Surge entonces el otro extremo, el relato que concibe y escribe el guionista profesional, entendiendo su experticia porque se ha formado como cineasta, razón por la que domina la completa gramática en él, es decir, las tres escrituras mencionadas. Si ese guion es realmente un filme acabado, así sea en el papel, si se puede leer y visualizar la pantalla, es la evidencia de que estamos ante un guion autónomo, como lo reflexiona el realizador colombiano Tomás Corredor:
Siento que cuando yo mismo escribo tan rigurosamente, limito mi capacidad de poner en escena. Tengo fluidez mayor de lo que puede ser la puesta en escena, solucionar el qué, encontrar los cómo. Pero también es muy distinto cuando el que hace el guion conoce verdaderamente el quehacer audiovisual, pone en escena desde el papel, edita desde que escribe, y es claro, así podríamos hablar de un guion como pieza autónoma (T. Corredor, comunicación personal, enero 18 de 2018).5
Viaje o no azaroso, como llama al guion cinematográfico el escritor y script argentino Miguel Machalski (2006), lo que es innegable en este asunto es la travesía que emprende el escritor audiovisual para contar una historia en la que las palabras deben representar imágenes que lleven a acciones, requerimiento que en la gramática audiovisual podría ser, en muchas ocasiones, hasta más difícil que escribir un relato literario, donde no hay ningún tipo de exigencia como esta.
Así algunos realizadores o analistas aseguren con ahínco que el guionista no es un escritor sino un cineasta, o que el guion no es un filme, o todo lo contrario, como lo defendió hasta su muerte José Luis Borau (2012). De modo que, si nos centramos en un estudio sobre los requerimientos que debe tener un escritor para elaborar su obra, no habría diferencias entre un escritor literario y un escritor audiovisual, porque “ese viaje azaroso” estaría completamente enmarcado en un exacto proceso.
Hay tal vez un poco de pudor en el escritor audiovisual cuando reflexiona acerca de su obra, que claro, no termina cuando escribe la palabra fin en la última página de su libro cinematográfico. Él no se atreve a llamarse “escritor”, ni a considerar su obra como obra de arte, aunque el cine haya sido nominado como “el séptimo arte”, sin embargo, hay una cuestión ineludible del cine y es que no puede existir como arte si no se mira primero como arte colectivo, y, lo más preciso, si no hace parte de una industria cinematográfica, que implica en primera instancia una casa productora y realizadora, y, en el último escalón, el gran padecimiento para muchos cineastas que es la casa distribuidora. La distribución, en la mayoría de las ocasiones, exige una financiación a veces tan costosa que la cadena de producción se detiene en su primer peldaño, o sea, en el guion arduamente elaborado por un Barton Fink6 que intenta asesinar a sus propios fantasmas, mientras está encerrado en un hotel por cuenta de sus contratistas.
En su libro de guion El guion cinematográfico, un viaje azaroso, Miguel Machalski (2006) ahonda en la difícil peripecia del guionista mismo:
Los obstáculos tienen pues dos orígenes y se tratan de maneras diferentes. Por una parte, está todo lo que lleva el guionista adentro suyo: lo que ha leído y escrito, su formación y sus estudios, su metodología (o sea lo que atañe a la escritura propiamente dicha), su idiosincrasia particular, su ‘ángeles y demonios’, sus trabas y exigencias morales y éticas, sus convicciones íntimas, y eventualmente, la información geográfica, histórica y factual recabada para escribir el guion. Otra categoría de obstáculos es la que surge del trato con los diversos segundos y terceros (y cuartos y quintos…) que intervienen o pueden intervenir en la factura del libreto: el director, el productor, el distribuidor, el exhibidor, el coguionista, el asesor o supervisor y, anónima e indirectamente, el público (p. 17).
