La lente seguiría evolucionando para desempeñar una función clave en los medios de comunicación de los siglos xix y xx. Fue utilizada por primera vez por los fotógrafos, con el fin de enfocar los rayos de luz en un papel especialmente tratado que capturaba imágenes, que luego fue utilizado también por los cineastas para grabar y proyectar imágenes en movimiento por primera vez. A comienzos de la década de 1940, se empezó a cubrir el vidrio con fósforo y a dispararle electrones sobre la superficie, lo que creó las hipnóticas imágenes de la televisión. Al cabo de unos años, los sociólogos y los teóricos de los medios de comunicación declararon que nos habíamos convertido en una “sociedad de la imagen” y que la culta galaxia Gutenberg había cedido su lugar al brillo azul de la pantalla del televisor y al glamur de Hollywood. Estas transformaciones surgieron a partir de una serie de innovaciones y materiales, pero todas ellas, de una forma u otra, se basaron en la capacidad única del vidrio de transmitir y manipular la luz.
Con todo, la historia de las lentes modernas y su impacto en los medios de comunicación no es demasiado sorprendente. Es posible seguir una línea intuitiva desde las lentes de las primeras gafas, hasta la lente del microscopio y de las cámaras. No obstante, el vidrio demostraría tener otra extraña propiedad física, una que incluso los maestros vidrieros de Murano no supieron explotar.
En el ámbito académico, aparentemente, Charles Vernon Boys era un pésimo profesor. H. G. Wells, que fue brevemente alumno de Boys en el Royal College of Science (Real Escuela de Ciencias) lo describió como “uno de los peores profesores que le ha dado la espalda a una audiencia inquieta [...] Perdía el tiempo con el pizarrón, hablaba a toda velocidad durante una hora y hacía referencia constante a los equipos en su salón privado”.
Pero aunque Boys carecía de habilidades de enseñanza, sí tenía un don en física experimental, así como en el diseño y la fabricación de instrumentos científicos. En 1887, como parte de sus experimentos físicos, Boys quiso crear una esquirla de vidrio fina para medir los efectos de las delicadas fuerzas físicas sobre los objetos. Se le ocurrió que podría utilizar una delgada fibra de vidrio como el brazo de una balanza. Pero primero debía fabricarla.
Los efectos colibrí a veces suceden cuando una innovación en un campo expone una falla en otra tecnología (o, en el caso del libro impreso, en nuestra propia anatomía), que puede corregirse con ayuda de otra disciplina. Pero a veces el efecto se produce gracias a otro tipo de descubrimiento: un drástico aumento en nuestra capacidad de medir algo y una mejora de las herramientas que utilizamos para hacerlo. Nuevas formas de medición casi siempre suelen implicar nuevos métodos de fabricación. Este fue el caso del brazo de balanza de Boys. Pero lo que convirtió a Boys en una figura tan especial en los anales de la innovación fue decididamente la manera poco convencional con la que diseñó este dispositivo de medición. A fin de crear esta esquirla de vidrio, Boys fabricó una ballesta especial en su laboratorio y creó flechas livianas para utilizar con ella. Al final de cada flecha, colocó una varilla de vidrio sellada con lacre. Luego calentó el vidrió hasta ablandarlo y disparó la flecha. Mientras la flecha se precipitaba hacia su objetivo, dejó un rastro de fibra de vidrio fundido colgando del arco. En uno de sus tiros, Boys pudo obtener un hilo de vidrio de casi tres metros de largo.
Charles Vernon Boys de pie en un laboratorio, 1917.
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“Si un hada me hubiera prometido darme cualquier cosa que yo deseara, le hubiera pedido algo con propiedades tan valiosas como las de estas fibras”, escribiría Boys posteriormente. Sin embargo, lo más sorprendente fue qué tan fuerte era esta fibra, dado que era tan o más resistente que una hebra de acero de un tamaño equivalente. Durante miles de años, los hombres utilizaron el vidrio por su belleza y transparencia, tolerando su fragilidad crónica. Pero el experimento de Boys con la ballesta demostró que había un nuevo giro en la historia de este fantástico y versátil material: era posible utilizar el vidrio por su fortaleza.
