En fin, mientras Jane se desvanecía y Nuestros cuerpos. Nuestras vidas se traducía al francés y al italiano, la ensayista española María Arias (56) confesaba que si las activistas del feminismo radical no lograban conquistar la legalización del aborto, guardaban un plan B bajo la manga: planeaban ya en esos años un anticipo de Mujeres sobre las Olas: “fondear un hospital en aguas extraterritoriales, donde médicos y enfermeras voluntarios cuidarán a cualquier mujer que lo desee”.
Mujeres sobre las Olas, (57) fundada en 1999, es una fundación sin fines de lucro que opera en un barco en el que viaja un servicio de salud especializado para practicar abortos seguros sobre el mar. La nave ancla fuera de las aguas territoriales de los países en donde el aborto está penalizado. Además, aprovechan la ocasión para brindar educación sexual, control ginecológico, anticoncepción, apoyo psicológico y todo tipo de servicios en forma gratuita. A Rebecca Gomperts, médica holandesa y artista plástica, se le ocurrió la idea. Como en un relato de ciencia ficción, cruza intrépida el mundo con una clínica móvil instalada en un galeón llamado Aurora. Seguramente, sus ancestros marinos le enseñaron a sacar provecho de la turbulencia del oleaje en ayuda de las tantas náyades condenadas injustamente por querer interrumpir sus embarazos.
EL MALESTAR EN LA CULTURA MACHISTA
Cuando Sigmund Freud escribió su obra crítica más influyente del siglo XX, El malestar en la cultura, planteó que esa angustia existencial era fundante de los seres humanos en la Modernidad. A las feministas blancas, la disconformidad no les era ajena y estuvieron entre las primeras en denunciar públicamente su desasosiego. El dominio varonil de las alcobas trastabilló hasta caer como las esfinges y los panteones de un régimen oprobioso e infame. Y todo quedó patas para arriba. La sola mención de la maternidad o la sola definición de la maternidad como la servidumbre reproductiva determinada por la biología revelaba hasta dónde querían llegar estas insobornables pensadoras sin frenos delanteros. Shulamith Firestone convocaba a reponer aquella revuelta tan ingeniosa como lo fue la huelga de vientres postulada por el anarquista catalán Luis Bulffi, en 1906, que representó una guía emancipadora para las aguerridas libertarias bien entrado el siglo XX. (58) En cambio, en el plan orquestado por Firestone, las mujeres no tenían necesidad alguna de preñarse como cualquier mamífero. Para ella, resultaba primordial confiscar el control de la fertilidad humana como modo de restituir la propiedad sobre sus propios cuerpos, es decir, posibilitar el encuentro con el placer personal. De ese modo, su prédica se centraba en entrever que el núcleo de la opresión femenina partía de sus funciones procreadoras y de la crianza. Además, en 1970, la fecundación in vitro estaba en camino. Y hacia allí apuntaba con su hocico: “El caso es que las mujeres no tienen ninguna obligación reproductiva concreta para con la especie. Si se muestran definitivamente reacias, será necesario desarrollar a toda prisa los métodos artificiales o, en caso extremo, proporcionar compensaciones satisfactorias que harán que la gestación merezca la pena. Con ello fenecería la psicología del poder aunque puede siempre subsistir clandestinamente”. (59) Convocaba a liberar a las mujeres de la tiranía de su biología reproductiva por todos los medios disponibles.
