El momento populista en la política latinoamericana puede ser rastreado desde fines de la década de 1930, con el gobierno de Getulio Vargas en Brasil. Dicho período populista adquirió su punto culminante entre las décadas de 1940 y 1950 bajo el liderazgo de figuras carismáticas como Perón en Argentina, Betancourt en Venezuela, Velasco Ibarra en el Ecuador y Muñoz Marín en Puerto Rico, quienes fueron producto de vibrantes movimientos a favor de la democracia y la justicia social en el contexto de la crisis de la época. En este contexto, hubo una emergencia de los/las afrolatinoamericanos, que inmersos en demandas por la plenitud de sus derechos, reconocimiento cultural, representación política e igualdad de acceso a los recursos, clamaron por el derecho a la ciudadanía completa, deviniendo cuasi en grupo de presión dentro de la constelación de fuerzas que constituyeron la base popular de aquellos procesos y gobiernos.
Así, no debe sorprendernos que los partidos y gobiernos populistas fueran frecuentemente acusados de favorecer a los negros y a los indios (Andrews, 2004). No obstante, las mismas ambigüedades y contradicciones que podemos observar en las políticas sociales de aquellos gobiernos populistas pueden atañerse a sus políticas étnico-raciales. El nacionalismo defendido por dichos movimientos fue articulado en un concepto de inclusión de lo nacional-popular que no admitía diferencias reales al seno del bloque popular. Consecuentemente, la especificidad de la diferencia afrolatinoamericana (por ejemplo, afrobrasileños) se diluyó en el bloque nacional-popular. Siguiendo este orden, la ideología étnico-racial bajo la cual se articulaba esta visión era un discurso de mestizaje que emergía con matiz hegemónico desde las décadas de 1930 y 1940, y cuyos autores intelectuales principales eran José Vasconcelos en México, Gilberty Freyre en Brasil y Fernando Ortiz en Cuba98. De acuerdo con esta narrativa de historia e identidad para cada nación y para la región latinoamericana vista en su totalidad, los pueblos latinoamericanos y las naciones constituían un producto híbrido de síntesis racial y cultural que componían una mezcla a la cual todos pertenecemos.
Más allá de estas prédicas de igualdad obliterando la diferencia, estos discursos de mestizaje eran básicamente eurocéntricos/occidentalistas y ello estaba dado en su narrativa histórica de progreso, basada en una valorización jerárquica de “razas” y culturas en las cuales los componentes europeos se mantenían como dominantes, lo indígena tendía a quedar en el pasado y lo africano, cuando era reconocido, se mantenía marginalizado como la raíz menos importante, la mencionada “tercera raíz”.
El giro histórico del estado oligárquico al populista también puede ser representado como un salto del proyecto racial de blanqueamiento hacia una política racial de mestizaje. Los movimientos sociales que provocaron el nacimiento de los estados populistas latinoamericanos lucharon contra la discriminación étnico-racial, a favor de una redistribución de los ingresos y en pos de la democratización de la política y la cultura. Como resultado fueron aprobadas políticas antidiscriminatorias y de inclusión étnico-racial en países como Brasil, Cuba, Costa Rica y Venezuela, al mismo tiempo que se formaron organizaciones políticas negras en Brasil y Uruguay. En sintonía con estos cambios hubo un crecimiento significativo en el porcentaje de afrolatinoamericanos beneficiados por la educación pública y que ingresaron a las aulas universitarias; y se produjo un incremento en la cuantía que pudieron acceder a empleos públicos y un claro ejemplo del mejoramiento fue la importancia que fueron ganando los maestros en regiones predominantemente negras, como el Chocó en Colombia, como también en Puerto Rico99.
La necesidad apremiante de empleos públicos para las/los afrolatinoamericanos era también un indicador de las inequidades persistentes y de la discriminación en el mercado del trabajo, en el contexto del proceso de proletarización de los campesinos negros que estaba teniendo lugar. El crecimiento de la clase trabajadora negra también trajo como consecuencia el incremento en su participación y el liderazgo en los movimientos sociales y de izquierda que comenzaron a tener mayores contenidos étnico-raciales.
