Para seguir pensando
“El sentido más hondo del compromiso con el pobre es el encuentro con Cristo”.
— Gustavo Gutiérrez M. (teólogo peruano)
Vale que nos preguntemos
¿Qué planes podría hacer en estos días siguientes para visitar a una persona enferma, o a una que está en la cárcel, o para dar una ayuda económica a una persona que lo necesite?
Oración
Padre nuestro que estás en los cielos, te encuentras lejos, en la inmensidad del Universo, pero también cerca, muy cerca, en la calidez de nuestras relaciones con nuestros semejantes, sobre todo entre los que sufren y padecen las miserias de este mundo. Dame, Señor, la sencillez para encontrarte cada día, aquí cerca, donde tú estás. Amén.
Anotaciones
Día 7
La confesión, tan necesaria como siempre
Perdónanos el mal que hemos hecho, así como nosotros hemos perdonado a los que nos han hecho mal.
— Mateo 6.12
Disculparnos no está de moda; mucho menos pedir perdón a Dios por nuestros pecados. ¿Pecados? Estas son épocas para otras cosas. La sola idea de pensar en la confesión de nuestras faltas nos hace sentir incómodos, cuando no retrógrados.
La confesión y el arrepentimiento como prácticas espirituales parecen haber quedado relegadas para los siglos en los que el cilicio y las penitencias formaban parte habitual de la fe. Épocas de beatas, monjas y monjes atormentados por la culpa de sus pecados.
Hoy, en cambio, la fe tiene otras urgencias. La fe pareciera estar al servicio de la comodidad psicológica, de la superación profesional y de la realización económica. Y, claro, examinar la conciencia y pedir perdón a Dios por el mal que hacemos podría resultar contrario a esos fines.
Pero ahí está el Padrenuestro recordándonos que la confesión es necesaria, además de conveniente y sanadora. Su práctica es señal de madurez, sobre todo cuando procede de un corazón consciente de nuestra falibilidad y que confronta con humildad la realidad del mal, connatural a la existencia humana.
Pedir perdón a Dios por los pecados limpia el alma, descansa el cuerpo y sana la mente (Salmo 32.1–3). La confesión de pecados es una práctica liberadora, que nos redime de la arrogancia de creer que somos perfectos, o de la insensatez de pensar que el mal ya no existe. Basta mirar nuestro propio corazón para encontrar en él la necesidad de repetir: “Perdónanos el mal que hemos hecho”.
Para seguir pensando
“Cuando descubrimos nuestras faltas, Dios las cubre. Cuando escondemos nuestras faltas, Dios las descubre. Cuando las reconocemos, Dios las olvida”.
— Agustín de Hipona (354–430)
Vale que nos preguntemos
¿En qué circunstancias o ante qué personas he actuado en forma equivocada? ¿Qué pasó? ¿Qué haré?
Oración
Vengo a ti, Señor, reconociendo mis limitaciones y pecados, acogiéndome a tu misericordia y rogando tu perdón. Dame el don de perdonar a los demás como tú me perdonas a mí. Acepto tu perdón y otorgo el perdón a quienes me han hecho mal. Amén.
Anotaciones
Día 8
De los que menos se esperaba
También los de Nínive se levantarán en el día del juicio, cuando se juzgue a la gente de este tiempo, y la condenarán; porque los de Nínive se volvieron a Dios cuando oyeron el mensaje de Jonás, y lo que hay aquí es mayor que Jonás.
— Lucas 11.32
Los más fieles seguidores y las más fieles seguidoras de Jesús procedían de las regiones y de los sectores sociales menos esperados. Se esperaba, por ejemplo, que el pueblo de Israel y, en especial, sus maestros religiosos, acogieran a Jesús y celebraran su llegada; pero no fue así. Se suponía también que las personas especializadas en el estudio de las Escrituras sagradas interpretarían las profecías y comprenderían que Jesús era el Mesías anunciado; pero tampoco fue así.
A Jesús lo recibieron los publicanos rechazados, los pobres desplazados, los pecadores excluidos y muchos extranjeros marginados. Las mujeres, los niños y las niñas, los enfermos, las viudas y los samaritanos, entre otros, fueron el público preferido por Jesús y el que mejor comprendió y aceptó su mensaje.
En esto había poca o ninguna diferencia con la historia del pasado, porque sucedió lo mismo en la época de Jonás. Cuando el profeta predicó a los habitantes de Nínive, estos se arrepintieron. Y eran ninivitas, es decir, un pueblo distante de las fronteras del pueblo escogido, además de ser un pueblo enemigo de Israel (era la capital del Imperio asirio). ¿Que los enemigos de Dios se arrepientan? Eso nadie lo iba a creer; ni siquiera Jonás, que fue el predicador (¡vaya predicador!).
Con razón dice Jesús que Nínive se levantará en el día del juicio para juzgar a los que no creyeron. ¿Los “escépticos” juzgando a los “creyentes”? ¿Los paganos condenando a los cristianos? ¡Esto es el mundo al revés! Los últimos pasan a ser los primeros y los primeros se quedan atrás, muy atrás, viviendo de sus falsas ilusiones de virtud.
Hay que aprender a desconfiar de los religiosos, de los que aparentan santidad; de los que hacen alarde de ser los escogidos. Es hora de mirar hacia los márgenes, donde están los que no han sido. ¿No encontramos allí, muchas veces, los mejores ejemplos de la fe verdadera?
Para seguir pensando
“¿A qué personas no invitaría a mi mesa? Puede ser una advertencia sobre la calidad de sus vidas. Pero el problema es que es una advertencia aún más triste sobre la calidad de la mía”.
— Joan Chittester (monja benedictina, periodista y escritora)
Vale que nos preguntemos
¿Cuáles son los grupos de personas que hoy en día se suelen calificar como los menos piadosos o menos