«¿Quién es este hombre?», se pregunta curiosa negándose a creer que en los cuatro meses que lleva viviendo ahí haya prestado tan poca atención a sus vecinos. Sí ha visto gente entrar y salir en el apartamento de al lado, también ha visto personas en el balcón, pero nunca les ha prestado mucha atención.
—Buenos días —dice él con un acento que le deja claro que el español no es su idioma natural.
—Buenos días —responde ella dudando si debe ponerse de pie para saludar al extraño.
—Disculpa si interrumpí tu meditación, pero hacías un cuadro tan perfecto que pensé que necesitaba banda sonora para estar completo.
—¿Perfecto?
—Sí, sentada ahí, sola y disfrutando, sonriendo como quien tiene un delicioso secreto.
—Gracias por el concierto —dice Carolina finalmente poniéndose de pie—. No interrumpiste nada. Fue maravilloso.
—Un placer —responde él inclinando nuevamente la cabeza—. Soy Lucas y él es Wolfy. —Levanta el violín.
—¿Le pusiste nombre a tu violín?
—No lo ofendas —dice en tono bajo, escondiendo el violín tras su espalda, pero con un brillo divertido en los ojos—. Es muy sensible.
Carolina ríe un poco.
—Encantada de conocerlos, a ti y a Wolfy. Soy Carolina.
—No eres española —dice Lucas aguzando la mirada, como si solo con eso pudiese determinar su lugar de origen.
—Soy mexicana. Vivo aquí en España hace solo seis meses. Estudio en el conservatorio.
—¿Música?
—Danza.
—Sí —dice mirándola más detalladamente, concentrándose unos segundos de más en sus pies descalzos—. Debí saberlo. Las bailarinas tenéis una forma especial de sentaros, grácil, aunque sea en el suelo. Siempre con los pies en punta.
—Tú tampoco eres de aquí —afirma Carolina, no a la defensiva sino más bien un poco cohibida.
Las palabras de Lucas hacen que se vuelva extremadamente consciente de su ropa de ejercicio, del agujero cerca del dobladillo de sus leggins, de su camiseta que insiste tercamente en resbalarse sobre su hombro, de su falta de sujetador, de su cabello sujeto de cualquier manera en el tope de su cabeza.
—Soy de Hamburgo —dice mientras coloca el violín en su estuche—. Vine para una audición, decidí esperar por la respuesta haciendo un poco de turismo y cuando quise regresar a casa ya era demasiado tarde.
—¿Al menos obtuviste el trabajo? —pregunta subiendo la camiseta que ha vuelto a resbalarse sobre su hombro.
—No van a tomar decisiones hasta que pase la crisis. —Suspira un poco frustrado.
—Lo lamento.
Lucas levanta la cabeza y sonríe.
—No han dicho que no lo conseguí.
—No lo digo por el trabajo —explica Carolina—. Lamento que estés aquí, atascado en una ciudad que no es la tuya, lejos de tu familia, durante una cuarentena.
—Yo no. —Mira hacia la ciudad vacía que los rodea—. La vida es un misterio y cada cosa extraña que nos sucede es una pieza en el rompecabezas de la existencia, difícil de encajar en algunos casos, pero al final parte imprescindible de la imagen completa. Si estoy aquí, ahora, será por algo. Solo tengo que estar atento.
—¿Atento a qué?
—Al lugar donde encaja la pieza.
La alarma en el teléfono de Carolina comienza a sonar dentro del apartamento señalando que ha llegado el momento de su sesión diaria de ejercicios. Con gusto se la saltaría, pero sabe que, al menos, tiene que entrar a silenciarla.
—Disculpa. —Carolina mira al interior y señala con el dedo—. Debo…
—No hay problema. ¿Te apetece tomar un café mañana?
—¿Tomar un…?
—Yo en mi balcón y tú en el tuyo. ¿A la misma hora?
Carolina asiente y entra al apartamento.
«Solo yo consigo una cita durante una cuarentena».
Dos
Para Carolina resulta extraño, ahora que lo piensa, que en los meses que lleva viviendo en ese apartamento nunca prestó atención a la presencia de alguien más allá de sus cuatro paredes. No se preguntó qué podrían decir de ella los ruidos que hacía, no estaba pendiente de si había un sonido distintivo en la vivienda adyacente.
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