MANIFIESTOS POR LA LIBERACIÓN DE LA MUJER
Entre tantas palabras y verdades sin sosiego, se fue al encuentro de la escritura, dadas las innumerables proposiciones que se barajaban para crear conciencia de grupo e intercambiar preocupaciones políticas. Una de las tantas fue el uso del manifiesto, lejana tradición socialista tanto del filósofo Karl Marx como del escritor Émile Zola. Hacia 1968, se conoció el Manifiesto SCUM, Society for cutting up men. (67) Su exotismo era de tal de magnitud que ni la mismísima Lorena Bobbit, emblema del coraje en los años 90, logró lo que Valerie Solanas, su autora, expresaba como el mayor desafío de la organización: odiar a los hombres hasta su exterminio.
Con una corredera más moderada en cuanto a desenlaces sangrientos pero no por ello con incitaciones menos filosas, el grupo Pro Liberación Femenina de New York, de 1969, no quiso ser menos y lanzó una proposición con tono impugnativo sobre las metodologías de los varones en el campo político: “Nuestra opresión trasciende las clases, las edades, las religiones y el color. Como el racismo, la supremacía machista afecta todos los estratos de la sociedad. Los hombres, incluyendo la mayoría de los radicales, blancos y negros, están orgullosos de su chauvinismo. La supremacía machista es la forma de dominación más antigua de todas las dominaciones y la más resistente al cambio. Para nosotras, el movimiento radical de izquierda ha estado y sigue estando dominado por los varones. Por lo tanto, sus teorías, prioridades y estrategias solo reflejan los intereses masculinos y nada más”. (68)
El año 1970 fue sumamente fructífero tanto para las plumas como para las musas. El reconocido Manifiesto de Las Medias Rojas pegó la vuelta al mundo en 80 días, habría dicho el novelista Julio Verne. Se componía de una carga de perdigones de siete puntos que apuntaban contra los privilegios viriles y, al mismo tiempo, les exigían renunciar a sus fueros de imparcialidad omnipotente: “Nosotras identificamos a los hombres como los agentes de nuestra opresión. La supremacía masculina es la forma de dominación más antigua y básica. Todas las demás formas de explotación y opresión (el racismo, el capitalismo, el imperialismo) son extensiones de la supremacía masculina: los hombres dominan a las mujeres, algunos pocos hombres dominan al resto”. Luego, por ese mismo año, se presentó la organización estadounidense Liberación Femenina, con una declaración en la que se exigía:
El completo control de nuestras propias vidas; hemos comenzado a actuar de acuerdo con estas ideas y estas decisiones. En esta época de concientización general, las mujeres están expresándose públicamente a favor de los derechos básicos que durante tanto tiempo se les han negado, que van más allá de las meras enmiendas legislativas y plantean el problema de que la mujer controle su propia vida. Nuestra organización abarca todos los aspectos de la lucha feminista, el cuidado de los hijos, el aborto libre y gratuito e iguales salarios. Ninguna mujer que se interese por un movimiento de mujeres fuerte y autónomo está excluida de nuestra organización. (69)
Sin más tardanza, apareció otro manifiesto, “Un grupo de militantes proponemos”, que también adelantaba el camino a desmontar. Desde la apertura procuraban articular estrategias de lucha con todas las mujeres: “Todo análisis, toda acción debe partir de nosotras porque sufrimos una misma opresión. No nos dejemos dividir: nos liberaremos todas juntas o no nos liberaremos más. Acometamos contra las instituciones patriarcales y capitalistas que se apropian de nuestros cuerpos. No seamos las máquinas de procrear del Estado. Luchemos contra todas las prohibiciones legales, religiosas, sociales. Luchemos en favor de la anticoncepción gratuita y sin restricciones. Luchemos en favor del aborto legal y gratuito en clínicas y con un personal capacitado. Luchemos por la libertad sexual de las mujeres”. (70)
Hoy, sus lecturas llaman a la reflexión. Algo del tan citado verso del escritor Jorge Luis Borges referido a la ciudad de Buenos Aires, “no nos une el amor sino el espanto”, se habrá puesto en juego aquí a la hora de elaborar el mapa y las definiciones sobre el terreno donde se desarrollaría la batalla contra el “primer sexo” y el modo de llevarla a cabo.
