. Olvidando las cosas que están atrás, avancemos por el camino que lleva al cielo. No descuidemos ninguna oportunidad que, aprovechada, nos haga más útiles en el servicio de Dios. Entonces correrá por nuestra vida la santidad, como hilos de oro, y los ángeles, al contemplar nuestra consagración, repetirán la promesa: “Haré más precioso que el oro fino al varón, y más que el oro de Ofir al hombre”.43 Todo el cielo se regocija cuando los débiles y defectuosos seres humanos se entregan a Jesús para vivir su vida (Review and Herald, 1º de octubre de 1908).
Gozo mediante el arrepentimiento
Las condiciones para la salvación del hombre han sido ordenadas por Dios. La humillación de sí mismo y el llevar la cruz son los medios por los cuales el pecador arrepentido encuentra paz y consuelo. El pensamiento de que Jesús se sometió a una humillación y un sacrificio que el hombre nunca será llamado a soportar, debería acallar toda voz murmuradora. Al arrepentirse el pecador sinceramente ante Dios por la transgresión de su ley, y al ejercer fe en Jesucristo como Redentor y Abogado, experimenta el más dulce gozo (The Signs of the Times, 4 de marzo de 1880).
43 Isaías 13:12, RV 1960.
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