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E-pack Biana y Deseo, n.º 194 - abril 2020
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Índice
Créditos
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Capítulo 1
DANTE Moncada se sentó junto al conductor del vehículo, y dos de sus hombres se acomodaron en el asiento de atrás. Tenía prisa, porque alguien había entrado en la vieja casa que había pertenecido a su familia durante varias generaciones.
Mientras el chófer conducía por las estrechas calles de Palermo, Dante se acordó de una conversación que había mantenido ese mismo día: Riccardo d’Amore, jefe del clan de los D’Amore, había rechazado el acuerdo que había estado negociando con su hijo mayor, Alessio. Al parecer, no quería que su dudosa reputación dañara la imagen de su empresa.
¿Dudosa reputación? Dante estaba tan enfadado que sintió el deseo de pegar un puñetazo al salpicadero. ¿A qué venía ese comentario? Sí, era cierto que le gustaban las fiestas, las mujeres y el vino, pero eso no tenía nada de particular. Además, no jugaba, no se drogaba y, por supuesto, evitaba los círculos donde el narcotráfico y la venta de armas se consideraban negocios aceptables.
Él dirigía un negocio legítimo, sin las zonas oscuras de algunos empresarios sicilianos. Sus manos estaban limpias, literal y metafóricamente hablando. Trabajaba duro, y había conseguido que una pequeña empresa tecnológica se convirtiera en una corporación internacional cuyas cuentas habrían resistido el embate del más desconfiado de los auditores.
Sin embargo, Dante sospechaba que Riccardo no había rechazado el trato por nada relacionado con la legitimidad de su negocio. Los D’Amore habían desarrollado un sistema de seguridad para telefonía móvil que superaba con mucho a los de la competencia, y Dante estaba a punto de firmar un acuerdo de exclusividad para instalarlo en sus teléfonos y ordenadores. ¿Por qué rechazarlo entonces, si habría sido beneficioso para las dos familias?
Solo podía haber una razón: la mala fama de sus padres.
La reciente muerte de Salvatore Moncada no había limpiado su reputación de mujeriego y jugador empedernido, y la imagen de Immacolata no mejoraba las cosas, porque la gente la conocía como la Viuda Negra.
A Dante siempre le había parecido un apodo injusto. ¿Por qué la llamaban así, si no era ninguna asesina? Lo único que hacía su madre era exprimir económicamente a sus maridos cuando se divorciaba de ellos. Había empezado su carrera con Salvatore y, como ya iba por el quinto, tenía tanto dinero que vivía como una reina.
En cambio, Riccardo era un hombre tradicional en todos los sentidos. Tenía once hijos de la misma esposa, porque solo se había casado una vez, y pensaba que el juego era un invento del diablo y que el sexo era pecado cuando se practicaba fuera del matrimonio.
Dante lo maldijo para sus adentros. El patriarca de los D’Amore estaba preocupado por la posibilidad de que hubiera salido a sus padres. Creía que iba a manchar la reputación de Amore Systems, y había llevado su desconfianza a tal extremo que, no contento con romper el acuerdo que estaba negociando, había entablado conversaciones con su principal rival.
Si no lograba convencerlo de que era un hombre respetable, perdería una gran oportunidad empresarial. Pero aún no había jugado su última carta. Se lo demostraría durante