—¡Por todos los demonios, tiene usted razón! ¡Que me aspen si no es de lo más ingenioso! —exclamó Sir Henry.
—Y por si quedara alguna duda, no hay más que ver cómo «alejará» y «del» están en el mismo recorte.
—Cierto, ¡así es!
—A decir verdad, señor Holmes, esto sobrepasa cualquier cosa que hubiera podido imaginar —dijo el doctor Mortimer, contemplando a mi amigo con asombro—. Entendería que alguien dijera que las palabras han salido de un periódico, pero precisar cuál y añadir que se trata del editorial, es una de las cosas más sorprendentes que he visto nunca. ¿Cómo lo ha hecho?
—Imagino, doctor, que usted distinguiría entre el cráneo de un negro y el de un esquimal.
—Sin duda.
—Pero, ¿cómo?
—Porque es mi pasatiempo favorito. Las diferencias son evidentes. El borde supraorbital, el ángulo facial, la curva del maxilar, el...
—Pues éste es mi pasatiempo favorito y las diferencias también son evidentes. A mis ojos es tanta la diferencia entre el tipo de imprenta grande y bien espaciado de un artículo del Times y la impresión descuidada de un periódico de la tarde de medio penique como la que pueda existir para usted entre sus negros y sus esquimales. La detección de caracteres de imprenta es una de las ramas más elementales del saber para el experto en delitos, aunque debo confesar que, en una ocasión, cuando era muy joven, confundí el Leeds Mercury con el Western Morning News. Pero un editorial del Times es inconfundible y esas palabras no se podían haber tomado de ningún otro sitio. Y puesto que se hizo ayer, era más que probable que las encontráramos donde las hemos encontrado.
—Hasta donde soy capaz de seguirle, señor Holmes —dijo Sir Henry Baskerville—, afirma usted que alguien cortó ese mensaje con unas tijeras...
—Tijeras para uñas —dijo Holmes—. Se puede ver que eran unas tijeras de hoja muy pequeña, ya que quien lo hizo tuvo que dar dos tijeretazos para «alejará del».
—Efectivamente. Alguien, entonces, recortó el mensaje con unas tijeras muy pequeñas, lo pegó con engrudo...
—Goma —dijo Holmes.
—Con goma en el papel. Pero me gustaría saber por qué tuvo que escribir la palabra «páramo».
—Porque el autor no la encontró en letra impresa. Las otras palabras eran sencillas y podían encontrarse en cualquier ejemplar del periódico, pero «páramo» es menos corriente.
—Claro, eso lo explica. ¿Ha descubierto usted algo más en ese mensaje, señor Holmes?
—Hay uno o dos indicios, aunque se ha hecho todo lo posible por eliminar cualquier pista. La dirección, si se fija usted, está escrita con letra muy tosca. The Times, sin embargo, es un periódico que prácticamente sólo leen las personas con una educación superior. Podemos deducir, por consiguiente, que quien compuso la carta es una persona educada que ha querido hacerse pasar por inculta y que su preocupación por ocultar su letra sugiere que quizá alguno de ustedes la conozca o pueda llegar a conocerla. Fíjense, además, en que las palabras no están pegadas con precisión, sino unas mucho más altas que otras. «Vida», por ejemplo, se halla completamente fuera de su sitio. Eso puede indicar descuido o tal vez agitación y prisa. En conjunto me inclino por esto último, ya que se trata de un asunto a todas luces importante y no es probable que el redactor de la carta descuidara su tarea voluntariamente. Si es cierto que tenía prisa, surge la interesante pregunta de por qué tenía tanta prisa, dado que Sir Henry habría recibido antes de abandonar el hotel cualquier carta que se echara al correo por la mañana temprano. ¿Acaso temía su autor una interrupción y, en ese caso, de quién?
—Estamos entrando en el terreno de las conjeturas —dijo el doctor Mortimer.
