Guerra, Ariel Antonio
Epitafio de un cóctel / Ariel Antonio Guerra. - 1a ed . - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Autores de Argentina, 2020.
Libro digital, EPUB
Archivo Digital: online
ISBN 978-987-87-0481-4
1. Narrativa Argentina. 2. Cuentos. I. Título.
CDD A863
Editorial Autores de Argentina
www.autoresdeargentina.com
Mail: [email protected]
Queda hecho el depósito que establece la LEY 11.723
Impreso en Argentina – Printed in Argentina
Agradecimientos
En esta edición de Epitafio de Un Coctel quiero agradecer desde lo más profundo de mi corazón a esas personas que siempre están y van a estar en mi camino, como mi Padre que me hizo conocer una vida tan apasionante como aventurera, a mi Madre por ser mi eterno ángel guardian A mi padrino El Negro Alberto por tener la palabra justa a mi pesar. A mi amigo Rubén por estar siempre.
También a mi sobrina Agustina por ser mi primer crítica. A la Tallerista Yamila Begne que me enseña en cada encuentro a llegar a lo mas profundo de la historia. A Piter aliado inconsciente de esta locura. Al señor Carlos y al señor Alejandro por brindarme su corazón en cada entrevista.
Conmigo mismo
La luna está cada vez más grande, parece que tiene un imán que me lleva junto a ella, no dejo de mirarla, su brillo es majestuoso, su luz penetra en mi pecho dándome energías para seguir caminando hacia la cumbre del cerro.
—¿Cómo no hice esto antes? ¿Por qué esperé tanto? Acá nada se detiene, nadie corre, nadie me atropella. La naturaleza marca los tiempos.
Solo siento la calma del viento y veo la bruma que trae una brisa tenue y delicada, nunca pensé sentir de esta manera tan absoluta. Ya no me interesa encontrar respuestas a mis preguntas. Me doy cuenta de que la calma viene cuando no las hago.
El sonido de la respiración y mi sombra son mis compañeros en esta subida. El guía me marcó el camino. ¿Dios me da la fortaleza? ¿Existirá él? ¿Existirá el verdadero amor?
Pero si yo no pienso así.
Solo siento que el ansia por encontrarme es el motor que empuja en este día.
Mi amigo Alberto dijo que encontrarse con uno mismo y saber convivir con ello era como estar en el paraíso, ¿será este el paraíso?
La luna se perdió detrás de la bruma, el horizonte y la pradera se tiñeron de naranja, hasta que no llegue no regreso a la cabaña. No necesito nada más que seguir en este majestuoso paisaje, faltan 100 pasos y estoy en la cumbre, las nubes empezaron a rodearme, mis pies, mis manos, mi cuerpo entero se pierden en ellas. En la cima todo se ve diferente, me habían dicho.
Y es verdad, me doy cuenta de que soy tan pequeño en este mundo. El sol empieza a brillar y sus rayos me dan un baño de humildad tan grande que quiero llorar, ¿por qué me resisto?
Estoy solo, nadie va a ver.
Me arrodillo, beso la roca y mi cara estalla en un llanto profundo emocionado. No tengo a nadie para abrazar, solo a las nubes que se desvanecen en mí. No puedo parar, ya no me niego.
Mi amigo Alberto tiene razón, tengo que sacarme todo de adentro, aunque no sepa qué.
Después de unos largos minutos seco mis lágrimas, respiro profundo y me quedo sentado sin pensar en nada, mirando el horizonte.
Por un momento creo verlo a él; con sus brazos abiertos y cara bondadosa Pero mis ojos irritados por el llanto, el viento que venía a mi cara y el baile de las nubes me hacen dudar, pero no dudo más y entrego mi ser.
Instantáneamente vuelvo a sentir amor y no me duele.
Por un par de horas me quedo ahí, en las rocas, con la sensación de alivio más hermosa de mi vida. No quiero irme, pero el cambio de viento y las nubes negras avisan de la tormenta.
