Así transcurrían los días sin esperanza alguna, mientras, sin saber nada de lo ocurrido, el joven Jack Manly buscaba fama y fortuna en la gran ciudad.
IV. Sutil villanía
Un día, mientras el caballero Hardman estaba descansando en el salón al frente de su costosa y palaciega mansión, entregado a sus juegos favoritos de hacer chirriar los dientes y blandir su fusta, se le ocurrió un pensamiento brillante y maldijo la figura de Satanás que tenía sobre su repisa de ónice.
—Me maldigo —gritó—. ¿Por qué estoy perdiendo el tiempo con esa joven cuando puedo tener la granja mediante un sencillo embargo? ¡No lo había pensado! ¡Puedo olvidarme de la chica, obtener la granja y casarme con cualquier hermosa dama de la ciudad, como esa primera actriz de la compañía de variedades que se presentó la semana pasada en el teatro del pueblo!
Y, fue hasta la choza, le pidió disculpas a Ermengarde, la dejó ir a casa y regresó a la suya, a pensar en nuevos crímenes y a crear nuevas formas de maldad. Los días transcurrían y los Stubbs estaban cada vez más preocupados según se acercaba la pérdida de su casa sin que nadie fuera capaz de solucionarlo. Pero, un día, un grupo de cazadores de la ciudad llegó a los terrenos de la vieja granja y uno de ellos descubrió ¡¡el oro!! Escondiendo el hallazgo a sus compañeros, aparentó haber sido mordido por una serpiente y fue hasta la granja de los Stubbs a buscar el remedio habitual en esos casos. Ermengarde fue quien abrió la puerta y lo vio. Él también la vio a ella y en ese mismo instante, decidió obtener tanto el oro como a la chica.
—Por mi vieja madre que voy a lograrlo! —se dijo para sus adentros—. ¡Ningún sacrificio será excesivamente grande!
V. El tipo de ciudad
Algernon Reginald Jones era un cultivado hombre de mundo, oriundo de la gran ciudad y en sus delicadas manos, nuestra pobre y joven Ermengarde no era más que una niña. Uno casi podía creerse aquello de que tenía dieciséis años. Algy se movía con rapidez y sin torpezas. Él tendría que haberle enseñado a Hardman un par de cosas en lo tocante a seducción. Tan solo una semana después de haber ingresado al círculo familiar de los Stubbs, en el que se movía como la serpiente que era, ¡ya había convencido a la heroína para que se escapara con él! Ella se fue a media noche, dejando una nota a sus padres, oliendo el familiar puré de patatas por última vez y dando su último beso de despedida al gato… ¡mal proyecto! En el tren, Algernon se quedó dormido y recostado del asiento, y un papel se cayó por accidente de su bolsillo. Ermengarde se dejó llevar por sus derechos de prometida, agarró la hoja doblada y leyó su aromático contenido… y ¡Oh, fatalidad! Estuvo a punto de desmayarse ¡Era una carta de amor de otra mujer!
—¡Pérfido mentiroso! —susurró, hablándole al dormido Algernon
—¡Así que esto es lo que importa para ti tu tan jurada y prometida fidelidad! ¡Tú y yo hemos terminado para siempre!
Y, después de decir esto, lo lanzó por la ventana y se apoyó en busca de un reposo que necesitaba de verdad.
VI. Sola en la gran ciudad
Cuando el escandaloso tren llegó a la oscura estación de la ciudad, la pobre e indefensa Ermengarde se hallaba sola y sin dinero suficiente como para volver a Hogton.
—Oh, ¿Por qué? —suspiraba llena de inocentes remordimientos—. ¿Por qué no le quitaría la cartera, antes de lanzarlo por la ventana?, ¡Bueno, ya me las arreglaré! ¡Me han dicho tantas cosas de la ciudad que con facilidad ganaré lo suficiente como para regresar a casa e inclusive para pagar la hipoteca!