Ahora bien: del NYRW se desprendieron numerosas colectivas a raíz de distintos desacuerdos en torno a la acción política, la teoría feminista y la estructura de liderazgo; todas ellas famosas por su espectaculares manifestaciones culturales, ya que alimentaban posicionamientos revulsivos contra la supremacía masculina en las diversas caras del sistema. Margaret Randall proclamaba que “la metodología de los grupos de acción es sin duda la más revolucionaria”. (60) Los presentaba como un ejemplo de retrato urbano de intervenciones públicas con una inclinación sustancial de condena al machismo y a la explotación capitalista. Así nació, en 1968, y se mantuvo activo hasta 1973, la colectiva Cell 16. Para ciertas entendidas en quitarse de encima los lastres del ideal romántico, a esta célula fundada por Roxanne Dunbar y Lisa Leghorn se la conocía tanto por su propuesta de que las activistas prescindiesen de aquellos varones que no acompañaban al MLM como por la enseñanza de autodefensa a sus integrantes. Fue impulsada por las referentes más conspicuas del movimiento: Dana Densmore, Betsy Warrior, Abby Rockefeller, Betsy Guerrero, Ellen O’Donnell, Jayne West, Mary Anne Weathers, Maureen Maynes, Gail Murray, Hillary Langhorst y Sandy Bernard. Si bien ellas proponían el celibato como una acción política trascendente, de alguna manera fue un mojón para avanzar hacia el principio del separatismo lésbico que estallaría más allá de los 70. Con certeza, este llamado a la resistencia en la cama posibilitó un cuestionamiento declarado contra la heterosexualidad obligatoria, sin que aún apareciese la oportunidad de asumir públicamente el lesbianismo, como la alternativa sexo-afectiva y política de las mujeres. Para dar cierre al contrapunto, Susan Lydon anticipó los embates próximos: “Definir la sexualidad femenina normal desde la perspectiva de los hombres es una forma de mantener dominadas a las mujeres, de hacerlas dependientes en lo sexual, al igual que en lo económico, lo social y lo político”. (61) Todavía no había llegado el turno para que Adrienne Rich y Monique Wittig fueran reconocidas como voces propias.
Al poco tiempo, bajo el lema “Somos brujas, somos mujeres. Somos liberación. Somos nosotras”, se presentó WITCH, Conspiración Terrorista Internacional de Mujeres del Infierno, cuya traducción es Bruja. Ellas honraban a las hechiceras por considerar que “fueron mujeres sin miedo de existir, valientes, agresivas, inteligentes, inconformes, curiosas, independientes, liberadas sexualmente y revolucionarías”. (62) En su Manifiesto WITCH se definían como “combatientes y guerrilleras contra la opresión femenina”. (63) También condenaban los trasfondos políticos y económicos de las corporaciones empresariales y de las instituciones estatales. Su activismo se centró en organizar lo que ellas llamaban “teatro de guerrilla”, un bricolage de acción callejera y de protesta nutrido por el humor y la parodia. Hacían uso de las técnicas del teatro, la sátira, la poesía, la música, los esténciles, las pegatinas, las escobas, las pistolas y las muñecas vudú. Cada grupo WITCH se formó de manera independiente en los distintos Estados, inspirados en los ejemplos de las acciones anteriores.
Siguiendo el paso se impuso la agrupación Las Medias Rojas. (64) Si bien este color se inscribe dentro de las tradiciones revolucionarias insurreccionales, también sirvió como escudo para contraponerse a la denominación peyorativa que en el siglo XVIII, en los circuitos londinenses, utilizaban para nombrar a las intelectuales y literatas: bluestockings. Sus llamamientos poseían una creatividad burlona y hacían uso de las demostraciones públicas, del teatro callejero y las acciones directas. En consecuencia, para estas jóvenes, las mujeres del mundo se unirían con el objetivo de conquistar su liberación final de la supremacía de los hombres. Estas rojas desafiantes consideraban que la unidad se construía de manera progresiva, es decir, como un movimiento en el que sus pares llegarían a adquirir conciencia sobre la propia opresión bajo el lema “La Hermandad es Poderosa”. De alguna manera, esta propuesta anticipó lo que más tarde se llamaría Sororidad y, tiempo después, Affidamento. (65)
En marzo de 1969, la agrupación Las Medias Rojas fue la primera en organizar rondas públicas para plantear de cara a la sociedad sus travesías abortivas. No cabía menos que sentir horror e indignación al presenciar una audiencia legislativa relacionada con el tema en la que había al menos una docena de varones con dedos en alto en tono acusador y la única mujer que hablaba era monja. A modo de protesta, estas activistas organizaron un tribunal propio en el que se animaron a hablar de sus experiencias personales cuando decidieron abortar. Así, doce de sus integrantes frente a trescientas compañeras dialogaron con llaneza, calma y una pizca de emoción acerca de los incidentes que hasta entonces se habían reservado en su fuero íntimo. Quebraron el aislamiento de aquellas que habían atravesado esa situación y guardaban con celo el secreto. Al no estar dispuestas a seguir calladas, sus confesiones en voz alta, con el tiempo, derivarían en la famosa campaña internacional del “Yo aborté”. (66)
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