Eclesiología de la praxis pastoral. Juan Pablo García Maestro. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Juan Pablo García Maestro
Издательство: Bookwire
Серия: GS
Жанр произведения: Документальная литература
Год издания: 0
isbn: 9788428825436
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se atreve a imponerles, sin más, su autoridad. Ni siquiera cuando él las ha fundado. Y cuando no las ha fundado, como es el caso de Roma, es sumamente delicado en el trato con ellas (cf. Rom 1,11s; 15,14-24).

      El funcionamiento de las Iglesias paulinas presenta un modelo más bien carismático-dinámico10. En este sentido, la estructura de cada comunidad viene determinada por el Espíritu que aletea en todos y cada uno de los miembros de la comunidad. En esto se diferencia de un modelo más bien patriarcal-estático, que es propio de las comunidades judeocristianas, al estilo de la de Jerusalén, en las que juega un papel importante el consejo de ancianos. Por ello, la imagen que utiliza Pablo para la Iglesia es la del cuerpo y sus miembros (cf. 1 Cor 12,12.27)11. Esta imagen es muy útil para significar la pluralidad de funciones y órganos, que es propia de la comunidad, sin que un miembro pueda ser considerado como inferior o de menor importancia. En todo caso, es un hecho que a algunos les puede resultar sorprendente que las Iglesias paulinas no parecen conocer el título de «presbítero» ni admiten aún un episcopado monárquico. Tampoco se habla en las cartas auténticas de Pablo de imposición de las manos a los responsables de la comunidad o del tema de la sucesión paulina. ¿Cómo funcionaban, pues, las comunidades?

      Al analizar en Pablo la relación entre la comunidad y los servicios o ministerios que aparecen en ella, así como el grado de participación de sus miembros en la comunidad, lo primero que conviene señalar es la dignidad de la comunidad como tal y el dinamismo y corresponsabilidad de cada uno de sus miembros en las tareas que se consideran propias de cada Iglesia12.

      No es casual que Pablo dirija sus cartas no a los responsables de las comunidades (solo Flp 1,1 menciona, de paso, a los vigilantes y diáconos), sino a toda la comunidad (cf. Rom 1,7; 1 Cor 1,2; 2 Cor 1,1; Gál 1,2; 1 Tes 1,1). Pues, para Pablo, la comunidad, que es el cuerpo de Cristo (la diferencia entre Cristo como cabeza y la Iglesia como sus miembros no es paulina, sino de la escuela de Pablo: se encuentra solo en Efesios y Colosenses), tiene una dignidad que le confiere unos derechos propios que hasta él, el apóstol, respeta. En realidad, lo que a Pablo le preocupaba realmente era la misión, no la estructura de la comunidad. Por eso sus reflexiones sobre los ministerios en la comunidad están situadas dentro del marco de la prioridad de la comunidad en la que desempeñan dichos ministerios.

      Ciertamente, las comunidades de Pablo no son comunidades ideales. A menudo el apóstol ha de reprender, exhortar, casi pelear con ellas. Pero Pablo sabe que son comunidades en las que Dios está actuando (cf. 1 Cor 3,5-9) no solo a través del apóstol, sino también a través de sus miembros (cf. 1 Tes 1,3; 1 Cor 1,4-5; Rom 1,8.11-12), suscitando en ellas gran variedad de dones (cf. Rom 12,3-8).

      En segundo lugar –y es una consecuencia de lo que acabo de decir–, son comunidades en las que todos sus miembros tienen una tarea y responsabilidad propia, es decir, un don que han de poner al servicio del bien común (cf. 1 Cor 12,7). En eso no hay diferencias fundamentales entre los diversos miembros de la comunidad, aunque sí puede haber servicios diversos. Conviene notar que no es ninguna casualidad que en todo el Nuevo Testamento las distintas funciones que se ejercen en bien de la comunidad reciban fundamentalmente el título de «dones» (carismas) si se mira su origen divino, o de «servicio» (diakonía) si se tiene en cuenta su función. La palabra «servicio» está tomada aquí en un sentido auténtico y no como mero adorno, y engloba, en el fondo, todos los «ministerios» cristianos. Por ello, hasta Pablo, que ha recibido –por don gratuito del Resucitado– el servicio y la misión de apóstol (cf. Gál 1,11-14) –algo único y decisivo en los comienzos del cristianismo–, se denomina a sí mismo diácono: «Soy Pablo, siervo [diákonos]) de Cristo Jesús, elegido cono apóstol y destinado a proclamar el evangelio de Dios» (Rom 1,1). En eso, las primeras comunidades cristianas fueron fieles a la intención de Jesús, que quería que sus seguidores, sobre todo si desempeñaban una función significativa en la comunidad, se caracterizaran, como su maestro, por el servicio (cf. Mc 10,42-45; Lc 22,24-27).