La fuerza de trabajo negra organizada ganó una importancia especial en países como Cuba y Brasil, donde se alcanzó un porciento sustancial de afrodescendientes en la clase trabajadora. Brasil, Cuba y Puerto Rico eran también los únicos tres países donde existen estadísticas que especifican raza y etnicidad para la primera mitad del siglo XX. En estos tres casos, especialmente en Brasil y en Cuba, podemos apreciar un salto trascendente de “negros” a “mulatos” en las categorías de identificación de los censos entre 1940 y 1960, los que indica más un cambio en la autoidentificación que un proceso sustantivo de mestizaje o mulataje (por ejemplo, menos personas que quieren identificarse como negros y más que quieren llamarse a sí mismos mulatos o mestizos)100.
GRÁFICO 1
AFRODESCENDIENTES EN LATINOAMÉRICA. HACIA UN MARCO DE INCLUSIÓN. BANCO MUNDIAL, 2018
Fuente: Mara Loverman
Desde otra perspectiva, el crecimiento exponencial, el auge en la centralidad de las industrias culturales y la aparición de los medios masivos, facilitaron la aparición de las expresiones culturales afrolatinoamericanas (especialmente música y danza), en tránsito desde los márgenes subalternos hasta los centros de la cultura pública. Este fenómeno que el musicólogo Robin Moore (1997) llamó la “nacionalización de lo negro” en el contexto de Cuba, pudo observarse en el desarrollo de redes translocales de producción y circulación cultural a través de la diáspora y más allá. A fines de las décadas de 1940 y 1950, el caso más significativo de este tipo de globalización de los géneros culturales afrolatinos fue el mambo, que se convirtió en un puente de música y danza desde Cuba y Ciudad de México, y desde New York hasta Los Ángeles, hasta Europa y Japón. En este canal hay que situar la revolución bebop en el jazz –que se ubica en el mismo linaje musical del cosmopolitanismo afrodiaspórico– y que creó lo que Robert Farris Thompson (1984) llama “la revolución cultural del mambo”101. En la ciudad de Nueva York, en la década de 1950, junto al Palladium, conocido como La Casa del Mambo, estaba Birdland, la jurisdicción principal del bebop en aquellos tiempos, donde una corriente de jazz afrocubano llamada cu-bob era interpretada por Mario Bauzá, un músico afrocubano que llegó a ser arreglista de las mejores orquestas de jazz. La celebrada colaboración en Nueva York entre el músico afrocubano Chano Pozo y el afroestadounidense Dizzy Gillespie en la composición del tema clásico “Manteca”, considerado sonido fundacional en la revolución del jazz que fue el bebop, demostraban cuan fusionadas se hallaban las diásporas afroamericanas que propiciaban la mezcla de elementos convergentes para crear nuevos géneros en el contexto neoyorquino102.
LA DÉCADA DE 1960: MOVIMIENTOS ANTISISTÉMICOS Y NUEVAS POLÍTICAS, IDENTIDADES, CULTURAS
A fines del decenio de 1950 y principios del de 1960, los Estados populistas ya habían probado su incapacidad para cumplimentar sus objetivos de distribución justa de los ingresos, democratización de la vida política, conciliación de clases y solución de inequidades étnico-raciales.
Durante finales de la década de 1950 y principios de la de 1960, el sistema-mundo moderno/colonial capitalista había comenzado otro período de inestabilidad que tuvo expresión en la emergencia de los movimientos de liberación negra en los Estados Unidos, en el estallido de los movimientos anticolonialistas en Asia y África, junto a la organización del movimiento de países no alineados como un tercer bloque ideopolítico, y los comienzos de la pérdida de hegemonía norteamericana, como lo evidenciaba y revelaba el fiasco financiero, político y militar de la guerra