ALCIBÍADES. —Estoy muy lejos de creerlo.
SÓCRATES. —¿Crees que todo lo que es justo es honesto?
ALCIBÍADES. —Estoy persuadido de ello.
SÓCRATES. —¿Pero todo lo que es honesto es bueno? ¿O crees que hay cosas honestas que son malas?
ALCIBÍADES. —Yo creo, Sócrates, que hay ciertas cosas honestas que son malas.
SÓCRATES. —¿Y, por consiguiente, que las hay inhonestas que son, buenas?
ALCIBÍADES. —Sí.
SÓCRATES. —Observa si te he entendido bien. En los combates ha sucedido muchas veces que un hombre, queriendo socorrer a su amigo o pariente, ha recibido muchas heridas o ha sido muerto, y que otro, abandonando a su pariente o amigo, ha salvado la vida. ¿No es esto lo que tú quieres decir?
ALCIBÍADES. —Eso mismo.
SÓCRATES. —El socorro que un hombre da a su amigo es una cosa honesta en cuanto se trata de salvar al que está obligado a socorrer; ¿y no es esto lo que se llama valor?
SÓCRATES. —¿Y este mismo socorro es una cosa mala, en cuanto el que lo ejecuta se expone a ser herido y a morir?
ALCIBÍADES. —Sí, sin duda.
SÓCRATES. —¿Pero el valor no es una cosa y la muerte otra?
ALCIBÍADES. —Ciertamente.
SÓCRATES. —¿Entonces este socorro que se da a su amigo no es al mismo tiempo y por el mismo concepto una cosa honesta y una cosa mala?
ALCIBÍADES. —Así me lo parece.
SÓCRATES. —Pero mira si lo que hace esta acción honesta no es igualmente lo que la hace buena; porque tú has reconocido que, con respecto al valor, esta acción es bella. Examinemos, pues, ahora si el valor es un bien o un mal, y he aquí el medio de hacer bien este examen. ¿Te deseas a ti mismo bienes o males?
ALCIBÍADES. —Bienes sin duda.
SÓCRATES. —¿Sobre todo, los mayores bienes de que no querrías verte privado?
ALCIBÍADES. —Sí, los mayores.
SÓCRATES. —¿Qué piensas tú del valor? ¿A qué precio consentirías verte privado de él?
ALCIBÍADES. —Al precio de la vida, si era cosa de vivir con nota de cobarde.
SÓCRATES. —¿La cobardía se parece al más grande de todos los males?
ALCIBÍADES. —Sí.
SÓCRATES. —¿Igual a la muerte misma?
ALCIBÍADES. —Sí, a la muerte.
SÓCRATES. —¿La vida y el valor no son los contrarios de la muerte y de la cobardía?
ALCIBÍADES. —Quién lo duda.
SÓCRATES. —¿Desechas los unos y deseas los otros?
ALCIBÍADES. —Sí, ciertamente.
SÓCRATES. —¿No es porque encuentras los unos muy buenos y los otros muy malos?
ALCIBÍADES. —Sin dificultad.
SÓCRATES. —¿Has reconocido tú mismo, que socorrer al amigo en los combates es una cosa honesta, considerándola con relación al bien, que es el valor?
ALCIBÍADES. —Lo he reconocido.
SÓCRATES. —¿Y que es una cosa mala con relación al mal, es decir, a la muerte?
ALCIBÍADES. —Lo confieso.
SÓCRATES. —Se sigue de aquí, que se debe llamar cada acción según lo que ella produce; si la llamas buena cuando se convierte en bien, es preciso también llamarla mala cuando se convierte en mal.
ALCIBÍADES. —Así me parece.
SÓCRATES. —Una bella acción, ¿no es honesta en cuanto es buena, e inhonesta en cuanto es mala?
ALCIBÍADES. —Sin contradicción.
SÓCRATES. —Desde el momento en que dices, que socorrer a un amigo en los combates es una acción honesta y al mismo tiempo una acción mala, es como si dijeras que es mala y que es buena.
ALCIBÍADES. —Me parece que dices verdad.
SÓCRATES. —No hay nada honesto que sea malo, en tanto que honesto, ni nada de inhonesto que sea bueno, en tanto que inhonesto.
ALCIBÍADES. —Así me parece.
SÓCRATES. —Busquemos otra prueba de esta verdad. ¿Todos los que hacen bellas acciones no obran bien?
ALCIBÍADES. —Muy bien.
SÓCRATES. —Y obrar bien ¿no es ser dichoso?
ALCIBÍADES. —Sí.
SÓCRATES. —¿No es dichoso por la posesión del bien?
ALCIBÍADES. —Ciertamente.
SÓCRATES. —¿Y este bien no se adquiere por obrar bien?
ALCIBÍADES. —¿Quién lo duda?
SÓCRATES. —¿Luego son dichosos los que obran bien?
ALCIBÍADES. —Sí, ciertamente.
SÓCRATES. —¿Luego hay razón para decir, que obrar bien y ser dichoso es todo uno?
ALCIBÍADES. —Sí.
SÓCRATES. —Las bellas acciones ¿son siempre buenas?
ALCIBÍADES. —¿Quién puede negarlo?
SÓCRATES. —Lo que es honesto y lo que es bueno ¿nos parecen la misma cosa?
ALCIBÍADES. —Es indudable.
SÓCRATES. —Por consiguiente ¿todo lo que encontremos honesto debemos encontrarlo bueno?
ALCIBÍADES. —Es de una necesidad absoluta.
SÓCRATES. —Y ahora, lo que es bueno, ¿es útil o no lo es?
ALCIBÍADES. —Muy útil.
SÓCRATES. —¿Te acuerdas de lo que hemos dicho, hablando de la justicia, y en lo que estamos de acuerdo?
ALCIBÍADES. —Estamos de acuerdo, me parece, en que las acciones justas son necesariamente honestas.
SÓCRATES. —Y lo que es honesto ¿es bueno?
ALCIBÍADES. —Sí.
SÓCRATES. —Por consiguiente, Alcibíades, todo lo que es justo es útil.
ALCIBÍADES. —Así parece.
SÓCRATES. —Ten bien presente, que eres tú mismo el que asegura todas estas verdades, porque yo no hago más que interrogar.
ALCIBÍADES. —En eso estoy.
SÓCRATES. —Si alguno, creyendo conocer bien la naturaleza de la justicia, entrase en la Asamblea de los atenienses o de los peparetienses,[6] y les dijese que sabía que las acciones justas son algunas veces malas, ¿no te burlarías de él, tú que acabas de reconocer que la justicia y la utilidad son la misma cosa?
ALCIBÍADES. —Te juro, Sócrates, por todos los dioses, que yo no sé lo que digo, y francamente, temo que he perdido la razón, porque estas cosas me parecen tan pronto de una manera, tan pronto de otra, según tú me preguntas.
SÓCRATES. —¿Ignoras, querido mío, la causa de este desorden?
ALCIBÍADES. —La ignoro completamente.
SÓCRATES. —¿Y si alguno te preguntase, si tienes dos o tres ojos, dos o cuatro manos, responderías tú tan pronto de una manera, tan