A mediados del siglo siguiente, las fibras de vidrio –ahora unidas en un nuevo material milagroso que llevaba ese nombre– estaban por todos lados: en el aislamiento de las casas, en la vestimenta, en las tablas de surf, en los grandes yates, en los cascos y en las placas de circuitos que conectan los chips de un ordenador moderno. El fuselaje de la nave insignia del Airbus, el A380 –la aeronave comercial más grande en los cielos– se fabrica con un compuesto de aluminio y fibra de vidrio, lo que lo hace mucho más resistente a la fatiga y a los años que las carcasas de aluminio tradicionales. Irónicamente, la mayoría de estas aplicaciones ignoraban la extraña capacidad del óxido de silicio de transmitir ondas de luz: casi todos los objetos hechos de fibra de vidrio, a simple vista, no parecen hechos de vidrio. Durante la primera década de las innovaciones con fibra de vidrio, el énfasis en su falta de transparencia tuvo mucho sentido. Era útil para permitir que la luz pasara a través de una ventana o de una lente, pero ¿para qué necesitaríamos que pasara a través de una fibra de tamaño similar a un cabello?
La transparencia de la fibra de vidrio adquirió importancia una vez que comenzamos a pensar en la luz como una vía para codificar información digital. En 1970, un grupo de investigadores de Corning Glassworks –el Murano de la modernidad– desarrolló un tipo de vidrio que era tan extraordinariamente claro que si se creaba un bloque del tamaño de un autobús sería igual de transparente que observar a través de una ventana. (En la actualidad, tras muchos perfeccionamientos, el bloque podría medir hasta un kilómetro con la misma claridad). Posteriormente, los científicos de Bell Labs tomaron este vidrio superclaro y le lanzaron rayos láser a través de toda su longitud, fluctuando las señales ópticas que correspondían a los ceros y las que correspondían a los unos en el código binario. Este híbrido de dos inventos aparentemente no relacionados –la luz concentrada y ordenada de los rayos láser y las fibras de vidrio hiperclaras– comenzó a conocerse como “fibra óptica”. El hecho de utilizar cables de fibra óptica era mucho más eficiente que enviar señales eléctricas a través de cables de cobre, en especial para las distancias más largas: la luz permite un mayor ancho de banda y es mucho menos susceptible al ruido y a las interferencias que la energía eléctrica. En la actualidad, la estructura fundamental de Internet global está hecha de cables de fibra óptica. Aproximadamente, diez cables diferentes atraviesan el océano Atlántico, llevando casi todas las comunicaciones de voz y de datos entre ambos continentes. Cada uno de estos cables contiene una colección de fibras separadas, rodeadas de capas de acero y aislamiento para mantenerlas herméticamente cerradas y protegidas de los barcos de arrastre, las anclas e incluso los tiburones. Cada fibra individual es más fina que una hebra de paja. Aunque parezca increíble, es posible sostener en la palma de la mano todo el conjunto de tráfico de voz y de datos que viaja entre América del Norte y Europa. Miles de innovaciones debieron reunirse para que este milagro fuera posible: tuvimos que inventar la idea de los datos digitales, los rayos láser y los ordenadores a ambos lados que pueden transmitir y recibir estos haces de información –además de los barcos que colocan y reparan los cables–. Sin embargo, una vez más, esos extraños lazos de óxido de silicio son una pieza clave de la historia. La World Wide Web (www) o red informática mundial está tejida a través de hilos de vidrio.
Pensemos en ese icónico acto de principios del siglo xx: tomarse una selfi con el celular mientras estamos de vacaciones en algún lugar exótico y luego subir la imagen a Instagram o a Twitter, donde circula hacia los teléfonos y ordenadores de otras personas en todo el mundo. Estamos acostumbrados a celebrar las innovaciones que han permitido naturalizar este acto: la miniaturización de los ordenadores digitales en dispositivos de mano, la creación de Internet