—Digamos, más bien, en el terreno donde sopesamos posibilidades y elegimos la más probable. Es el uso científico de la imaginación, pero siempre tenemos una base material sobre la que apoyar nuestras especulaciones. Sin duda puede usted llamarlo conjetura, pero estoy casi seguro de que estas señas se han escrito en un hotel.
—¿Cómo demonios puede usted saberlo?
—Si las examina cuidadosamente descubrirá que tanto la pluma como la tinta han causado problemas a la persona que escribía. La pluma ha emborronado dos veces la misma palabra y se ha quedado seca tres veces en muy poco tiempo, lo que demuestra que había muy poca tinta en el tintero. Ahora bien, raras veces se permite que una pluma o un tintero personales lleguen a esa situación, y la combinación de las dos ha de ser bastante rara. Pero todos ustedes conocen las plumas y los tinteros de los hoteles, donde lo raro es encontrar otra cosa. Sí: afirmo casi sin lugar a duda que si pudiéramos examinar el contenido de las papeleras de los hoteles de los alrededores de Charing Cross hasta encontrar el resto del mutilado editorial del Times podríamos descubrir a la persona que envió este singular mensaje. ¡Vaya, vaya! ¿Qué es esto?
Sherlock Holmes estaba examinando cuidadosamente el medio pliego con las palabras pegadas, colocándoselo a pocos centímetros de los ojos.
—¿Y bien?
—Nada —respondió Holmes, dejándolo caer—. Es la mitad de un pliego totalmente en blanco, sin filigrana siquiera. Creo que hemos extraído toda la información posible de esta carta tan curiosa. Ahora, Sir Henry, ¿le ha sucedido alguna otra cosa de interés desde su llegada a Londres?
—No, señor Holmes, me parece que no.
—¿No ha observado que nadie lo siguiera o lo vigilara?
—Tengo la impresión de haberme convertido en personaje de novela barata —dijo nuestro visitante—. ¿Por qué demonios habría de vigilarme o de seguirme nadie?
—Estamos llegando a eso. ¿No tiene usted que informarnos de nada más antes de que hablemos de su viaje?
—Bueno, depende de lo que usted considere digno de mención.
—Creo que todo lo que se salga del curso ordinario de la vida es digno de mención.
Sir Henry sonrió.
—No sé aún mucho acerca de la vida británica, porque he pasado la mayor parte de mi existencia en los Estados Unidos y en Canadá. Pero supongo que tampoco aquí perder una bota es parte del curso ordinario de la vida.
—¿Ha perdido una bota?
—Mi querido señor —exclamó el doctor Mortimer—, tan sólo se ha extraviado. Estoy seguro de que la encontrará a su regreso al hotel. ¿Qué sentido tiene molestar al señor Holmes con insignificancias como ésa?
—Me ha preguntado por cualquier cosa que se saliera de lo corriente.
—Así es —intervino Holmes—, aunque el incidente pueda parecer completamente estúpido. ¿Dice usted que ha perdido una bota?
—Digamos, más bien, que se ha extraviado. Anoche dejé las dos fuera y sólo había una por la mañana. No he conseguido sacar nada en limpio del sujeto que las limpia. Y lo peor de todo es que las compré precisamente anoche en el Strand y aún no las he estrenado.
—Si no se las había puesto, ¿por qué las dejó fuera para que se las limpiaran?
—Eran unas botas de cuero y estaban sin charolar. Por eso las saqué.
—¿Tengo que entender entonces que al llegar ayer a Londres salió inmediatamente a la calle y se compró un par de botas?
—Compré muchas cosas. El doctor Mortimer, aquí presente, me acompañó. Compréndalo usted, si voy a ser un terrateniente destacado, he de vestirme en consonancia con mi categoría social, y puede ser que me haya hecho un poco descuidado en América. Compré, entre otras cosas, esas botas marrones (pagué seis dólares por ellas) y he conseguido que me roben una antes de estrenarlas.