El guionista madrileño Daniel Remón lo ejemplifica al reflexionar sobre su oficio:
Escribir es una experimentación, o no es nada en absoluto. William Faulkner decía que cada historia empuja una forma. Me gusta esa idea y me gusta la palabra empujar, porque da la sensación de que es algo que ya existe y que lucha por salir, como un niño. Es como aquello que pensaba Miguel Ángel, que el trabajo del escultor consiste en liberar la forma que ya está escondida dentro de la piedra. En eso consiste también nuestro trabajo; no en imponer formas o patrones predeterminados a nuestra historia, sino en encontrar la forma adecuada a cada una de ellas. Una historia: una forma. La idea común que se te queda después de escribir varios guiones es que la historia va tomando forma. No podemos saber de antemano lo que vamos a hacer, porque si lo supiéramos, no tendría el menor sentido hacerlo; no se trata de hacer los deberes, sino de crear algo. Lo que está claro es la idea de que hay que plegarse a la historia. Seguir tú a la historia y no al contrario. Lo mismo que Faulkner lo decía Proust de otra manera: cada obra original inaugura una forma. Es esta idea de que cada guion, cada historia tiene que encontrar su forma, su ‘cómo contarlo’ (Remón, 2015, párr. 6).
El guion literario, ya sea pensado como una expresión cinematográfica, televisiva o en otros casos como una manifestación artística o experimental en vídeo, no solo debe abordarse desde los principios básicos de la dramaturgia, sino que debe estar completamente ligado a un acervo de habilidades y competencias, tanto técnicas como de los formatos que se requieren para contar en imágenes una historia. Razón por la que causa un tanto de asombro cuando académicos dedicados a la investigación, preguntan también, y con desconcierto, si es necesario investigar para escribir un guion audiovisual.
La norteamericana Linda Seger, escritora, maestra y consultora de guiones, acentúa la importancia de la investigación en la construcción de historias:
Una vez que los escritores noveles han superado su inicial tendencia a oponer resistencia a la investigación, muchos de ellos descubren que puede ser una de las etapas más apasionantes, creativas y estimulantes del proceso de creación. En resumen, la investigación prepara el terreno para que la imaginación dé vida al personaje (Seger, 2000, p. 32).
Pero donde más énfasis hace la autora es en la creación de los personajes que deberían moldearse como “inolvidables”, seres que habitan ese universo único y correspondiente al relato de ficción narrado, con su entorno y origen tanto étnico como social, religioso, educativo y emocional. Si ese mundo ficticio se llegase a elaborar sin una exploración previa, su credibilidad o verosimilitud podría llevar al narrador a una historia endeble, vacía.
El debate sobre si el guion cinematográfico es o no literatura, es y seguirá siendo interminable, y más aún por esa necesidad que tienen los teóricos y estudiosos del arte, también en otras disciplinas, de clasificar, catalogar y categorizar a los productos artísticos y a sus creadores. Si se insiste en el debate y el propósito urgente es discutir sobre “los autores” de un guion, por ejemplo, proclamar como “artista” a un escritor de guiones es a veces considerado un exabrupto, así como lo proclamaron en el momento en que se disolvió una dupla tan verdaderamente creativa como la formada por los mexicanos Alejandro González Iñárritu y Guillermo Arraiga, quienes aseguraron abiertamente que no volverían a trabajar juntos porque Iñárritu (2007) tras su ascendente carrera en Hollywood como cineasta, se declaró “autor” omitiendo como autor al también cineasta Arriaga (2007), quien se atribuye la autoría narrativa cinematográfica en Amores Perros (2000), 21 gramos (2003) y Babel (2006).
Como se apuntó anteriormente, Guillermo Arriaga (2007) llama a sus guiones “novelas de cine”, evidentemente de lo que hablamos es de literatura, de creación literaria. Y si la palabra literatura proviene del término litterae y se refiere, según la Real Academia Española de la lengua (RAE), a la “acumulación de saberes en gramática, retórica, dramática y poética, que llevan a escribir y leer de modo correcto” (RAE, 2018), estaríamos también refiriéndonos a los principios y leyes presentes en la escritura de guion, que además de tener como requisito infaltable la narración visual, se fundamenta con los mismos preceptos que rigen la creación literaria. En España fue precisamente José Luis Borau quien más enfrentó esta contienda. En 2012, pocos meses antes de morir, logró que su tesis del guion como un género literario fuera aceptada por la propia Academia de la Lengua. Con este aval, además se instauró un premio anual como escritores