      En primer lugar, por orden, se coloca a los apóstoles. Son los enviados por la comunidad para ejercer una actividad misionera. Pero sobre todo son los llamados directamente por el Resucitado (cf. 1 Cor 15,5-11; 9,1-2). Por tanto, no se identifican sin más solo con los Doce, una identificación que es propia de Lucas por motivos teológicos. En segundo lugar sitúa a los profetas y en tercer lugar a los doctores (cf. 1 Cor 12,28). Hay que señalar que este orden sigue manteniéndose en la escuela paulina, aunque Ef 4,11s introduce a los evangelistas y pastores entre los profetas y doctores. Llama la atención que estos tres grupos se caracterizan más por el ministerio de la Palabra.

      Pablo nos sorprende, pues sitúa en el penúltimo lugar el don de gobierno (¡y en la repetición de los vv. 29-30 ni siquiera lo cita!), detrás incluso del don de curaciones y de asistencia.

      También vale la pena que nos concienciemos de cómo Pablo cita en segundo lugar, inmediatamente detrás de los apóstoles, a los profetas. Nos consta que estos, en determinadas comunidades, eran los encargados de presidir las eucaristías (lo específico de Pablo, según 1 Cor 1,14-17, no era administrar los sacramentos, ¡sino predicar el Evangelio!). Puesto que, según 1 Cor 11,5 también las mujeres pueden profetizar, hemos de ser cautos a la hora de afirmar –sin argumentos serios, como se ha venido haciendo hasta ahora– que en el cristianismo primitivo de cultura helenista las mujeres estaban excluidas de los que después han venido a ser las funciones sacerdotales.

      A diferencia de lo que ocurrirá en una época posterior –como muestran las cartas pastorales, donde Timoteo y Tito aparecen con una cierta autoridad sobre las comunidades de su región–, en 1 Cor Pablo no presenta a Timoteo como gozando de autoridad por encima de la comunidad. El funcionamiento de la comunidad de Corinto, por tanto, no está marcado por una estructura jerárquica de gobierno. En 16,10-11 lo recomienda así: «Si llega Timoteo, procurad que esté sin temor entre vosotros, pues trabaja como yo en la obra del Señor. Que nadie lo menosprecie. Procurad que vuelva en paz a mí, que le espero con los hermanos». Tampoco aquí aparece el más mínimo autoritarismo. Y no porque a Pablo le falte carácter cuando cree conveniente utilizarlo…

      En otros textos se habla también, aunque no muy frecuentemente, de responsables locales de una Iglesia. Por ejemplo, en Flp 1,1 se menciona a los vigilantes o epískopos y a los diáconos, que desempeñan una función que no conocemos exactamente. Por otro lado, en 1 Tes 5,12 y en 1 Cor 16,15-18 se recomienda el respeto a estos responsables, lo que significa, evidentemente, que era una realidad quizá controvertida en estas comunidades. Pero, en todo caso, por el modo en que habla Pablo se ve que estos responsables ni son ni se comportan como señores de la comunidad, como tampoco pueden actuar al margen o por encima de ella. Esto puede verse, por ejemplo, en el modo en que Pablo recomienda a la familia de Esteban en 1 Cor 16,15-16: «Un favor os pido, hermanos: sabéis que la familia de Esteban es de lo mejor en Grecia y que se ha dedicado a servir a los consagrados; querría que también vosotros estéis a disposición de gente como ellos y de todo el que colabora en la tarea».

      Vale la pena que notemos varias cosas en el texto. En primer lugar, Pablo no ordena, sino que «recomienda» que se muestren sumisos a los que desempeñan una función rectora en la comunidad. En segundo lugar, no parece que Pablo haya delegado en ellos alguna función, sino que han adquirido esa función por ser los primeros convertidos de Acaya y por haberse puesto al servicio de los demás cristianos. Lo que les distingue es su trabajo y su afán en el servicio a los demás. La carta no nos da ninguna indicación sobre la manera en que ejercen esta función (y no se trata de un solo individuo, sino de una familia, lo cual no excluye que las mujeres de esta familia desempeñaran también esa función eclesial de gobierno). En todo caso, Pablo no crea unas estructuras de gobierno, sino que parece respetar las que la comunidad se ha ido dando. Y eso en una comunidad en la cual él ha vivido mucho tiempo.

      Conviene señalar también, en un momento como el actual, que las comunidades paulinas son comunidades en las que las mujeres desempeñan un gran papel en beneficio de la comunidad. No es casual que en Rom 16 Pablo mencione por su nombre a un buen número de mujeres13. De hecho, si recomienda con tanto encarecimiento a Febe, diciendo: «Os recomiendo a nuestra hermana Febe, diaconisa de la Iglesia de Céncreas; recibidla como cristianos, como corresponde a la gente consagrada; poneos a su disposición en cualquier asunto que necesite de vosotros,