10
Estoy furioso e indignado porque Alberto no para de hablar de Borges frente a nuestros alumnos de la universidad inglesa, que están extasiados escuchando cosas sobre espejos, laberintos y dobles. A Alberto esos temas no le interesan, pero sabe que sirven para cautivar a los alumnos ingleses. No sólo me molesta que él hable de eso sino también que yo, a pesar de manejar el tema, no pueda hacer lo que hace Alberto porque me resisto a hablar de eso. Trato de interrumpirlo hablando de León Bloy, pero los alumnos me chistan, me hacen gestos con la mano, me tiran trapos viejos y piedras… Quedo cubierto de trapos viejos y piedras, y cuando estoy por ahogarme aparezco en un barco que parece una universidad inglesa. Alberto está hablando con una vieja. Voy hacia ellos pero me intercepta un hombre que por algún motivo sé que es pobre de espíritu. Escapo de él y buscándolo a Alberto entro en una bodega con ochocientos bebedores de vino. Me ofrecen un poco pero digo que no porque sé que el vino tiene gusto a muselina. Alberto está sentado hablando con la vieja. Me acerco a ellos pero me intercepta el pobre de espíritu y se pone a llorar mientras me muestra un papel en blanco que tiene en la mano. Escapo nuevamente de él y me siento con Alberto y la vieja, que resulta ser una moza. Alberto le está hablando de Borges y yo me pongo realmente furioso, porque a la moza le podría hablar de temas más interesantes. Lo agarro de la capucha para sacarlo afuera pero él me agarra de la mía, de modo que quedamos cruzados y completamente inmovilizados. En esa misma posición aparecemos cayendo indefinidamente. De fondo se oye una música cantada por una vieja; por la sensación, parece como si estuviésemos en el paraíso.
11
Estamos con Alberto en una especie de hall de entrada de una universidad inglesa donde hay una competencia de cerebros. Lo que hacen es pesar los cerebros de los participantes y el más pesado gana algo que no se entiende qué es (se lo ve en una vitrina, pero no se entiende). Alberto y yo competimos y perdemos, aunque creíamos que podíamos llegar a ganar; de repente, aparece el pobre de espíritu y gana, aunque todos saben que él no es inteligente. Empieza a armarse una discusión cuando Alberto me muestra que se quedó sin dientes, y yo me fijo y tampoco tengo los míos. Cuando miro hacia atrás, veo una banda de personas que yo sé que son fascistas, aunque nada en su apariencia indica eso. Cuando creo tener la certeza de que ellos tienen nuestros dientes, Alberto me mira y veo que nuevamente es una momia. Empiezo a preocuparme y no sé qué hacer, pero en ese momento se me presenta con una claridad impresionante el siguiente razonamiento:
–Alberto es una momia
–A Lenin lo momificaron
–Lenin escribió ¿Qué hacer?
–Alberto me va a decir qué hacer
Estoy por preguntarle pero me doy cuenta de que no puedo hacerlo porque el razonamiento está escrito en un pizarrón y estamos en una universidad inglesa dando clase sobre la obra de Ilya Kabakov, que según Alberto puede relacionarse con Los siete pilares de la sabiduría, aunque yo prefiero relacionarla con las exégesis de León Bloy o con la castración voluntaria de Orígenes (indistintamente). Ningún alumno entiende las relaciones, y eso es porque dejaron sus cerebros en la competencia y porque nosotros, más que enseñando, estamos alardeando. Nos preguntamos, entonces, qué hacer, y Alberto, contra lo que dice el pizarrón, no lo sabe. En ese momento escuchamos el canto de la vieja con muselina en la boca y aparecemos en un bosque cuyos árboles parecen hechos de trapo viejo. Escuchamos de fondo a ochocientos bebedores de vino. Los bebedores de vino cantan algo que funciona muy bien con la melodía de la vieja. La sensación final es que el momento es perfecto, aunque sin embargo sentimos un peso: podría ser la falta de dientes o la falta de cerebro.
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