Bajo tranquilo a mitad de camino, me cruzo con un baqueano que dice que en dos horas la tormenta es inminente, que mañana llega la nieve y advierte que esté bien preparado de provisiones porque por un par de días no iba a poder salir. Preguntó si necesitaba ayuda, dije que no, le agradecí y nos despedimos. Entonces mientras seguía bajando repasé lo que había llevado a la cabaña; mecha y querosene para la lámpara, media tonelada de leña, de provisiones lo esencial: harina, café, sal, huevos, verduras, quesos, embutidos, carne en lata, miel, tabaco, dos cuadernos en blanco, lápiz, y un ajedrez para poder hacerme frente de una vez y encontrarme. A eso había ido y estaba dispuesto a lograrlo.
A pesar de haber estado casi todo un día subiendo la montaña, no estaba cansado. La energía que había recibido era tan poderosa que cuando llegué prendí la chimenea, acomodé los troncos dentro de la cocina de hierro. Tenía que alimentarme, así que amasé, este primer día en la cabaña se merecía oler a pan recién horneado untado con miel pura y acompañado de un café bien caliente. Mientras la masa levaba me duché, puse mi mente en blanco y pensé cuántas veces estuve solo en mi vida: llegué a la conclusión de que nunca, siempre hay alguien conmigo
Siempre criando. Siempre metiéndome sin que nadie pida ayuda, a veces sosteniendo hasta lo insostenible.
Será por eso que Alberto me mando acá. «Para aprender a estar con alguien tenés que aprender a estar con vos mismo», dijo siempre.
Después de hornear el pan y sentir su tibieza en mis manos y en mi estómago, dormí profundo. Cuando desperté la nieve se había adueñado del paisaje, eché leña a la fogata, calenté el café y pensé en mi madre, en papá, mis hermanas, mis hijos, mis exmujeres y también en ella, a la que conocí en el viaje. Prendí el cigarrillo, armé el ajedrez: puse las blancas del lado de la ventana y las negras mirando nevar y aposté conmigo mismo que ganase quien ganase no iba a renegar más. Solo iba a dejar que las cosas sucedan.
El ruido de las chispas y el humo del tabaco invadieron el ambiente e hice mi primera jugada; peón cuatro rey.
Amor epistolar
Carta 1
Buenos Aires, San Isidro.
13-1-2017
Hola, Alfredo, es una tarde hermosa en San Isidro, a pesar de estar en pleno verano corre una brisa muy cálida que viene del río. Hoy cumplo 65 años y lo estoy festejando tomando Bellinis con amigas en la barra de Kansas al aire libre, sobre avenida del Libertador. Mi gran amigo el barman, que todas las tardes me escucha y atiende como a una reina, las chicas y tu hijo con el que nos cruzamos periódicamente en este restaurante maravilloso sugirieron que te escriba esta carta, están todos alrededor de mí dictándome. Es muy gracioso, ¿sabés? Siento un poco de vergüenza, pero los brindis más esta gente hermosa sacaron un poco mi pudor. Te la podría mandar por mail o más directo por WhatsApp, ya que tu hijo ofreció darme tus datos. Yo solo le pedí tu dirección, ya que me gustaría escribir cartas como lo hacía hace cuarenta años.
Espero que recibas estas notas con alegría, esperanza y sobre todo con mucho amor. Hace diez años quedé viuda y nunca rehíce mi vida. Tuve un marido ejemplar, con él criamos a tres hijos maravillosos. Ahora tengo cinco nietos, un perro, dos gatos, una tortuga, un cardenal y dos grandes almohadas. Una con la que dormiste la vez en que mi hijo, tu admirador y alumno, te invitó después de dar una conferencia sobre directores de cine hace seis meses. Desde ese día quedé enamorada de vos, pero los prejuicios y la vida antigua que llevo quisieron apagar este sentimiento, como leerás ya no lo puedo contener más.
Con mucho cariño, Malena.
P. D.: Te pido que si respondés que sea así, gracias.
Carta 2