Pero ¡ay de nuestra heroína!… no era nada fácil para un inexperto hallar un trabajo, así que al transcurrir una semana, se veía obligada a dormir en las sillas de los parques y a buscar comida en la basura. Una vez, un tipo astuto y malintencionado, notando lo desamparada que estaba, le ofreció trabajo en un degenerado cabaret de moda, pero nuestra heroína era fiel a sus valores campesinos y se negó a trabajar en aquel dorado y resplandeciente palacio de frivolidad… sobre todo, porque solo le ofrecieron tres dólares a la semana, con comida, pero sin habitación. Trató de hallar a Jack Manly, su antiguo amante, pero fue incapaz. Además, quizá no la hubiera reconocido, ya que a causa de la pobreza se había tornado morena y Jack no la había visto de ese modo desde los días de la escuela. Una noche se encontró un monedero, vacío pero lujoso, y después de verificar que no guardaba gran cosa, se lo devolvió a la rica mujer al que pertenecía de acuerdo con un escrito que había adentro. Más sorprendida de lo que se puede narrar ante la honestidad de aquella pobre vagabunda, la aristocrática señora Van Itty apadrinó a Ermengarde, para reemplazar a su pequeña que le habían robado muchos años atrás.
—Se parece a mi hermosa Maude —suspiró, notando como el pelo oscurecido se tornaba casi rubio.
Así, las semanas fueron pasando, con los viejos llorando en la casa añorando sus cabellos y el malvado caballero Hardman sonriendo diabólicamente.
VII. Final feliz
Un día, la rica heredera Ermengarde S. Van Itty, empleó a un segundo chofer asistente. Le llamó la atención algo conocido en su cara, lo miró de nuevo y se quedó boquiabierta. ¡Ah! ¡Pero si era el desleal Algernon Reginald Jones, a quien había lanzado por la ventana aquel fatídico día! Había sobrevivido… lo cual era evidente. Se había casado con una mujer y esta se escapó con el lechero y todo el dinero de la casa. Ahora, absolutamente arruinado, le contó con arrepentimiento a nuestra heroína su historia y le reveló toda la verdad del oro de la granja de su padre. Emocionada más allá de lo que podría narrarse, le subió a un dólar su salario mensual y decidió terminar de una vez, con esa insatisfecha necesidad de acabar con las preocupaciones de sus ancianos padres. Así que, un día brillante, Ermengarde fue en coche a Hogton y llegó hasta la granja, justo en el momento que el caballero Hardman estaba ejecutando el embargo y ordenando el desalojo de los ancianos.
—¡Detente, despreciable! —gritó ella batiendo un inmenso rollo de billetes—. ¡Al fin eres detenido! Aquí está tu dinero… ¡lárgate ahora y no regreses nunca a deshonrar la humilde puerta de nuestra casa!
Se produjo una gran alboroto, mientras Hardman retorcía su mostacho y su látigo, lleno de molestia y frustración. ¡Pero alto! ¿Qué ocurre? Suenan unos pasos en el viejo camino de grava y ¿quién aparece? Nuestro héroe, Jack Manly… ruinoso y harapiento pero con su rostro radiante. Al ver al vencido villano le dijo:
—Caballero… ¿no podría prestarme algo? Acabo de regresar de la ciudad con mi hermosa prometida, la bella Bridget Goldstein y necesito algo para comenzar en la vieja granja. Luego, dirigiéndose hacia los Stubbs, pidió perdón por su incapacidad de pagar la hipoteca tal como lo había ofrecido.
—No tiene importancia —le dijo Ermengarde—, ahora somos gente próspera y sería pago suficiente que te olvidaras para siempre de nuestras locas fantasías de infancia.
Durante todo ese tiempo, la señora Van Itty estuvo sentada en el coche esperando a Ermengarde, pero, observando desinteresadamente el afilado rostro de Hannah Stubbs un recuerdo adormecido surgió de las profundidades de su cerebro. Luego, le llegó una imagen de golpe y le gritó a la matrona campesina acusadoramente:
—¡Tú… tú… Hannah Smith… yo te conozco! ¡Hace veintiocho años eras la niñera de mi hija Maude y me la robaste de su cuna! ¿Dónde, dónde está mi hija? —en ese momento, la respuesta brilló como un rayo en el cielo tenebroso.
—Ermengarde… tú dices que es tu hija… ¡pero ella es la mía!… El destino me devolvió a mi amada niña ¡mi pequeña Maude! Ermengarde… Maude… ¡¡¡Ven hacia los amorosos brazos de tu madre!!!...
Pero Ermengarde tenía otras cosas más importantes en qué pensar. ¿Cómo sostener aquella ficción de los dieciséis años si la habían robado hacía veintiocho? Y... si no era la verdadera hija de Stubbs, el oro nunca sería suyo. La señora Van Itty era rica, pero el caballero Hardman era aún más rico. Así que, acercándose al derrotado villano, lo condenó al último y más horrible