VOS, YO Y TODAS
Con un empeño desmedido por desentrañar sus propias opresiones, las feministas de entonces se agruparon en pequeñas colectivas que enfocaban su actividad hacia la reflexión: fueron los llamados “grupos de autoconciencia”. Esta práctica consistía en testimoniar sobre las encerronas de lo íntimo y así romper el aislamiento en la búsqueda de la solidaridad con otras mujeres. Al mismo tiempo, intentaban implementar otras conductas: subvertir el orden jerárquico de las estructuras tradicionales, con organización horizontal por fuera de cualquier institución, incluir modos de democracia directa, la participación de todas y que las voces se expresaran en primera persona. Ello constituyó una pieza esencial para aquellas agrupaciones feministas de cuño independiente y autónomo. Se reunían para hablar de sí, descubriendo el carácter común de sus experiencias como mujeres entre mujeres, que hasta ese momento se suponían del orden privado.
La formación de tales grupos provino, como herencia directa, de la revolución cultural en China. Así lo relata la escritora Leda M. Trejos Correia: “Luego de que el ejército revolucionario de Mao Tse Tung eliminó el control enemigo en el norte de China, los trabajadores políticos llamaron a las campesinas para que testificaran sobre los crímenes cometidos contra ellas. De esta manera manifestaron su opresión, narraron que habían sido vendidas como concubinas por sus padres, violadas por los terratenientes y golpeadas por sus esposos y suegros”. (71) Una metodología grupal de expresión del padecimiento que con el transcurrir de los relatos se volvió liberador en lo personal. Esta práctica revolucionaria puesta en circulación desde 1940 en adelante se llamó “Hablando de amarguras”. Las anglosajonas, apenas vislumbraron una coyuntura favorable, adoptaron como propia esta técnica de convertir los lamentos privados de las mujeres en actos políticos.
En Occidente, el grupo Las Medias Rojas fue el que reinterpretó y organizó trabajos de autoconciencia que sirvieron para descifrar las vivencias colectivas y las huellas presentes en las historias de las integrantes. Al tornarse la autogestión en una tendencia, se difundió por el impulso inicial de las estudiantes blancas en los ámbitos universitarios urbanos para luego expandirse por Estados Unidos como una política central feminista. Y como un tornado incontrolable involucró a colectivas convocadas espontáneamente de acuerdo con su condición de clase, edad y etnia. En un gesto de avanzada, el NYRW también organizó grupos de autoconciencia. De allí que sus propuestas ardieran como llamaradas: “Estamos cansadas de participar en las revoluciones de los otros. Ahora trabajamos para nosotras”.
A decir verdad, si bien esta inventiva nació al calor del feminismo autonomista, más tarde se orientó a las políticas partidarias de acuerdo con las necesidades de las feministas socialistas. Posteriormente, lo adoptaron organizaciones con formatos institucionales. Por ejemplo, en 1970, se presentó el Programa para la Autoconciencia Feminista, con el propósito de delinear un esquema común entre todos los colectivos neoyorkinos en acción.
Mildred Adams Kenyon, en el artículo nombrado anteriormente, “El nuevo feminismo en los Estados Unidos”, comparaba risueñamente los modos organizativos del descontento de esas muchachas instruidas y de buenas maneras pertenecientes a esa década con las reuniones de bridge de sus madres o los talleres de costura de sus abuelas. Para ella, en los grupos del pasado se comentaban los problemas con los maridos y las dificultades con los hijos, pero sin la franqueza ni el grado de intimidad verbal común en los grupos del MLM. Según lo expresaba, el propósito explícito de estas colectivas, integradas por no más de diez mujeres, era despertar la conciencia entre las camaradas y sus entornos, conversar en un plano de igualdad con quienes quizás hubiesen atravesado dificultades íntimas semejantes.
En simultáneo, Marysa Navarro destaca que “fue en esos cenáculos en donde se comenzó a discutir la variedad de temas en torno a la sexualidad femenina, básicamente, la heterosexual”. Y prosigue con su punto de vista: “Solo en ese ambiente permisivo las mujeres podían descubrir su cuerpo. Nadie tenía idea de qué era ni cómo era su cuerpo. La maternidad vino después. Básicamente, eran las jóvenes a quienes les preocupaba su